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«Stranded (Náufragos)» (2001)

España nunca ha sido terreno abonado para la ciencia-ficción dura. Quizá es una consecuencia de la escasa formación general e interés en el campo científico y técnico de que adolece nuestro país.

Si no hay público para ello, tampoco habrá editores que la favorezcan ni, por tanto, autores dispuestos a cultivarla; o, si lo hacen, capaces de vender sus historias. El valenciano Juan Miguel Aguilera, uno de nuestros mejores escritores en el género, es alguien muy capaz de abordar esta difícil vertiente de la ciencia-ficción. Ya lo demostró en el conjunto de relatos englobados en el universo de Akasa-Puspa, escrito en parte junto a Javier Redal, unas novelas que conseguían mantenerse con éxito en la frontera entre la ciencia-ficción dura y la space opera (un subgénero este que habitualmente soporta una superabundancia de artefactos pseudocientíficos capaces de hazañas en clara colusión con el actual conocimiento).

Náufragos da un paso más allá. Aquí no encontramos ordenadores inteligentes, naves con motores hiperespaciales o futuros lejanos. Todo lo contrario, esta historia es ciencia y tecnología pura y dura, sin exageraciones. A comienzos del siglo XXI, el consorcio NASA-ESA selecciona y adiestra a un conjunto de profesionales en distintos campos que formarán parte de la primera expedición humana a Marte. Una tripulación multinacional compuesta por un planetólogo, una médico, un exobiólogo, un ingeniero y tres pilotos emprenden el largo viaje de 26 meses que les situará en la órbita del planeta rojo para luego descender a su superficie en una lanzadera.

Sin embargo, en pleno descenso, los ordenadores se colapsan y el módulo se estrella, dejándolos varados en el desierto marciano a decenas de millones de kilómetros de la Tierra, encerrados en un pequeño espacio con atmósfera artificial y abandonados a sus propios y escasos medios. Nadie vendrá a rescatarles. El aire, el agua, los alimentos y la energía son limitados y nada de ello se puede obtener del hostil ambiente marciano. Es entonces, enfrentados a la muerte, cuando se ponen a prueba no sólo sus conocimientos, sino su temple, calidad humana y ansia por sobrevivir. Algunos de ellos ya habrán muerto para cuando descubran que Marte guarda muchos más enigmas de lo que hasta ahora pensábamos.

El propio Aguilera afirmó que Náufragos trataba sobre «la locura y el sentido de la maravilla». Y con locura se refería a esa voz que ha no ha parado de susurrar al oído del hombre impulsándole a viajar a lugares remotos y peligrosos, a llevar un paso más allá la línea que marca la última frontera.

A veces su objetivo era el enriquecimiento y el ansia de poder, pero en muchas otras la motivación ha nacido del ansia de saber, la curiosidad por lo desconocido y la persecución de un sueño creado por la imaginación, propia o ajena. Este poder evocador de los relatos, su capacidad de inspiración para los viajeros, es homenajeado por Aguilera a través de uno de sus personajes, el geólogo Herbert, que reconoce que sus sueños de llegar a Marte nacieron de sus lecturas infantiles delos relatos de Barsoom escritos por Edgar Rice Burroughs. El mismo Herbert es el que, con su optimismo y sus ansias por vivir, insufla ánimo a los demás, simbolizando el deseo indomable del ser humano por imponerse a un entorno hostil.

El libro interesará a cualquier aficionado a la ciencia-ficción dura y/o interesado en los viajes espaciales factibles. La dinámica del viaje espacial, la vida a bordo, la física, la ingeniería, la biología, los problemas que pueden surgir y su posible resolución… todo está apoyado en una aproximación irreprochable a la ciencia en el estadio en el que hoy la conocemos. Los personajes están en general bien construidos y cuentan con rasgos diferenciados que les permiten interactuar entre sí y reaccionar de formas distintas y creíbles ante los dramáticos acontecimientos que han de enfrentar.

El relato se va desenvolviendo con agilidad, pero el problema es que carece de un clímax dramático y un final propiamente dicho. Cuando los supervivientes encuentran los restos de una antigua civilización marciana, deambulan de aquí para allá por las ruinas y corredores maravillándose de todo ello pero sin lograr encontrar una explicación a lo que ven. No saben qué es lo que contemplan, por qué está allí y cuál fue la razón de su decadencia y destrucción. Desde luego, esto es la posibilidad más realista: no podríamos esperar entender nada de una civilización ajena a todo lo que conocemos con sólo un par de paseos; como mucho, elaboraríamos teorías basadas en nuestra experiencia como humanos lo que, probablemente, no nos acercaría demasiado a la verdad. Sin embargo, en este caso, lo que resulta coherente y verosímil en la vida real también impide que la ficción tenga una resolución adecuada y satisfactoria. La peripecia finaliza de forma totalmente abierta, porque sí, porque el autor ya no tenía nada más que contar, nada nuevo que añadir, sin aclarar ni uno solo de los enigmas que se plantean ni resolver el destino de los supervivientes.

Y he aquí, ¡sorpresa!, que este libro no es sino la novelización del guión –escrito por el propio Aguilera– de una película española rodada en Hollywood (interiores de la nave), Valencia (los túneles marcianos) y Lanzarote (el planeta Marte) dirigida por María Lidón (que firma la realización como «Luna»).

