Amanece pausadamente. Azul otoñal sobre el skyline de un Londres silueteado en la distancia. Música sostenida, aplicada como una pincelada tenue sobre un lienzo celeste y dócil. El reflejo de un hombre joven emerge anaranjado en el cristal de la ventana, se solapa sobre la ciudad. Sus improntas se funden como dos fantasmas.
Desconocidos es una historia de fantasmas. Aquellos que quedan estancados en el alma. Sin duelo, sin despedida, sin respuestas.
Adam es un joven solitario, inmerso en su exilio emocional y al abrigo de su apartamento silencioso. Su curiosidad le lleva una noche a buscar desde la calle la ventana de un joven que vive en su mismo edificio. Sus miradas se cruzan. Harry no tardará en presentarse. Se insinúa, se reconocen. ¿Quieres tomar algo?… Otro día, quizá. Cautelosamente, entre caricias tímidas y confesiones susurradas, Adam y Harry se hacen amantes. Sus brazos torpes, sus bocas sofocadas, sus cuerpos ávidos, se enlazan suavemente en un paisaje de apacibles primeros planos de carne íntima, entre el sigilo de las paredes cómplices, y el tibio oleaje de algunas canciones estremecedoras.
Suenan Frankie Goes To Hollywood, The Housemartins… Canta Alison Moyet “Is this love?”. ¿Esto es amor, Adam? Para Adam el amor es un dibujo emborronado y descolorido, inacabado, guardado en un cajón de la infancia, en un hogar que ya no existe.
Harry tiene las cosas más claras respecto a su identidad sexual, y se reconoce como queer, no como gay. Hay una diferencia, le explica a Adam: el apelativo gay es un estigma impuesto, sin embargo, queer es un estatus elegido. Adam nunca acabó de saltar esa barrera que Harry le señala. Nunca pudo exponer su homosexualidad al juicio ni al resguardo de sus padres. Inhibió su condición en su infancia, y tras la muerte de estos cuando él sólo contaba doce años, no pudo más que convertirse en un superviviente, reprimido y huérfano de soluciones. Y todos aquellos fantasmas se le pudrieron dentro.
Adam trata de escribir sobre sus padres. Sobre él y sus padres. Intenta rellenar los vacíos de una memoria incompleta castrada de recuerdos. Viaja a la ciudad de su infancia. Encuentra la casa familiar gracias a una fotografía que aún conserva. Y en ella habitan, atemporales, sus padres aún jóvenes, tan jóvenes como él mismo hoy día, cincelados en la atmósfera estancada y cálida del salón. Vivos de nuevo, aún, para él. Abrazos, sonrisas, nuestro hijo ha vuelto. Un té en la cocina, un vinilo de Erasure, posters en las paredes. Confesiones que nunca brotaron abriendo dolores añejos. Ásperos traumas indigestos emergen de agostadas vísceras, y cobran forma de carne rota pintada de carencia y miedo.
Fantaseando restauraciones, Adam va descubriendo poco a poco las grietas que quedaron sin nombre, los desperfectos parcheados nunca reparados. Lágrimas infantiles no atendidas. Un padre ausente al otro lado de la puerta, de la soledad, del llanto. Nunca entró. Una madre que no quiso ver. Reproches, incomprensión, vergüenza. Almas rotas desnudas, soñando cauterizar heridas. Sus padres han vuelto a sus ojos para dar alivio a su corazón, para reconocer, para pedir aquel caduco perdón que murió sin palabras dichas. ¿Fue así, lo hubiera sido alguna vez? Adam garabatea a ciegas los capítulos postreros no escritos de una biografía truncada en una curva del tiempo.
Adam reconstruye una ruina sepultada en prejuicios y silencios, rescatando aún indemnes y frescos algunos de los bienes intangibles más preciados. O más bien su espectro, o el deseo soñado de un recuerdo abortado llamado comprensión.
La fantasmagoría familiar alcanza su apogeo una noche de navidad ensoñada. Pet Shop Boys impacta estético contra el pardo papel pintado de la salita. “Always on my mind” estalla pleno de significado, siempre estuviste en mi mente, tal vez no te abracé todos esos solitarios, solitarios momentos. Un abeto iluminado arropa de amor y fiesta, una familia brilla de nuevo. Y la foto fija del gran instante feliz que vale por toda una vida no vivida. Una catarsis multicolor, restallante, eléctrica, definitivamente inasumible.
Adam abre con rubor sus pétalos púberes, los despliega carnosos, bellos. Se le marchitan. Se los vuelve a coser muertos. Mientras Harry abraza, alumbra, ofrece, se frustra. Adam es un cuarto clausurado, un pasillo pintado de añil, un grito hacia adentro. Trenes que van y vienen, que se pierden en los márgenes de los mapas y del calendario, entre náuseas y desconsuelo. Peter Pan nunca voló, y busca eternamente entre las tinieblas su sombra.
Desconocidos es un poema en prosa de una sensibilidad lacerante, una colección de cristales rotos clavados en los órganos vitales del alma. Es un sueño que busca en el fondo del baúl -traspapelados entre los residuos del tiempo-, la memoria, el amparo, la aceptación; devolver la vida a los raíles, hilvanar las costuras desgarradas, conformar los mundos no nacidos, fijar a la eternidad aquel instante de pijama infantil en la cama de los padres, al cobijo de sus cuerpos seguros y calientes.
Andrew Scott es Adam. Paul Mescal es Harry. Ambos brillan en sus papeles como luciérnagas en una noche sin luna. Andrew Haigh dirige esta quebradiza joya, asistido por las musas amigas de Kieslowski, de Haneke, de David Lynch. Y tú y yo tenemos la fortuna de contemplar este delicadísimo óleo sobre lienzo en el que tan raras veces se transforma una pantalla de cine.
Sinopsis
Una noche, en su torre casi vacía del Londres actual, Adam (Andrew Scott) tiene un encuentro casual con un misterioso vecino, Harry (Paul Mescal), que pone patas arriba el ritmo de su vida cotidiana. A medida que va surgiendo una relación entre ellos, a Adam le preocupan los recuerdos del pasado y regresa a su ciudad natal y al hogar de su infancia donde sus padres (Claire Foy y Jamie Bell) parecen estar vivos, tal y como lo estaban el día de su muerte, 30 años antes.
Searchlight Pictures presenta Desconocidos en asociación con Film4 y TSG Entertainment, una producción de Blueprint Pictures, producida por Graham Broadbent, Pete Czernin y Sarah Harvey. Escrita y dirigida por Andrew Haigh e inspirada en la novela Strangers de Taichi Yamada, la película está protagonizada por Andrew Scott, Paul Mescal, con Jamie Bell y Claire Foy. La fotografía es obra de Jamie D. Ramsay, SASC, con diseño de producción de Sarah Finlay, diseño de vestuario de Sarah Blenkinsop, y peluquería y maquillaje de Zoe Clare Brown. El montador es Jonathan Alberts, ACE, con música de Emilie Levienaise-Farrouch.
Copyright del artículo © Fernando Mircala. Reservados todos los derechos.
Copyright de imágenes y sinopsis © Searchlight Pictures, Film4, TSG Entertainment, Blueprint Pictures, The Walt Disney Studios. Reservados todos los derechos.