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Crítica: ‘Bad Boys: Ride or Die’ (2024)

Miami, sol, chicas jugando al vóley-playa, y un Porsche 911 negro abriéndose paso por las calles «a todo gas» (con perdón de la otra franquicia de velocidad y tiros). Así se abre la cuarta entrega de esta serie protagonizada por Mike & Marcus (Will Smith y Martin Lawrence), quienes vuelan en el auto con una misión urgente: llegar a tiempo a la boda del propio Mike.

Y es que, si hay dos cosas que Will Smith logra en la ficción satisfactoriamente más que en la vida real, son poder arrear a panolis sin que ello le acarree consecuencias legales, y encontrar el amor verdadero, lo cual es un consuelo para quienes aún creemos en el romanticismo naif y en las relaciones sanas.

El caso es que al bueno de Marcus, adicto a las chuches y los perritos calientes, le da un infarto en pleno baile nupcial, y regresa de una «casi» muerte iluminado por una espiritualidad confusa y empalagosa, que irá salpicando la historia de disparatados diálogos y cómicas situaciones.

Bad Boys: Ride or Die, es una muy entretenida cinta de principio a fin, un galope continuo a lomos de un caballo desbocado que nos lleva de peripecia en peripecia, con un montaje trepidante plagado de hábiles trucos visuales, ágiles efectismos, y toda la pirotecnia de una película de acción que cumple con los cánones narrativos y plásticos del género.

Esta entrega de la saga está alambicada en torno al clásico argumento «macguffin» de que hay policías corruptos en el departamento para el que trabajan nuestros Mortadelo y Filemón 2.0, asunto este que, obviamente, les salpicará de pleno y les obligará a lavar su buen nombre, como bien puede imaginar el espectador avezado. Algo que no hemos dejado de ver en mil y una producciones, desde grandes obras como L.A. Confidencial, Copland o Ruta suicida, hasta toda esa pléyade de olvidables películas de sábado tarde con palomitas.

Esta es de palomitas de las buenas con doble de mantequilla y sal, de gominolas volando por los aires entre tiroteos salvajes, cristales rotos, luces de neón y atronadora música de tintes latinos. Es un parque de atracciones colorista, aquí la bruja de la escoba es un kit de malotes musculados y armados, pertenecientes a un cartel de la droga, y el tiovivo incluye persecuciones, balaceras, helicópteros descontrolados, furgonetas en llamas y casas del terror dispuestas para la yincana de golpes en barra libre.

El único «pero» que le pondría a la película es no haberle dado más protagonismo al cameo de Khaby Lame, el tik toker mudo que nos enseña a hacer fácil lo difícil, y que pasa casi desapercibido, cuando bien pudiera haber protagonizado un sketch completo, resolviéndole a nuestros protagonistas algún «complejo» asunto como abrir una puerta, o desenvolver una chocolatina sin que tal acción se convierta en un drama. Hay también un papel para Ioan Gruffudd, el Mister Fantástico de los Fantastic 4 –ya perdida toda su elasticidad–, a quien el karma le devuelve todo el daño hecho con ese rostro de cartoon que parece modelado por un artista fallero mal pagado.

El desenlace resulta épico, muy vistoso y no exento de cierta originalidad por la «atracción» elegida para ese último subidón de adrenalina. La película no depara grandes sorpresas, pero se degusta como el buen fast food que es, gracias a sus diálogos jocosos y extravagantes (una mezcla de humor facilón y absurdo que resulta eficaz), y a toda esa puesta en escena de acción sin límite de consumo.

Reírse con algunos gags resulta opcional, supongo que es cuestión de entrar en la sala con ánimo desenfadado (esa es la actitud y la propuesta del filme), y lanzarse por el tobogán con los brazos al cielo. Llega el verano y con él, el cine destinado a refrigerar nuestros sobrecalentados procesadores mentales. Sean «buenos chicos», háganme caso, y vayan a refrigerarse con este ameno pasatiempo.

Sinopsis

Este verano, los policías más famosos del mundo regresan con su icónica mezcla de acción al límite y comedia escandalosa, pero esta vez con un giro inesperado: ¡Los mejores de Miami se dan a la fuga!

Copyright del artículo © Fernando Mircala. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Columbia Pictures, Jerry Bruckheimer Films, Westbrook Studios, Sony Pictures Releasing. Reservados todos los derechos.

Fernando Mircala

Artista, escritor, traductor y fotógrafo. Premio Lazarillo en el año 2000. Entre otros libros, es autor de 'Ciudad Monstrualia' (2001), 'El acertijo de Varpul' (2002), 'Eclipse en Malasaña. Una zarzuela negra' (2010), 'Lóbrego romance, pálido fantasma' (2010), 'Compostela iconográfica' (2012), 'Pentagonía' (2012), 'En un lugar de Malvadia' (2016; ilustrado por Perrilla), 'Pánico en el Bosque de los Corazones Marchitos' (2019), 'Versos para musas y cuatro cuentos de Edgar Allan Poe' (2019) y 'Concéntrico' (2022).