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«Dune, la leyenda» (2000), de John Harrison

La novela Dune, escrita por Frank Herbert, es uno de los clásicos indiscutibles del género y aparece invariablemente en todas las listas que regularmente se elaboran con los imprescindibles de la ciencia ficción.

Frank Herbert comenzó su carrera como periodista y, de hecho, la idea de Dune surgió de un artículo que se le encargó a finales de la década de los cincuenta acerca de la ecología de las dunas de Oregón. Fascinado por el tema, investigó con mayor profundidad de lo que aquel artículo exigía y, finalmente, tomó cuerpo la idea de una novela en la que integrar lo que había aprendido.

Dune apareció publicada en la revista de ciencia ficción Analog en forma de dos novelas cortas, Mundo Dune (1963-1964) y El profeta de Dune (1965) antes de ser recopiladas ambas en un solo volumen en 1965. En el libro se dan cita la mayor parte de los temas subyacentes en toda la ficción de Herbert: la futura evolución de la humanidad, la defectuosa naturaleza del superhombre y, sobre todo, la ecología y el medio ambiente, una materia sobre la que el autor también escribiría libros de no ficción. Dune integra todos esos elementos en un complejo argumento de tintes épicos inspirado en la historia del Imperio Romano y el personaje de Lawrence de Arabia, el carismático espía inglés que reunió a las tribus beduinas para luchar juntas contra los turcos durante la Primera Guerra Mundial.

Desde su publicación, el libro se ganó el incondicional favor de críticos y público, acumulando todo tipo de premios. A aquella primera novela le siguieron varias secuelas de inferior calidad aunque no del todo desprovistas de interés. Tras la muerte de Herbert en 1986, su hijo Brian ha explotado sin piedad el universo creado por su padre, firmando toda una serie de precuelas de tono rutinario y licenciando diversas traslaciones a otros medios, como juegos de rol o de ordenador, una hazaña comercial de la que pocas novelas de ciencia ficción pueden presumir. Pero lo cierto es que ninguna de todas sus continuaciones y derivados pueden resistir la comparación con la primera entrega. Y es que Herbert tenía ideas muy interesantes, pero tendía a insertarlas en argumentos excesivamente enrevesados que a menudo resultaban difíciles de leer.

La adaptación de Dune a la pantalla fue acariciada durante años, pero parecía casi un proyecto maldito. A mediados de los setenta, Alejandro Jodorowsky trabajó en una grotesca y muy libre adaptación del libro a partir de un guión de Dan O’Bannon y diseños de H.R. Giger. Después, los derechos pasaron a Dino de Laurentiis, que mantuvo conversaciones con Ridley Scott para dirigirla. Sin embargo, la complejidad de la empresa –tanto por el retorcido argumento como por la cantidad de temas a tocar (ecología planetaria, política intergaláctica, culturas alienígenas…) y los efectos visuales necesarios– dio al traste con el intento. Finalmente, sería David Lynch el que, en 1984, se responsabilizaría de la adaptación, trabajo universalmente denostado en términos de fidelidad al libro, aunque no exento de momentos visualmente impactantes.

Dieciséis años más tarde llegó esta miniserie, una de las varias adaptaciones de obras literarias clásicas del género fantacientífico encargadas por el Sci–Fi Channel norteamericano (las otras fueron Mundo Río y Terramar ).

El proyecto fue producido por New Amsterdam Entertainment, la compañía fundada por Richard P. Rubinstein tras su separación de George Romero. Rubinstein confió las labores de guionista y director a John Harrison, antiguo ayudante de dirección y actor en varios films de Romero (Creepshow, El día de los muertos) antes de debutar como realizador en varios episodios de Historias del Más Allá (1983-1988) y la película derivada de dicha serie (1990). Harrison trabajó en la televisión de forma esporádica durante los noventa hasta que Rubinstein le eligió como responsable de esta miniserie.

El emperador Padishah ha nombrado a la Casa Atreides protectora del desértico planeta Arrakis, conocido no oficialmente como Dune. Arrakis es el único lugar conocido en el universo donde puede encontrarse la especia, una sustancia que permite a los Navegadores del Cabildo orientarse en el espacio y pilotar las astronaves. Sin la especia, el Imperio se colapsaría.

