En mayor o menor medida, a casi todo el mundo le gusta Harry Potter, y con razón. Pero antes de él ya hubo niños magos que se adelantaron a las novelas escritas por J.K. Rowling, como el Timothy Hunter de Los libros de la magia de Neil Gaiman, el Harry Potter Jr. de la película Troll (John Carl Buechler, 1986) o el Lewis Barnavelt de la larga serie de novelas escritas por John Bellairs y Brad Strickland, iniciada por La casa del reloj en la pared (1973), obra que contaba con el inestimable apoyo de las ilustraciones del gran Edward Gorey.
Era inevitable que Hollywood se lanzara a la adaptación cinematográfica de ese éxito editorial, aunque sorprende que el director encargado de la película sea Eli Roth, famoso por sus películas repletas de ultraviolencia (muy mal rodada) y comedia negra (bastante efectiva).
Tras el complicado estreno de Infierno verde (2014) y la mala recepción del remake de El justiciero de la ciudad (Death Wish) este mismo año 2018, ya esperábamos que Roth cayera inexorablemente en el mercado del alquiler digital o en la televisión, pero aquí le tenemos, dirigiendo a Cate Blanchett, Jack Black y Kyle McLahan en una producción Amblin. Y el caso es que Roth, con su primer film infantil, realiza el que posiblemente sea su mejor trabajo.
La casa del reloj en la pared no inventa nada nuevo, pero está contada con energía y destreza, para sorpresa de propios y extraños. Eli Roth logra un perfecto equilibrio entre la ternura, el humor y el terror infantil, consiguiendo una modélica película para que toda la familia disfrute en la temporada de Halloween.
El film transcurre en un dudoso 1955 estadounidense en el que los colegios disfrutan de diversidad étnica y hay matrimonios mixtos, pero de todos modos, por pura estética, está claro que no se persigue el realismo. El chaval protagonista (interpretado por un extraordinario Owen Vaccaro), tras la trágica muerte de sus padres, se va a vivir a la casa de su tío (Jack Black). ¡Y qué casa! Un delirio gótico y fantástico repleto de relojes y fenómenos poltergeist, donde el niño terminará aprendiendo los secretos de la brujería de mano de su tío y su fascinante vecina (Cate Blanchett, como siempre, por encima del resto de los mortales).
Se pueden establecer no pocos paralelismos entre Hogwarts y la casa de esta película, pero la historia que se nos cuenta es más directa y ágil que las del mago británico. Además, Eli Roth inyecta a la película de toques pulp muy interesantes, incluyendo referencias constantes al viejo serial Captain Midnight y creando secuencias de terror de estética no muy alejada de los cómics de terror de los años 50 (especialmente en todo lo referente al brujo villano de la función, encarnado nada menos que por Kyle MacLahan).
A pesar de que la magia esté presente durante todo el metraje, lo mejor de La casa del reloj en la pared es la humanidad de sus personajes. Son creíbles, pese a su extravagancia, y al espectador le importa lo que les suceda. Incluso hay empatía hacia el malo de la película, un personaje trágico que encarna el nihilismo más extremo, pero en cierto modo justificado.
Los elementos de terror son los adecuados para un film de la temporada de Halloween, y casi asustarán más a los adultos que a los niños, que ya están acostumbrados a todo gracias a los videojuegos y las series de televisión. En todo caso, los autómatas grimosos siguen siendo una apuesta segura a la hora de inquietar. Y unas calabazas monstruosas siempre le dan color a una función.
Como curiosidad, en el Halloween de 2018 esta película tiene como rival en la taquilla Pesadillas 2: Noche de Halloween, otro film familiar de similares características y con Jack Black en el reparto. Conviene no confundir ambos estrenos.
Sinopsis
Con guión de Eric Kripke (creador de la serie Sobrenatural), La casa del reloj en la pared está basada en el libro homónimo de John Bellairs, un clásico de la literatura infantil y juvenil de 1973, galardonado por los más prestigiosos premios de su época, entre los que cabe destacar el American Library Association Children’s Books of International Interest Award o el New York Times Outstanding Books of 1973 Award. La obra, inédita hasta la fecha en España, destaca por su ritmo trepidante, sus altas dosis de acción y suspense, la cálida mirada a la infancia y a la relación de los niños con los adultos y un original tratamiento de la magia.
