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Crítica: «El juez» (David Dobkin, 2014)

La dimensión actoral de Robert Downey, Jr. y Robert Duvall, más allá de la diferente textura de sus interpretaciones, proporciona la faceta más interesante de este melodrama judicial de corte clásico. La oferta es difícil de resistir: al carisma de Downey se suma la colosal madurez de Duvall, una de las últimas referencias en activo del Hollywood más genuino.

Tiene truco la jugada. Quizá al público enamorado de estos dos actores superdotados, que aquí se lucen de todas las formas posibles, le importe más su simple presencia que el itinerario de ambos por este relato de culpa y redención. Impresiona asimismo la personalidad de los secundarios, Vera FarmigaVincent D’Onofrio y Billy Bob Thornton. El problema es que al realizador, David Dobkin, le cuesta trabajo alcanzar esa misma capacidad de persuasión. No es un mal director, pero uno se pregunta qué hubiera logrado con este material uno de los grandes.

El planteamiento de El juez responde al mismo esquema que ya dio fama a títulos como En el estanque dorado (1981). Es decir: un choque generacional entre un padre con remordimientos y el hijo pródigo –en este caso, un abogado con genes de tiburón y un juez de la vieja guardia, acusado de un terrible delito–. Es posible que los más veteranos ya conozcan esta receta de tanto pasar por taquilla y encender la televisión. Sin embargo, a pesar de los estereotipos que salen a relucir aquí y allá, la película va demostrando más vigor a medida que avanza el metraje.

Como ya expliqué, el instinto y la inteligencia de todo el elenco adquieren un efecto multiplicatorio, que invita a olvidar cualquier desliz del libreto, y eso que éste aloja varios pasajes de riesgo, tanto por su sentimentalismo como por su previsibilidad.

Downey, Jr., DuvallThornton y D’Onofrio, cuatro intérpretes de altísima cualificación, convierten la intriga legal y familiar en la excusa de un nuevo triunfo de todos ellos frente a las cámaras. De hecho, los momentos más euforizantes de la película llevan siempre su dedicatoria.

Por lo demás, tiene sentido recordar que las llamadas feel-good movies funcionan con la complicidad de un público deseoso de mirar la realidad con optimismo y benevolencia. En este sentido, El juez –ejemplo modélico de este subgénero– compagina drama y sensibilidad, y sus creadores no se equivocan al dar los pasos necesarios para que el espectador salga de la sala –ay– con una sonrisa y con alguna lágrima en la mejilla.

Sinopsis

Robert Downey Jr. interpreta el papel principal de Hank Palmer, un importante abogado que vuelve a su pueblo natal donde su padre, el juez del pueblo (Duvall), de quien está distanciado, es sospechoso de asesinato. Decide descubrir la verdad y durante el proceso vuelve a encontrarse con la familia que había dejado atrás años antes.

El engominado abogado de Chicago, Hank Palmer, se dispone a desplumar a su último cliente de cuello blanco de la fiscalía del Estado de Illinois, cuando recibe un mensaje avisándole de que su madre acaba de morir. Hank no tiene contacto alguno con su padre, y su madre es la única persona de su familia con la que ha mantenido el contacto en su pueblo en los últimos veintitantos años. Ella, su muerte, es lo único que puede hacerle volver a su pueblo, pero lo que le espera en la idílica Carlinville, Indiana, es mucho más que un funeral, y la bienvenida que le brindan, cualquier cosa menos acogedora. Antes de que pueda huir de allí, Hank se ve en la encrucijada de tener que defender a su propio padre, venerable juez de la ciudad durante 42 años, quien súbitamente se ve sentado en el banquillo de los acusados.

Según el director y productor de la película, David Dobkin: «Da igual la edad que tengamos, en cuanto pisamos la casa en la que crecimos pasamos a ser exactamente lo que éramos cuando salimos de ella. Volvemos a asumir los mismos hábitos, repetimos las conductas y forma de comunicarnos de nuestra juventud, los mismos malentendidos por no hablar claro, los mismos problemas sin solución, sean grandes o pequeños, que acaban influyendo de forma decisiva el resto de nuestras vidas».

Juntando por primera vez a los pesos pesados de la interpretación, Robert Downey Jr. y Robert Duvall, la película trata de explorar los cambios de papeles que afrontamos en nuestra vida, ya se deba a situaciones emocionales o a las simples circunstancias, al tener que cuidar a nuestros padres, ya ancianos, y enfrentarnos a nuestra propia historia personal; cómo, ya siendo adultos, nos vemos de repente en un ambiente familiar que nos es totalmente ajeno, y cómo ni siquiera las mejores intenciones logran que tomemos las decisiones adecuadas ni, al final, lograr los mejores resultados.

En palabras de la estrella y productor ejecutivo de la película, Robert Downey Jr.: «Lo que me encanta de esta historia es el increíble sentimiento de pertenencia a un lugar; haberte ido de casa y tener que volver y enfrentarte a todo aquello que llevas evitando durante años, y además tener que asumirlo todo de golpe; la percepción tan distinta que dos personas pueden tener de los éxitos y los fracasos de la vida, incluso aunque se parezcan mucho entre sí, sean conscientes de ello y quieran o no reconocerlo. Además, la narración incluye un montón de giros, sorpresas y mucho sentido del humor. Para mí, esta película es la versión del siglo XXI de un rodaje clásico».

Dobkin afirma que el papel de Hank Palmer no solo se concibió teniendo a Robert Downey Jr. en mente, sino que, para él, ni siquiera se barajó alternativa alguna al actor: «Había conocido a Robert un año antes, y congeniamos muchísimo. Cada vez que tengo tan buenas vibraciones con un actor al que admiro, mi subconsciente empieza a buscar o a idear un proyecto en el que creo que podría encajar a la perfección. Por eso, en cuanto esta película empezó a asomar por mi cabeza, Robert siempre estuvo incluido en ella».

Copytight del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.