Sabiendo a estas alturas de la vida que todo universo complejo tiende al caos y a la confusión, no se me ocurre mejor forma de aproximarse al MCU que de este modo: con una comedia atiborrada de homenajes, cameos y miradas alternativas a lo que Marvel nos ha brindado desde los años noventa del siglo pasado.
Deadpool y Lobezno puede verse como una sátira desmadrada o como el inevitable encuentro (encontronazo) entre dos figuras tan opuestas, y a la vez tan complementarias, como Deadpool (Ryan Reynolds) y un Lobezno (Hugh Jackman) en horas bajas, con una mochila demasiado pesada como para soportarla en solitario.
Los fans más complacientes de los cómics Marvel y de su reflejo en la pantalla necesitan pocos alicientes para disfrutar de este festival de chistes, secuencias de acción y rupturas de la cuarta pared. Junto a ellos, los destinatarios de la cinta de Shawn Levy son, o eso parece, los espectadores que, quizá por simple veteranía, empiezan a considerar que el cine de superhéroes empieza a ser tan repetitivo como predecible.
Aunque toda la maquinaria de Disney está puesta al servicio de esta producción, la gracia del asunto es que el film es una carta de amor a la etapa Fox de Marvel. Sobre todo, a los mejores momentos de Jackman dentro de la serie X-Men.
Pero eso no quiere decir que sea un producto benévolo y obsequioso. El bueno de Deadpool entra como un hooligan en la línea de tiempo cósmica del MCU y pone en marcha un extraño artificio narrativo, en el que centrifugan tebeos como Lobezno: El viejo Logan, teleseries como Loki y un sinfín de largometrajes que no citaré para no dar pistas acerca de los invitados a este espectáculo.
¿Qué debemos contar del argumento sin caer en el spoiler? Poco o nada. Digamos que Wade Wilson, antes conocido como Deadpool, es ahora un tipo desmotivado que trabaja vendiendo coches. Cuando contacta con él un misterioso británico llamado Paradox (Matthew Macfadyen), este le propone una misión que lleva a Deadpool y a Lobezno hasta un mundo árido, con reminiscencias de Mad Max, dominado por la pérfida Cassandra Nova (Emma Corrin).
Y hasta ahí puedo contar.
No dejen que nadie les revele más detalles. Si por algo es disfrutable esta película es por la infinidad de momentos en que uno mira a la pantalla y reconoce a personajes y a actores que ya forman parte indisoluble de nuestra memoria sentimental.
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