La casa del reloj en la pared cuenta la historia de Lewis (Owen Vaccaro), un niño de 10 años que se va a vivir con su tío Jonathan (Jack Black) a una antigua mansión que esconde un misterioso tictac en su interior. Pero la tranquila vida de su nueva ciudad oculta un mundo secreto de magos y brujas en el que, accidentalmente, Lewis despertará a los muertos.
Los productores Bradley J. Fischer y James Vanderbilt, de Mythology Entertainment, llevaban tiempo queriendo trabajar con el guionista y productor Eric Kripke, creador de la longeva y popular serie de televisión «Sobrenatural», que cuenta la historia de dos hermanos que deben enfrentarse a toda clase de criaturas sobrenaturales, demonios, ángeles e incluso dioses. Los productores de Mythology estaban deseando colaborar con el guionista en uno de los proyectos por el que mostraba mayor pasión. Para ello, recurrieron al material original que inspiró a un joven Kripke cuando aún era niño: la primera entrega de la atemporal serie de doce libros de John Bellairs La casa del reloj en la pared.
En la primera novela de Bellairs, conocemos a Lewis Barnavelt, un joven huérfano precoz que vive en los años 50, que inicialmente no encaja con sus compañeros ni con su familia adoptiva. De duelo tras la repentina muerte de sus padres, este chico introvertido y encantadoramente empollón se ve inmerso de golpe en un mundo de brujas y magos casi tan abruptamente como le fueron arrebatados sus padres. Tras tener que trasladarse a vivir con su tío Jonathan, un místico de talentos extraños y de dudosa utilidad, se encuentra convertido en aprendiz del mundo de las artes místicas.
La productora ejecutiva Tracey Nyberg comenta sobre los antecedentes del proyecto: «La primera historia se publicó a principios de los 70 y hay un total de doce. El último libro se publicó hace unos diez años. Lo que nos gusta de La casa del reloj en la pared es que es una historia clásica. Hay un joven huérfano enviado a vivir a un sitio desconocido y se siente como un extraño. A lo largo de la serie de libros, se encuentra a sí mismo y descubre lo que le hace único».
Como muchos niños de los 70 -y aquellos que hoy día continúan devorando los libros de Bellairs– Kripke estaba fascinado tanto por la manera en que el autor se dirigía a los niños, como por los apasionantes dibujos góticos de Edward Gorey, divertidos y escalofriantes a partes iguales. «Hace tiempo que somos admiradores de Eric y todo esto empezó con su pasión por ese libro», reflexiona Nyberg.
Para Fisher, era muy importante reunir a unos socios de producción y a un director que hicieran justicia a esas historias de Bellairs tan deliciosamente extrañas y al mismo tiempo accesibles. Serían nada menos que la legendaria Amblin Entertainment y el director Eli Roth, el cual ya sabe alguna que otra cosa sobre cómo asustar a los espectadores. «Amblin da vida a esta historia de una manera que nadie podría hacerlo, acogiéndola bajo el mismo sello que aquellos clásicos de Amblin como Los Goonies, Gremlins y E.T., el extraterrestre, los cuales -como chaval criado a las afueras de Nueva Jersey en los años 80- fueron los que me inspiraron a dedicarme a hacer películas. Eli, por su parte, era una elección natural para dirigirla», comenta Fischer. «Siempre quise volver al canon de Amblin y encontrar una manera de contar de nuevo ese tipo de historias en la gran pantalla. Eli también sentía ese mismo impulso y tenía las mismas referencias de la infancia que yo, y desde el primer momento en que entró en el proyecto, nos dimos cuenta de que terminábamos las frases del otro».
A Roth, que ha hecho carrera a base de sustos mucho más intensos, le atrajo esta historia para todos los públicos por infinidad de razones. No era simplemente la oportunidad de hacer la clase de película con la que siempre había soñado, sino que era además la oportunidad de colaborar con Amblin, cuyas películas podría decirse que habían sido de las que más habían influido en él como niño y como realizador en ciernes.
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