Tras la soberbia e inesperadamente sobria El luchador (2008), el director Darren Aronofsky regresa triunfal con este drama psicológico cercano al thriller y el terror. Natalie Portman deslumbra con un intenso y dificilísimo papel de prima ballerina con serios problemas emocionales.
He de reconocer que el estreno de La fuente de la vida (2006) me había hecho perder el interés en Aronofsky, un director que parecía esforzarse demasiado en ser original y posmoderno, y que había encandilado a los veinteañeros impresionables con la curiosa e intencionadamente «rara» Pi (1998) y aquella especie de versión fashion de El pico titulada Réquiem por un sueño (2000).
En La fuente de la vida, Aronofsky se abandonaba a la autocomplacencia y perseguía la trascendencia a través de múltiples imágenes simbólicas new age realmente horteras y algo bochornosas, espantando a más de uno entre los que me tengo que contar.
El luchador, en cambio, resultó ser un emotivo drama en el que se hacía más hincapié en el trabajo de los intérpretes y en los sentimientos auténticos, dejando de lado los fuegos artificiales. Se trataba de un Aronofsky maduro, que retrataba a la perfección el drama que viven los especialistas del espectáculo de la lucha libre, un entorno duro y poco agradecido, en el que los participantes se dejan la piel y la vida para ofrecer un show divertido a los fans.
Cisne negro es algo más efectista y tramposa que El luchador, pero también refleja las oscuras bambalinas de un espectáculo tan luminoso como es el ballet. Hablamos del arte más duro, en el que el espectador asiste a la transformación de unos meros humanos en seres superiores, capaces de dejar de lado las leyes de la gravedad y las limitaciones físicas del cuerpo. En el ballet, los artistas se convierten en emociones de carne y hueso, sin que desde la butaca notemos el más mínimo esfuerzo por parte de los bailarines.
Detrás de esta exhibición de extrema belleza, se esconde un mundo recio e inhóspito, en el que los cuerpos sufren un riguroso entrenamiento, y los maestros –que, generalmente, harían llorar a un sargento de los boinas verdes– maltratan a conciencia el físico y la mente de los bailarines, para que así logren sobrepasar sus capacidades mortales.
Es esta una profesión en la que la gloria suele ser casi imposible de alcanzar, y todavía más difícil de mantener. Bajo las gráciles zapatillas se esconden pies sangrantes y uñas arrancadas, y las tragedias personales abundan, sin que nadie se apiade de ellas.
Por encima de las visiones terroríficas que acosan la sufriente psique de la protagonista –algunas de ellas deliciosamente sutiles, y otras meros trucos baratos usados mil veces en el cine de terror–, lo más absorbente de Cisne negro es el retrato de ese áspero ambiente, cuyo realismo se combina muy bien con los elementos más impactantes de la película, encadenando causas y efectos de una manera fluida.
Todo ello es posible gracias a la soberbia interpretación de Natalie Portman, quien esquiva con maestría los excesos histriónicos a los que habría sucumbido cualquier otra actriz enfrentada a un papel tan extremo.
Portman no sólo aporta realismo, sino que se añade información sobre el personaje sin que nadie tenga que explicarnos nada, recurriendo a sus miradas y al lenguaje corporal, evitando los excesos propios de los intérpretes que persiguen el Oscar.
La dualidad de su personaje no se muestra de una manera extrema, al menos por su parte, y su progresión hacia la catarsis –espectacular, terrible y bella–, es lo suficientemente gradual como para que el espectador se la crea, aunque la puesta en escena se sitúe en una especie de realismo mágico y pesadillesco.
En este punto, conviene recordar que el ballet y el terror ya han tenido más de un romance en films de género tan originales y brillantes como Suspiria (Dario Argento, 1977) o La posesión (Andrzej Zulawski, 1981), obras de las que Cisne negro es digna heredera.
Podemos acusar a Aronofsky de jugar sucio, de contarnos algo que ya se ha contado anteriormente –este es otro thriller acerca de una mente perturbada–, y de recurrir a todo tipo de trucos cinematográficos para marear la perdiz, todo ello disfrazado con un traje de cine realista y serio. Pero es lo que tiene la esquizofrenia –de la protagonista, no de Aronofsky, que se sepa–: la ficción y la realidad dejan de tener significados sólidos y fronteras delimitadas.
Las sombras de Hitchcock, Polanski y Cronenberg sobrevuelan el film como ese fascinante Cisne negro que acosa a la protagonista a través de innumerables y gozosos detallitos freudianos que abundan en los escenarios y fondos en los que transcurre la acción. Estos elementos dotan de intensidad e interés la experiencia del espectador que se moleste en analizar las imágenes de esta película, un film en el fondo convencional, pero ciertamente cautivador.
