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Crítica: ‘Los vigilantes’ (Ishana Shyamalan, 2024)

«Hay un bosque al oeste de Irlanda que no figura en ningún mapa». Y en ese bosque se extravía Mina (Dakota Fanning), cuando su coche se avería y parte en busca de ayuda en medio de la espesura.

Así arranca este fairy tale –pues de un cuento de hadas se trata, a fin de cuentas–, que lleva el sello de la familia Shyamalan, y que representa el debut en la dirección de Ishana, hija de M. Night, quien ejerce esta vez como productor. Qué bendición es llevar el apellido Shyamalan, que papá te produzca una película, y heredar la franquicia del cine de retruécanos sobrenaturales; y si además has aprendido el oficio, como parece el caso, mejor que mejor, aunque haya algo de verdor, y no es el de la campiña irlandesa, sino el de un cierto encorsetamiento debido –quizá– a la necesidad de pisar terreno no pantanoso.

Basada en la novela homónima del irlandés A.M. Shine –también ópera prima de este profesor de historia aficionado al terror gótico entreverado de folclore–, la película no da tregua y va generando un crescendo de tensión y suspense. A medida que avanza la historia se van sumando elementos que dan a la trama las necesarias vueltas de tuerca, manteniendo al espectador atento y ansioso por comprender las claves de cada nuevo misterio, como un juego macabro de reglas cambiantes que se construye en cada tirada de dados.

Mina, junto con «Darwin» –su anaranjada cacatúa enjaulada–, se adentra en el lóbrego y profundo bosque, perdiendo cualquier referencia de retorno al no haber tenido la prudencia de ir arrojando las consabidas miguitas de pan, que tan útiles resultan en estas circunstancias. «No la palmes, no la palmes», insiste –por la cuenta que le trae–, el ave tropical a su cuidadora, consejo que Mina está dispuesta a seguir a rajatabla, mientras cae la noche y negras tinieblas envuelven su extravío. Hasta que una extraña mujer aparece entre los árboles y la guía hacia la casita de chocolate, que en esta ocasión presenta la forma de un siniestro bunker donde se ve apremiada a entrar, pues sus vidas corren peligro a la intemperie, cuando la noche cubre el paraje y los seres feéricos se adueñan del relato.

Algo incognoscible, telúrico y preternatural –apúntense estos términos para impactar a sus amigos cuando hablen de la película–, se manifiesta en esas horas oscuras, donde sombras agitadas, bulliciosas, hambrientas, y el terror a lo desconocido, se abren paso en la carne como cuchillo en una tarta «selva negra». Blancanieves se ha perdido en el bosque, y los vigilantes lo celebran, una nueva ratoncita ha caído en la trampa. Y en esa jaula, acompañada de un pequeño grupo de prisioneros, se verá expuesta a las miradas salvajes como en un escaparate, a través de un amplio ventanal que para los apresados es un espejo al que conviene no dar la espalda.

Al igual que en el famoso experimento de los monos, los plátanos y la escalera, en este lugar todos obedecen unas normas que nadie sabe quién ha impuesto, ni con qué criterio, pero el deseo de escapar se hace patente, y transgredirlas resulta obligado. «¿Qué hay más allá de la prohibición?» Carteles anunciando puntos de no retorno siembran de desasosiego el ánimo de nuestros cautivos, que en sus excursiones diurnas buscan el modo de huir de la impenetrable arboleda. Esta naturaleza revelada contra el hombre, hace que acuda a mi mente el relato «El terror», del galés Arthur Machen, cuya lectura recomiendo a los aficionados al género, y que con toda seguridad pasó por las manos del autor de Los vigilantes.

La amenaza de un bosque que parece cobrar vida en la noche –una latencia pánica erupcionado de profundidades lovecraftianas–, provoca el horror cósmico en nuestro grupo de cobayas humanas, sometidas a esa vigilancia de incomprensible cariz. Seres esbozados y huidizos, sombras gigantes atisbadas en el ocaso, hacen rememorar a un Miyazaki teñido de gótico oscuro, a sus bosques de princesas Mononokes, y a sus países de las maravillas espectrales infestados de yokais y hadas que en nada recuerdan a la pizpireta Campanilla.

Mina es Alicia tratando de resolver el enigma que se oculta al otro lado del espejo, esa metáfora especular a la que conviene no dar la espalda, pues lo real y la pesadilla podrían invertirse. Unos siniestros pozos en los que el conejo blanco acumula sus tesoros (Jan Svankmajer ilustró con maestría este cuento), salpican el bosque provocando la curiosidad de nuestros protagonistas, aquella curiosidad que –dice la leyenda–, mató al gato.

Y colorín colorado, estimado lector, este cuento no se ha acabado, pero no añadiré más, pues caería en el tan temido espóiler, y no pretendo destripar nada ni a nadie, no al menos mientras el sol ilumine el bosque.

Sinopsis

De la mano del productor M. Night Shyamalan llega Los vigilantes, escrita y dirigida por Ishana Night Shyamalan y basada en la novela de A.M. Shine. La película cuenta la historia de Mina, una artista de 28 años, que queda varada en un enorme bosque virgen en el oeste de Irlanda. Cuando Mina encuentra refugio, sin saberlo, se ve atrapada junto tres extraños a los que observan y acechan cada noche criaturas misteriosas. No puedes verlos, pero ellos lo ven todo.

Copyright del artículo © Fernando Mircala. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Warner Bros., Blinding Edge Pictures, Inimitable Pictures, New Line Cinema. Reservados todos los derechos.

Fernando Mircala

Artista, escritor, traductor y fotógrafo. Premio Lazarillo en el año 2000. Entre otros libros, es autor de 'Ciudad Monstrualia' (2001), 'El acertijo de Varpul' (2002), 'Eclipse en Malasaña. Una zarzuela negra' (2010), 'Lóbrego romance, pálido fantasma' (2010), 'Compostela iconográfica' (2012), 'Pentagonía' (2012), 'En un lugar de Malvadia' (2016; ilustrado por Perrilla), 'Pánico en el Bosque de los Corazones Marchitos' (2019), 'Versos para musas y cuatro cuentos de Edgar Allan Poe' (2019) y 'Concéntrico' (2022).