La elección de la Casa Atreides como administradores de tan valioso recurso ha ofendido profundamente a sus enemigos ancestrales, la Casa Harkonnen, cuyo líder, el Barón Vladimir Harkonnen, empieza a planear su venganza. Mientras tanto, en Arrakis, Paul, el hijo del Duque Leto Atreides, se siente fascinado por la cultura de los nativos, conocidos como Fremen y perfectamente adaptados a la peligrosa vida del desierto.

Finalmente, el Barón, con ayuda de un traidor cercano al Duque, ocupa el planeta y asesina a los miembros de la Casa Atreides, pero Paul y su madre, Jessica –miembro de la orden religiosa matriarcal Bene Gesserit–, huyen al desierto y consiguen ser acogidos por los Fremen.

Bajo la influencia de la especia, Paul empieza a descubrir sus poderes hasta entonces ocultos, producto de las manipulaciones genéticas de las Bene Gesserit. Adoptando el nombre de Muad’Dib, Paul organiza a los Fremen para convertirlos en un poderoso ejército con el que enfrentarse a los Harkonnen.

La película de David Lynch se apoyaba en la exuberancia visual. En comparación, esta producción televisiva es mucho más modesta. Pero aunque la aproximación de Harrison sea poco pretenciosa, ello ayuda a resaltar las virtudes de la historia original en mucha mayor medida que la condensada e insatisfactoria versión que fue la película. Todos los elementos del libro –desde la cultura Fremen, sus costumbres y creencias, hasta la enredada política imperial– están presentes y reciben la necesaria atención. El director/guionista no renuncia a incluir momentos de tensión dramática de factura visual espectacular, como el gusano de arena devorando al minero; o el cazador-buscador que penetra en el dormitorio de Paul, pero lo hace insertándolos adecuadamente en la historia.

De todas formas, Harrison sí efectúa cambios respecto a la novela, siendo el más llamativo de ellos el mayor protagonismo que se otorga tanto a Feyd Rautha como a la Princesa Irulan, que en el libro eran personajes marginales que sólo cobraban importancia hacia el final. Ambos son retratados como individuos de fuerte personalidad, especialmente la Princesa (interpretada por la bella Julie Cox), aquí más astuta y resuelta que la imaginada por Frank Herbert.

Los dramas familiares que rodean a ambos y a Paul, todos ellos vástagos de las principales familias involucradas en la intriga, funcionan como fondo sobre el cual se desarrolla la historia principal.

John Harrison dedica también una considerable cantidad de tiempo a las escenas en las que intervienen los Fremen, explicando los pormenores ecológicos que la versión de David Lynch obvió. Como resultado, obtenemos el retrato de una verdadera cultura alienígena, viva y verosímil. Por el contrario, por alguna razón el director decide marginar a la orden de las Bene Gesserit como figuras especialmente intrigantes de este drama galáctico. Tampoco se hace mención al concepto de Mentat, humanos que reemplazaron a las computadoras en el anti–tecnológico futuro imaginado por Herbert; o al uso de armas nucleares por parte de los Atreides con el fin de ganar el conflicto.

Con todo, Harrison hace un trabajo absolutamente meritorio, dramático, sólido coherente y, sobre todo, fiel a la obra de Herbert. Puede que la película de 1984 tenga un estilo visual más llamativo, pero en términos de historia y narrativa, la miniserie es mucho más recomendable.

Los diseñadores realizaron un claro esfuerzo para evitar asociaciones visuales con el Dune de David Lynch y, aunque no siempre lo consiguieron, el resultado reviste una indudable belleza. Giedi Prime está construido a base de rojos y bronces bizantinos; el planeta imperial Secusa Secundus tiene un estilo florentino basado en los tonos azules mientras que la cultura Fremen funde elementos propios de los beduinos con tecnología futurista.

