En la película de Alex Garland se dice algo así como que la inteligencia artificial era algo inevitable, una cuestión de “cuándo”, no de “si”. La ficción nos lleva preparando para ella desde mucho antes de que fuera una realidad.
La propia novela Frankenstein trata sobre la creación de un ser artificial, y de ahí en adelante, la ficción y la ciencia han estado estableciendo una cadena de relevos que nos lleva hasta una actualidad en la que Internet y lo digital han creado una relación tan estrecha que plantea todo tipo de cuestiones culturales, filosóficas, científicas, económicas, etc.
¿Estamos ante un nuevo paso evolutivo? Lo que está claro es que Internet y la informática están cambiando el mundo a marchas forzadas. Si es usted “apocalíptico”, como un servidor, mis condolencias. Si es “integrado”, enhorabuena. Si no sabe de lo que le estoy hablando, doble enhorabuena.
En Ex Machina, la idea de la creación de inteligencia artificial y androides vuelve a servir como reflejo de la condición humana, de nuestras mezquindades y escasas bondades. Nada nuevo, pero no por ello poco interesante, ya que Alex Garland (a quien ya le hemos perdonado La Playa hace tiempo) consigue hacer un film que funciona bien en su parte intelectual, pero que no se queda en una fría muestra de ciencia-ficción hard, sino que también es un claustrofóbico thriller psicológico con toques de morbo.
Ex Machina narra el viaje de Caleb (Domhnall Gleeson), un empleado de una gran empresa (que podría ser Google aunque la llamen de otra manera), a la paradisíaca y gigantesca finca en la que vive Nathan (Oscar Isaac), el jefazo, un genio informático con tendencia a empinar el codo. Nathan le ha elegido para participar en un experimento de gran importancia, consistente en practicar el test de Turing a una inteligentísima robot, Ava (Alicia Vikander).
La película juega con las dudas, la manipulación y los secretos para crear un ambiente desasosegante, enmarcado en una de esas nuevas casas ecológicas e inteligentes, un escenario tan bonito y moderno como frío, claustrofóbico y poco fiable.
Una excelente idea que lanza la película, y no del todo descabellada, es que la inteligencia artificial y el aspecto del robot toman como base las búsquedas de Internet de los incontables usuarios de ese Google-con-otro-nombre, adquiriendo, pues, todas las características de la psique humana, desde las más razonables a las ilógicas y emocionales.
Esta ocurrencia sirve para plantear cuestiones sobre Internet: ¿lo usamos o “él” nos usa a nosotros? ¿Tiene una verdadera finalidad concreta? ¿Terminará por no necesitarnos a los usuarios, una vez nos haya, por así decirlo, absorbido?
Alex Garland, aparte de desarrollar un guión sólido, demuestra dotes de buen realizador con una puesta en escena voluntariamente fría, pero cuidando la dirección de actores hasta en el último detalle para lograr que, ante todo, Ex Machina sea una malsana historia de trío ¿amoroso? de raíces noir.
Ciencia-ficción para adultos, pero asequible al espectador “no especializado”.
Sinopsis
Caleb es un joven programador que trabaja en una de las mayores empresas de Internet del mundo. Tras ganar un concurso de la compañía, se prepara para realizar un viaje que le llevará a conocer al misterioso y solitario director ejecutivo de la empresa, Nathan. Al llegar a la remota residencia, Caleb descubre que deberá participar en un experimento tan extraño como fascinante que consiste en convivir con la primera inteligencia artificial auténtica jamás creada, encerrada en el cuerpo de una preciosa robot
La primera película como director de Alex Garland parte de una idea, al parecer, sencilla: «Tres personas inteligentes enfrentándose, intentando vencerse mentalmente y uniéndose momentáneamente», explica el director.
Pero si una de esas tres personas es una chica robot, todo se complica. «Ex Machina funciona en dos niveles», dice el productor Andrew Macdonald. «En principio es un thriller psicológico, eso sería el primer nivel, pero se sirve de los personajes para explorar temas humanos y psicológicos fundamentales».
En opinión de Andrew Macdonald, las películas como Ex Machina encajan con el ADN de la productora DNA Films: «Siempre he intentado hacer películas accesibles e inteligentes, y Ex Machina lo consigue a la perfección».
En su debut como realizador, Alex Garland toca temas que le fascinan desde hace tiempo, y utiliza nuestros miedos e inseguridades frente a la tecnología y el papel que tiene en nuestras vidas. «Generalmente hablando, nos sentimos incómodos ante la inteligencia artificial y los ordenadores», dice. «Es algo en lo que todos pensamos. Pero lo enfoco desde otro ángulo porque no es un tema que me preocupe mucho. En Ex Machina simpatizo con la robot».
Su primera novela, The Beach, fue publicada en 1996, cuando solo contaba con 26 años. DNA Films la adaptó a la gran pantalla en 2000 y Alex Garland quedó fascinado por el cine. Desde entonces ha colaborado con la productora escribiendo el guión de Sunshine, 28 días después y Dredd.
El guionista y director insiste en que las contribuciones del equipo creativo han mejorado Ex Machina: «Durante los pasados años he vivido varias experiencias cinematográficas, y todas me han conducido a esta película. He llevado a la práctica lo que he aprendido en el camino, pero sobre todo he intentado dar el espacio suficiente al equipo para que hiciera su trabajo de la mejor manera posible».
Oscar Isaac, que tiene el papel de Nathan, piensa que la película es una alegoría de la existencia humana: «Penetra realmente en lo que significa ser un humano, lo que significa pensar y ser consciente. Nunca sabemos lo que piensa la persona que tenemos delante, ni si siente lo mismo que nosotros».
«Utilizan a Caleb para realizar la prueba de Turing», explica Domhnall Gleeson. «Un ser humano interactúa con un robot, y si no ve que es un robot, la prueba se da por buena».
«Caleb no tiene ni idea de lo que le espera cuando llega a la casa. De pronto, una figura humanoide con cara de mujer, fabricada con una mecánica increíble, sale de una de las habitaciones», sigue diciendo.
La prueba de Turing es muy sencilla y suele realizarse de forma que la persona no sabe quién contesta a las preguntas, si un ordenador u otra persona. Se celebran varios encuentros anuales y, ocasionalmente, se anuncia a bombo y platillo que un ordenador ha superado la prueba, pero muy pocos aguantan un auténtico análisis.
«La prueba de Turing fue ideada hace décadas, con el nacimiento de las computadoras», dice Alex Garland. «Alex Turing entendió muy pronto que las máquinas con las que trabajaba podrían convertirse en máquinas pensantes en vez de simples calculadoras. Se dio cuenta de que sería difícil adivinar si algo realmente pensaba o fingía pensar».
Esa es la diferencia que causa la mayoría de fallos y alimenta la controversia que suele producirse cuando un ordenador supera la prueba. Hace poco se sugirió que un «robot conversacional» llamado Eugene Goostman había superado la prueba de Turing al engañar a varios jueces en un encuentro en la Universidad de Reading. El robot, que decía ser un chico de 13 años procedente de un país del este de Europa con conocimientos rudimentarios de inglés, convenció a los jueces de que su edad y la barrera del idioma eran las causas de sus fallos.
Pero Ava, de Ex Machina, no tiene nada que ver. Nathan está tan seguro de que su robot no intenta esconder el hecho de que es una inteligencia artificial. Si Caleb se deja convencer por una máquina, con piezas corporales metálicas, servos y motores, ¿representará Ava la cúspide de la inteligencia artificial?
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