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El tiroteo de North Hollywood

Fuego de armas automáticas, coches patrulla acribillados, aterrorizados transeúntes resguardándose de disparos, la policía desbordada… El lector puede pensar que se trata de la descripción de una escena de la película Heat (Michael Mann, 1995). Sin embargo, una vez más, la realidad supera a la ficción, ya que el suceso conocido como el tiroteo de North Hollywood supera lo relatado en dicho film.

“Aquí 15-Adam-3 solicitando refuerzos. Tenemos un posible 211 [código de radio para un robo a mano armada] en progreso en el Bank of America del 6600 del Boulevard Laurel Canyon”. Esto es lo que avisaron por radio los agentes de la policía de Los Ángeles  Loren Farell y Mark Perello.

Ambos recorrían en su coche patrulla su sector de vigilancia cuando divisaron a dos individuos enmascarados, que portaban sendos rifles automáticos Kalashnikov, irrumpiendo en la sucursal bancaria. Eran las 9:17 del 28 de febrero de 1997.

Los dos enmascarados eran Larry Philips Jr. y Emil Matasareanu, dos peligrosos delincuentes. Acumulaban en su historial diversos atracos a bancos y transportes blindados en diversos estados. Para entonces, ya habían obtenido un botín de más de dos millones de dólares.

Su modus operandi se caracterizaba por el uso de armas de guerra y su carencia de escrúpulos a la hora de emplear la violencia. Así, en junio de 1995 asesinaron a un vigilante en el transcurso del asalto a un furgón blindado.

Ambos atracadores habían estado planificando el golpe al Bank of America durante meses. Reconocieron la zona, vigilaron a los empleados y siguieron sus rutinas y horarios. Utilizando un scanner sintonizado con la frecuencia de la policía, habían llegado a la conclusión de que disponían de ocho minutos para dar el golpe. Sin embargo, no contaron con ser divisados nada más traspasar el umbral de la sucursal…

Una vez en el interior de la entidad, y sin previo aviso, abrieron fuego con sus ametralladoras. Disparaban al aire, para causar un shock psicológico a empleados y clientes, desalentando cualquier intento de hacerles frente, y asimismo, para dejar claras sus intenciones. No se detendrían ante nada.

Tras hacer que el director abriese la cámara acorazada, se encontraron con que había poco más de 300.000 dólares, menos de la mitad de lo que habían previsto. Esto inflamó sus ánimos y dieron rienda a su frustración ametrallando el interior.

Una huida infernal

Cuando salían del banco hacia su vehículo, se detuvieron en seco. Varios coches patrulla y decenas de agentes les cerraban el paso. Lejos de rendirse, Philips y Matasareanu desataron un pandemónium. Con furia extrema, abrieron fuego contra todo lo que había a su alrededor.

Nada más comenzar el tiroteo los agentes de policía comprendieron que, pese a su superioridad numérica, estaban en desventaja. Los delincuentes contaban con una potencia de fuego muy superior. Cada uno portaba dos ametralladoras con cargadores de alta capacidad: de cincuenta a setenta y cinco proyectiles frente a los treinta de uno estándar.

Por si fuera poco, llevaban munición blindada que atravesaba las carrocerías y las paredes como si fuese mantequilla. El peligro era extremo. Frente a lo que ocurre en la ficción cinematográfica, un chaleco antibalas no detiene el proyectil disparado por armas como estas.

Por su parte, los agentes iban dotados con revólveres del calibre 38 y pistolas semiautomáticas de 9 mm. También llevaban escopetas del 12. En otra situación, quizá hubiesen bastado, pero Philips y Matasareanu iban pertrechados con blindaje corporal: chalecos antibalas de kevlar reforzados por placas metálicas, lo que les hacía casi invulnerables frente a los disparos de la policía.

Zona de guerra

Imaginen el dantesco espectáculo: coches acribillados, personas histéricas, destrucción por doquier. Todo ello acompañado por la atronadora cacofonía de las ametralladoras.

Las bajas empiezan a sucederse. Tanto policías como transeúntes inocentes empiezan a caer abatidos. El recuento final arrojará un saldo de once agentes y siete civiles heridos.

La situación de algunos es dramática. Se están desangrando, tirados en la acera, atrapados en medio del intenso tiroteo.

De hecho, un vehículo blindado va en camino para evacuar a las víctimas, así como el SWAT (acrónimo de Special Weapons and Tactics, grupo especial equivalente de los GEO de la policía española), los populares “Hombres de Harrelson”. A estas alturas, Laurel Canyon se ha convertido en una zona de guerra, retransmitida en directo por las cámaras de los helicópteros de la televisión. Y eso que estos últimos tampoco se libran del fuego de los delincuentes.