Otros aspectos de la película que hubieran proporcionado excelentes posibilidades estéticas quedaron apartados, probablemente debido tanto a la imposibilidad de encajar su desarrollo argumental en el metraje disponible como a un insuficiente presupuesto. Los enigmáticos Navegadores del Cabildo, por ejemplo, aparecen sólo muy brevemente y la escena en la que aquéllos curvan el espacio para trasladar la flota Atreides a Arrakis es lo suficientemente grandiosa como para dejar al espectador con ganas de más.

Siendo una serie de televisión y careciendo del presupuesto de una superproducción, se recortaron costes prescindiendo del rodaje en el desierto y reconstruyendo dicho entorno en un estudio de la República Checa a base de toneladas de arena y grandes pinturas de fondo. En ocasiones, el truco resulta obvio pero la inteligente iluminación y la aplicación de una rica gama de colores en la fotografía (a cargo del genial Vittorio Storaro) consiguieron imbuir a las escenas de cierta calidad abstracta, especialmente aquellas que narran el viaje de Paul y Jessica por el desierto.

Los efectos especiales dependen siempre en gran medida del presupuesto disponible además del talento de sus responsables, y aunque Harrison tenía menos dinero para este apartado que David Lynch en su película, tenía la ventaja de que para entonces los efectos digitales ya resultaban accesibles, técnica y financieramente, para una serie de televisión. Así, el equipo a cargo de este aspecto de la producción consiguió algunos momentos sobresalientes que en nada tenían que envidiar a la versión de 1984, como la primera aparición de un gusano de la arena, surgiendo con violencia del suelo con su horrible boca abierta y dispuesta a engullir la nave del Duque Atreides.

Por su parte, los encargados de vestuario dejaron volar su imaginación hasta límites que bordeaban lo aceptable: las Bene Gesserit llevan un tocado que parece envolverles la cabeza en grandes conchas de seda y la Princesa Irulan luce atuendos tan variados como sorprendentes, uno de ellos un vestido con mariposas de plástico cosidas en él.

Donde más pegas se le puede poner a la miniserie es en el casting, especialmente el de Ian McNeice como el Baron Harkonnen. Su interpretación del villano es la de un obeso pederasta de modales afectados que transmite más degeneración que sensación de amenaza y que hace poco honor a la calculadora inteligencia del personaje literario. Otra decepción la constituye la elección de Saskia Reeves para encarnar a Lady Jessica, la madre de Paul. No es que la actriz haga un mal trabajo, pero éste carece del misterio, la elegancia y el poder latente que el personaje tenía tanto en el libro como en la versión cinematográfica (donde era interpretada por Francesca Annis).

Por otro lado, el actor escocés Alec Newman da vida a Paul Atreides, al que dota de sutileza y sensibilidad en su viaje iniciático hacia la madurez, desde el inteligente y algo malcriado joven del comienzo hasta el mesías carismático acosado por sus visiones. Ya comentamos también más arriba la mayor relevancia que en esta miniserie juega la Princesa Irulan respecto al libro. Julie Cox interpreta a la hija del emperador como una joven de aguda inteligencia que se niega a amoldarse a lo que se espera de ella. Para los papeles de reparto, especialmente los Fremen, John Harrison eligió a muchos actores de habla no inglesa, sobre todo alemanes y checos, acentuando de esta forma la impresión alienígena del pueblo morador de las arenas de Arrakis. Los dos principales son Uwe Ochsenknecht, que interpreta Stilgar, jefe de la tribu, un personaje noble y digno; y Barbora Kodetova en el papel de Chani, una joven resuelta y fuerte.

La miniserie tendría una continuación en 2003, Hijos de Dune que, como en las secuelas escritas por el propio Frank Herbert, abandonaría en buena medida la recreación de la vida y la ecología de Arrakis para centrarse en las retorcidas conspiraciones en las que se ven envueltos los personajes.

Dune es una buena miniserie de ciencia ficción, cuyo guionista/director supo aprovechar al máximo las fortalezas de la historia original en la que se basa, sacar partido de la tecnología de efectos visuales y el presupuesto disponibles y dirigir la acción y el trabajo de los actores con pulso y competencia. Muy recomendable tanto para los que disfrutaron con el libro como para aquellos que, sin leerlo, quieran ver una historia de ciencia ficción entretenida y con mayor profundidad de lo habitual.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".