El robo del siglo es un filme argentino dirigido por Ariel Winograd, que se basa en hechos reales acontecidos en el país de origen y expuestos con el debido cuidado documental, aunque en forma de relato y no de docudrama, es decir como si se tratase de una ficción.
Cuenta con dos afamados actores, Diego Peretti como Fernando Araujo y Guillermo Francella en el papel de Luis Mario Vitette, cabecillas de la banda que se impuso cometer el título de la película (1).
El resultado es tan digno como desigual. La aventura del asalto a la sucursal bancaria está plenamente urdida y alterna los detalles técnicos de una operación muy sofisticada con las sorpresas tragicómicas de la toma de rehenes y la negociación con la policía. El resto es débil y fluctúa entre un psicologismo sumario y una recaída en el melodrama. En cualquier caso, una obra obediente a ciertas tradiciones del cine argentino costumbrista y sentimental, una suerte de tango a las puertas de la tragedia.
El guion fue redactado por Alex Zito y tiene un carácter muy peculiar: Araujo, que participó en los hechos, es coautor del libreto y, se supone, garante de la verosimilitud de la narración. Es decir que tenemos fuera de la ficción a uno de los personajes de la ficción que asegura la fidelidad especular de todo el trámite, entrando y saliendo y volviendo a entrar en el filme.
Hace unas semanas se publicó la novela de Juan Gabriel Vásquez Volver la vista atrás, basada en la vida del director de cine colombiano Sergio Cabrera, quien colaboró con el novelista proporcionándole documentación y controlando lo que podríamos llamar fiel verosimilitud de la narración, a medida que el escritor la iba produciendo. Es decir: tenemos a una persona real que vigila el proceso de escribir una ficción en que es el personaje protagónico.
En ambos casos, guionista y novelista han obedecido a las normas del realismo, o sea la creencia en la calidad sustancial de la realidad, algo exterior al sujeto, algo objetivo, constituido y cognoscible. Aún más. Podemos hablar de un hiperrealismo porque el personaje que está dentro del aparato, está también fuera de él haciendo de ambos, como si fuera tan real y tan ficticio, al igual que él mismo. Podemos cuestionar la doctrina realista y divagar sobre el carácter inestable y sólo en parte cognoscible de lo que llamamos realidad pero resulta innegable que, una vez aceptada la convicción realista, cabe con toda ley acudir a personas reales en calidad de personajes ficticios. Imposible una mejor garantía de fidelidad a lo real.
Este salto por encima de la frontera que separa y a la vez sutura los dos espacios, nos conduce inevitablemente a Cervantes, cuando en la segunda parte del Quijote hace salir del texto al personaje y decir que ha leído la primera parte. Don Quijote hace lo mismo que Araujo y Cabrera pero al revés. No pasa de real a ficticio sino de fingido a real, señalando al lector que le puede ocurrir lo mismo. Si el personaje se torna persona ¿por qué no la persona del lector podría volverse personaje? La diferencia dinámica está en que Winograd y Vásquez operan desde el realismo y Cervantes, desde el barroco con su carga de ironía, parodia y gran teatro del mundo. La cosa da para pensar en qué medida, durante nuestra vida cotidiana, estamos siendo fielmente nosotros mismos y en qué otra medida, estamos repitiendo el aprendido papel de ser uno mismo. ¿Uno y mismo? ¿Acaso la vida lo es?
(1) El robo de la sucursal del Banco Río de la localidad de Acassuso, al norte de la ciudad de Buenos Aires, se efectuó el viernes 13 de enero de 2006. Seis ladrones, armados con armas falsas, se llevaron cerca de 19 millones de dólares.
Sinopsis
Llueve copiosamente y en la calle no hay un alma. Araujo está refugiado bajo el alero de un local cerrado. Sobre la avenida se han formado varios charcos; en ese fragmentado espejo de agua se distingue, deformado, un cartel luminoso. Araujo levanta la vista y descubre, delante suyo, la fachada del Banco Río.
Viernes 13 de enero de 2006. Los francotiradores del Grupo Halcón están a la espera de una orden. Más de tres centenares de policías diseminados por el lugar aguardan la voz de su jefe. Miguel Sileo, el negociador, deja diluir las esperanzas de que Vitette, uno de los líderes de la banda de ladrones que entró a la sucursal del Banco Río de Acassuso de señales de vida. Las pizzas que había pedido como condición se habían enfriado. El grupo Halcón recibe la orden y entra: se encuentran con lo inesperado. Armas de juguete y una veintena de rehenes asustados los esperan dentro; no hay señales del grupo de ladrones. Mientras revisan a los rehenes para descubrir a los artífices del robo camuflados entre ellos, la policía va descubriendo que, más de la mitad de las cajas de seguridad fueron abiertas y vaciadas. Un cartel colgado en la bóveda anuncia con letras hechas con una plantilla “Sin armas ni rencores, en barrio de ricachones, es solo plata y no amores”. Como si fuera un acto de prestidigitación del propio Houdini, Vitette, Araujo, De La Torre, Debauza, Marciano y El Gaita han desaparecido. Solo un eslabón queda suelto.
Meses después del robo, La Turca, esposa de Beto De la Torre, despechada porque su marido se fue con otra a disfrutar de su nueva fortuna, denuncia a los seis integrantes de la banda. Uno a uno va cayendo. El dinero nunca aparece. ¿Fue lo de La Turca una grieta en el plan perfecto, o incluso esto había sido ideado por el cerebro del Robo del Siglo?
Ariel Winograd nació en Buenos Aires en 1977 y diez años más tarde ya sabía que quería dedicarse al cine y a la comedia. Estudió Dirección de Cine en la Universidad del Cine y durante sus estudios realizó varios cortometrajes premiados internacionalmente, video-clips, documentales y programas de televisión. Luego de graduarse participó de talleres y pasantías de guion y dirección en diferentes lugares del mundo. En 2006 filmó su ópera prima Cara de queso, que escribió y dirigió, con un elenco importante, una temática autobiográfica, coral y en tono de comedia. Por su arrojo y su frescura la película despertó interés de mucho público joven que se sintió reflejado en un tipo de narración que no solía encontrar antes en el cine argentino.
En 2011 dirigió Mi primera boda, escrita por Patricio Vega pero basada en las propias vivencias de Winograd y su esposa durante su fiesta de casamiento. La película fue protagonizada por Natalia Oreiro y Daniel Hendler, con un gran elenco, y fue una de las argentinas más vistas de ese año, con más de trescientos mil espectadores en salas.
Luego siguieron Vino para robar (Valeria Bertucelli y Daniel Hendler, 2013), Sin hijos (Diego Peretti y Maribel Verdú, 2015), y Permitidos (Lali Espósito y Martín Piroyansky, 2016), películas en las que se fue consolidando como director y captando cada vez más el interés de la taquilla nacional. Su último film en Argentina, Mamá se fue de viaje, protagonizado por Diego Peretti y Carla Peterson, se estrenó en vacaciones de invierno de 2017 y fue la película argentina más vista del año, con más de un millón setecientos mil espectadores en salas.
Los últimos años también fue convocado por productores mexicanos y dirigió dos largometrajes en ese país: Todos caen (Martha Higareda y Omar Chaparro) y Backseat Driver (Mauricio Ochmann y Omar Chaparro), que serán estrenados próximamente con expectativas de mucho éxito tanto en México como en USA.
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