La llegada de los SWAT equilibra la balanza. Gracias a su armamento, empieza a cambiar la suerte de los asaltantes. Como es imposible herirles en su torso blindado, la policía empieza a disparar a la cabeza y las extremidades. Philips proporciona fuego de cobertura a Matasareanu, quien arranca su vehículo e intenta emprender la fuga. El coche llega a tres manzanas de distancia y ahí se detiene, al ser tiroteadas las ruedas del vehículo. Entonces Philips recibe un disparo fatal de un francotirador del SWAT en el cuello. Será el quien ponga fin a su propia vida con un disparo de pistola. En su cuerpo se contabilizaron once heridas, además de los proyectiles detenidos por la protección antibalas.

Matasareanu abandona su inutilizado vehículo y consigue otro a punta de pistola, pero la rápida llegada de varios vehículos policiales con oficiales del SWAT impide su huida. Esto deriva en un nuevo tiroteo. Al final, la policía le abatirá disparando por debajo de la carrocería de los coches, haciendo blanco en sus piernas. Él intenta seguir haciendo fuego desde el suelo, pero los disparos siguen impactando en él, por lo que opta por rendirse.

Y aquí sucede uno de los episodios más controvertidos del caso. Los agentes solicitan una ambulancia para el delincuente herido, que yace esposado en medio de la calle,. Para su desgracia, esta tarda más de una hora en hacer acto de presencia, cuando Matasareanu ya ha muerto.

Controversias y mitomanía

El Departamento de Policía de Los Ángeles se ampara en un protocolo de actuación que impide el acceso de personal civil a una “zona caliente”. Pese a ello, recibirá varias demandas por parte de familiares del delincuente muerto, al entender que la falta de asistencia sanitaria supuso la vulneración de sus derechos civiles.

La autopsia demostrará posteriormente que el fallecimiento no se produjo porque la policía permitiese que se desangrase. El deceso se produjo por el shock provocado por las heridas: veintinueve impactos sin contar los que detuvo el blindaje.

A la final, las demandas de los familiares son desestimadas y son apercibidos de que podrían ser encausados por una conducta malintencionada.

Tampoco han faltado los mitómanos que han elevado a los altares a estos siniestros individuos.

No es la única controversia desatada por el evento. Por un lado los partidarios del control de armas denuncian el arsenal que portaban los asaltantes: cinco rifles de asalto, varias pistolas y más de tres mil proyectiles. Sin embargo, se trata de munición y armas prohibidas por la legislación estadounidense, ante lo que un eventual endurecimiento de las leyes sobre la posesión de armas no tendría ningún efecto.

Al hilo de esto último, quedó demostrada la inferioridad de armamento demostrada por el LAPD frente a este tipo de incidentes. Los revólveres han sido retirados, pero siguen empleando pistolas Beretta de 9 mm, argumentando que este calibre tiene menores tasas de mortalidad que otros. No obstante, algunos vehículos van dotados de rifles M-16, el rifle estándar del ejército USA. Sin embargo, esto no supone una ventaja ante tales situaciones, ya que el mismo rifle lo emplearon algunos SWAT en el tiroteo y denunciaron que sus disparos no hicieron mella en los asaltantes, debido al tipo de munición empleada. De hecho, si los asaltantes hubiesen extendido la protección antibalas a las piernas, el enfrentamiento podría haber tenido otro cariz.

Se calcula que en el tiroteo se intercambiaron más de dos mil disparos, motivo por el que algunos autores han calificado el suceso como el más sangriento del LAPD, además de por el número de heridos. Olvidan el tiroteo de la calle 41 contra los Panteras Negras en 1969, uno de los hitos fundacionales del SWAT, donde se dispararon más de cinco mil proyectiles y se saldó con cuatro heridos.

Cabe recordar también la conocida como masacre de los hermanos Young, acaecida en el Missouri rural de 1932. Los hermanos asesinaron a seis policías ‒iban a ser detenidos por el asesinato previo de otro agente‒ e hirieron a tres más.

Eran las 10:01 de la mañana cuando todo terminó. Cuarenta y cinco minutos en el infierno que parecían inspirados en la película de Michael Mann.

Copyright del artículo © José Luis González. Reservados todos los derechos.

Copyright del vídeo («Heat», de Michael Mann) © 1995 Regency Enterprises, Warner Bros. Reservados todos los derechos.

José Luis González Martín

Experto en literatura, articulista y conferenciante. Estudioso del cine popular y la narrativa de género fantástico, ha colaborado con el Museo Romántico y con el Instituto Cervantes. Es autor de ensayos sobre el vampirismo y su reflejo en la novela del XIX.

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