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Crítica: «El amor en su lugar» («Love Gets a Room», 2021)

La historia que nos cuenta esta fabulosa película tiene tres niveles. El primero es una impresión del gueto de Varsovia en enero de 1942, que expresa, con una certeza absoluta, el vértigo moral de aquellos días.

El segundo nivel nos sitúa en un teatro del gueto, donde se representa una comedia musical. Tanto el público como los actores son judíos, víctimas potenciales de los nazis, pero la función debe continuar, porque en eso consiste la magia del teatro: poco más o menos, una realidad postiza que nos atrapa desde otra dimensión.

Tercer y último nivel de la historia: las emociones reales de esos actores son llevadas al límite por dos sentimientos extremos ‒el amor y la lucha por la supervivencia‒, que a su vez dialogan con lo que sienten sus personajes ficticios en la obra teatral.

Todo lo que acabo de señalar está en este film poliédrico y conmovedor, en el que danzan esas vidas múltiples, lo bastante atractivas como para que nos pongamos en la piel del público que asiste a su representación. Una audiencia aterida por el frío, hambrienta, angustiada por la crueldad de los nazis. Y acaso convencida de que una buena comedia puede salvar al mundo, aunque el hechizo solo dure un par de horas.

En El amor en su lugar hay pasión, alegría, suspense, ternura, redoble de conciencia, miedo, peligro y una música bella y sofisticada que nos transporta a otros tiempos.

Sin embargo, detrás de ese alarde hay mucho que contar, previo al rodaje. Para empezar, el hallazgo por parte del escritor David Safier de esa comedia del autor polaco Jerzy Jurandot, que se estrenó en el Teatro Femina, en el corazón del gueto, y que ahora forma parte de la película.

Safier escribió un borrador inicial, cuyas posibilidades atrajeron al productor Adrián Guerra, que levantó el proyecto y lo puso en marcha junto Rodrigo Cortés. La complicidad entre ambos ‒no lo olvidemos‒ viene de lejos y se concretó previamente en títulos como Buried (2010), Emergo (2011), Luces rojas (2012), Grand Piano (2013) y Blackwood (2018).

Sin embargo, todo eso, siendo importante, solo adquiere sentido tras la suma de otras aportaciones: la fotografía de Rafael García, el diseño de producción de Laia Colet, el vestuario de Alberto Valcárcel, los efectos de Alex Villagrasa… A lo que se añade el inspiradísimo (y doble) trabajo del músico Víctor Reyes a la hora de reinventar el musical de Jurandot y dotar de tensión al resto de la trama.

Dejo para el final el esfuerzo de Rodrigo Cortés como guionista, y asimismo, como director y montador. Sin duda, Cortés cuenta con un elenco bien elegido ‒Clara Rugaard, Ferdia Walsh-Peelo, Magnus Krepper, Freya Parks, Jack Roth, Henry Goodman, Dalit Streett Tejeda y Anastasia Hille‒ y sabe cómo guiar a cada uno de los actores en este laberinto psicológico. El resultado es un trabajo actoral soberbio, que vibra dentro de una escala de grises ente la comedia y el drama, dos géneros por los que el director se mueve con evidente soltura.

Su virtuosismo narrativo incide, inevitablemente, en lo que ve el espectador: una película compleja y a la vez amena. Tradicional y moderna. Desinhibida y agobiante. Amarga y esperanzadora… Tan ambiciosa en su búsqueda de experiencias humanas que a uno, felizmente, le cuesta encuadrarla dentro de una fórmula determinada.

Lo peculiar del caso es que, gracias a la microprecisión de Cortés, El amor en su lugar es un film que maneja emociones muy genuinas, y además lo hace con una bondad y un encanto que reconcilian al público mayoritario con valores propios del cine clásico.

No he dicho ‒pero lo añado ahora‒ que esta es una de esas películas hechas para perdurar y no ser olvidadas. Y la verdad, en días como los que corren, eso se agradece.

Sinopsis

Enero de 1942, 400.000 judíos de toda Polonia llevan más de un año confinados por los nazis en un estrecho gueto en mitad de la ciudad. Nadie puede entrar o salir de su perímetro. Fuera del muro, la vida sigue adelante. Dentro, sin embargo, sus habitantes mueren de enfermedad, hambre, frío. Y tratan de encontrar algún estímulo que les recuerde que siguen vivos…

Stefcia es una de esas jóvenes que, entre tanta desolación, intenta sujetarse a algo: de noche recuerda que aún es actriz, como antes de la guerra, y trata de llevar alguna esperanza a sus compatriotas en el teatro Fémina, al que acuden desde los habitantes más pobres del gueto (que ocupan, claro, los peores asientos) a los más acaudalados, los funcionarios, los miembros del Consejo Judío, la policía del gueto…

Stefcia descubre que Patryck, el joven actor y autor de la obra que va a representarse esa noche, El amor busca apartamento, aún no ha llegado al teatro. Sí lo han hecho el resto del reparto: Zylbermann, veterano de rostro agradable, pero fondo turbio, Irena, actriz madura y de duro carácter, Ada, profesional y exigente, Niusia, con un novio en la resistencia, que reparte pasquines cuando no debe, Edmund, el amor de Stefcia, enérgico siempre, siempre optimista, y Sara, la hermanita de Edmund, dulce y frágil. Enferma.

Por fin aparece Patryck, sólo unos segundos antes de que se alce el telón. Alterado y sudoroso. No aclara de dónde viene, y en el gueto nadie hace más preguntas de la cuenta. Comienza la obra…

El amor busca apartamento es una obra musical que cuenta cómo dos jóvenes parejas del gueto se ven obligadas a compartir habitación por un error burocrático. Y cómo, entre canción y canción, acaban cruzando amores, como si la vida se hubiera equivocado al emparejarlos y aún pudieran corregirlo. Los espectadores ríen y aplauden, se emocionan con las canciones y bailes, celebran los chistes sobre la vida en el gueto (más llevadera durante un par de horas, aunque ni sacar las manos para aplaudir puedan, a causa del frío)…

Pero el verdadero drama se da entre bambalinas mientras la representación sigue adelante.

El amor busca apartamento, de Jerzy Jurandot, se estrenó en el Teatro Femina del gueto de Varsovia el 16 de enero de 1942, y se representó allí durante cuatro semanas, cinco meses antes del inicio de las deportaciones. De las 400.000 personas que vivieron en el gueto, sólo 50.000 sobrevivieron al final de la guerra.

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Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de sinopsis e imágenes © Nostromo Pictures, A Contracorriente Films. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.