Por desgracia, el resultado final que se obtuvo fue muy inferior al de la novela (coescrita por Eduardo Vaquerizo) a pesar de la participación de actores habitualmente tan competentes como Vincent GalloJoaquim de Almeida y María de Medeiros. Fue un buen intento: rodar una película española de ciencia-ficción realista, alejada de los aspavientos y fuegos artificiales propios de muchas cintas de Hollywood. Y hacerlo en Estados Unidos, en inglés y con actores internacionales. Pero se quedó en eso, en intento.

El guión, sin duda, permitía haber conseguido un resultado final mucho más brillante. Para empezar, al prescindir de la acción trepidante y el predominio de lo visual, lo único que quedaba para enganchar al espectador eran los personajes, sus diálogos, las relaciones entre ellos, la transmisión al espectador de sus emociones. Y ello entraña mucha más dificultad que la creación de efectos especiales llamativos, dificultad que el film no supera. Para empezar, todo el preámbulo al viaje desarrollado en la novela, en el que se nos revela el origen, personalidad y motivaciones de los protagonistas así como el proceso de selección, adiestramiento y viaje propiamente dicho– lo que resultaba fundamental para poner de manifiesto su humanidad y su cercanía al lector a través de sus defectos y temores–, se elimina totalmente en la trasposición cinematográfica, por lo que los actores acaban interpretando versiones simplificadas de los protagonistas literarios, perdiendo por el camino profundidad y agudeza.

El ingeniero Luca Baglione (interpretado por Vincent Gallo), por ejemplo, es el personaje más carismático del libro, un genio tecnológico con un cerebro privilegiado que, al mismo tiempo, adolece de severas carencias emocionales. Los diálogos que tiene el ingeniero en la película, por el contrario, se limitan a indicarnos que se trata de un presuntuoso maleducado. Por otra parte, la trama del film finaliza antes incluso que en el libro, sin profundizar siquiera mínimamente en los enigmas marcianos que hallan los protagonistas de la novela.

Al plano tratamiento que reciben los personajes no contribuye una dirección de actores a todas luces mediocre. Joaquín de Almeida y Vincent Gallo se limitan a cumplir. María de Medeiros no se desprende en toda la película de una actitud lloriqueante y perpetuamente asustada. Los peores, con diferencia, son Daniel Aser (el géologo Herbert), María Lidón (que añade a las labores de dirección la interpretación de la piloto española Susana) y Johnny Ramone (este último en el breve papel de Lowell, el piloto que permanece en la órbita marciana), que parecen estar totalmente fuera de lugar: ante la catástrofe sucedida y las terribles decisiones que han afrontar para sobrevivir no varían su pétrea expresión ni aportan matiz alguno a sus voces. Son interpretaciones mecánicas que estropean el ya justo trabajo del resto del reparto y que empeoran aún más por culpa de un doblaje anodino y monótono. Así, al no ser capaz el grupo de supervivientes de, con sus rostros, sus ademanes, sus voces, sus diálogos, transmitir reacciones emocionales con las que el espectador pueda empatizar (angustia, miedo, desesperación, desconfianza, inseguridad) la película fracasa estrepitosamente, más aún si tenemos en cuenta que buena parte del presupuesto fue a parar al pago de los honorarios del selecto grupo de actores.

El descalabro se agrava por cuanto los defectos en el desarrollo del guión y la mediocre interpretación no pueden compensarse siquiera parcialmente con una mayor osadía en el aspecto visual. Y es que Náufragos arrastra en este campo cierto aire de serie B. Evidentemente, el presupuesto no daba para más y el dinero asignado a efectos especiales se agotó en las tomas iniciales de amartizaje y en la bella pero breve escena final en la que un espectacular travelling–zoom nos transporta de un rincón del Valle Marineris hasta el espacio.

El responsable de la fotografía, el argentino Ricardo Aronovich (ganador de un Oscar), se limita a colocar filtros amarillos y anaranjados que intentan recrear la rojiza atmósfera marciana. Pero no es suficiente. Los paisajes volcánicos de Lanzarote que pretenden pasar por las planicies y valles marcianos no acaban de transmitir la grandiosidad de las impresionantes formaciones de ese planeta. El interior de la lanzadera parece sacado de un avión comercial de hace treinta años, la menor gravedad del planeta no se ve por ninguna parte y los pasillos y corredores marcianos no tienen un aspecto particularmente alienígena además de estar mal fotografiados. La ciencia-ficción sigue siendo un género que suele requerir cierta competencia –y dinero– para contar sus historias de forma convincente, especialmente si la historia transcurre en otro planeta.

Además, el montaje es insulso y algo lento (los planos subjetivos de las cámaras incorporadas a los trajes llegan a ser bastante cargantes), sostenido por una música que no cumple su papel de realzar la emoción de los momentos más relevantes. En resumen, una producción con más pretensiones que resultados, anquilosada y gris, lo cual no deja de ser una lástima dado que se trató de un intento sincero de introducir en el reiterativo cine español un género hasta entonces marginado.

A pesar de su poco gratificante final, la novela de Aguilera es una de las obras marcianas más competentes que se han publicado en la ciencia-ficción. Su insustancial traslación cinematográfica, no obstante, es perfectamente prescindible.

Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".