Sinopsis
Cisne negro narra la historia de Nina (Portman), una bailarina de una compañía de ballet de la ciudad de Nueva York cuya vida, como la de todos los de su profesión, está completamente absorbida por la danza. Nina vive con su madre, Erica (Barbara Hershey), una bailarina ya retirada que apoya con entusiasmo la ambición profesional de su hija.
Cuando el director artístico Thomas Leroy (Vincent Cassel) decide sustituir a la prima ballerina Beth Macintyre (Winona Ryder) en la nueva producción de la temporada, “El lago de los cisnes”, Nina es su primera elección. Pero Nina tiene competencia: una nueva bailarina, Lily (Kunis), que también ha impresionado gratamente a Leroy. “El lago de los cisnes” requiere una bailarina que pueda interpretar tanto al Cisne Blanco, con inocencia y elegancia, como al Cisne Negro, que representa la astucia y la sensualidad. Nina se adecua perfectamente al papel del Cisne Blanco, pero Lily es la absoluta personificación del Cisne Negro.
Mientras la rivalidad entre las dos jóvenes bailarinas va transformándose en algo más que una encrespada relación, Nina empieza a conectar con su lado más oscuro, con una temeridad tal que amenaza destruirla.
Los desafíos de realización que implicaba Cisne negro también fueron muy similares a los que supuso la particularmente intensa producción de El luchador, incluso quizás más complicados. Tan hermético como el mundo de la lucha libre profesional, Aronofsky descubrió que el del ballet incluso podía resultar más marginal y cerrado para los ajenos a él.
Y después estaba el entrenamiento que Natalie Portman tuvo que realizar para interpretar unas escenas de ballet tan incandescentemente líricas, pues están llenas de creciente tensión y malos augurios. “El ballet es algo en lo que la mayoría de la gente empieza a formarse con cuatro o cinco años de edad, y tal y como lo llegan a vivir, transforma sus cuerpos, les transforma como personas. Contar con una actriz que no ha experimentado todo eso para interpretar convincentemente a una bailarina profesional es el mayor de los encargos. Sin embargo, gracias a su increíble voluntad y disciplina, Natalie se convirtió en una bailarina. Le supuso diez meses de enérgico trabajo, pero su cuerpo llegó a transformarse e incluso los bailarines más estrictos se quedaron absolutamente impresionados. Estoy seguro de que el trabajo físico también la conectó con el trabajo emocional”, afirma Aronofsky.
Aronofsky reclutó a una compañía de ballet dirigida por el coreógrafo Benjamin Millepied, estrella de la danza del New York City Ballet y creador de coreografías de ballet mundialmente reconocido. Aunque se trataba de su primera experiencia coreográfica para la gran pantalla, Millepied aceptó inmediatamente. “Estuve presente en todo el proceso, y los actores me sorprendieron mucho”, afirma. Millepied encontró también muy divertido participar delante de la cámara interpretando a David, el primer bailarín de la compañía.
Su tarea consistiría en tomar los momentos más importantes de “El lago de los cisnes” y coreografiarlos de manera que quedaran perfectamente integrados con la visión cinematográfica que Aronofsky quería dar a la idea de Thomas Leroy de una producción original y “revitalizada”, y que, al mismo tiempo, pudiera ser ejecutada por dos actrices que, aunque muy voluntariosas, no eran bailarinas de toda la vida.
“Para Darren era verdaderamente importante mantenerse fiel al ballet de ‘El lago de los cisnes’ real”, afirma Millepied. “Pero ambos sabíamos que era imposible formar a alguien para ser primera bailarina en seis meses, por tanto, nos esforzamos mucho en elegir movimientos concretos para Natalie y Mila que funcionaran en la película. Natalie ya había tomado clases de danza antes de conocerme y había recibido alguna formación en la infancia, pero Mila no tenía ninguna formación en absoluto. Por lo tanto, mi verdadera labor consistió en afinar sus movimientos y utilizar la coreografía para sacar de ellas lo que el filme requería. Afortunadamente, Darren posee un gran conocimiento de lo que es la danza, lo cual hizo mi trabajo mucho más fácil”.
Para Portman y Kunis supondría un intenso entrenamiento. Para ayudarlas a formarse mejor, Millepied congregó a un equipo de profesores de ballet, que incluía a la legendaria Georgina Parkinson, principal bailarina del Royal Ballet y directora del American Ballet Theatre durante 30 años, que desgraciadamente falleció justo dos semanas antes de que finalizara el rodaje de la película. También trabajaron con las actrices las profesoras de ballet Marina Stavitskaya, directora del repertorio clásico en el Manhattan Youth Ballet, y Olga Kostritzky, entre cuyos antiguos alumnos destacan Mikhail Baryshnikov y Jock Soto.
Todos ellos indujeron a Portman y Kunis a hacer cosas con sus cuerpos que no sabían que fueran posibles, y a ambas les supuso un enorme coste físico. “Me gusta mucho la danza y pensé que iba a ser muy divertido tener que bailar para hacer mi trabajo”, recuerda Portman. “No tenía ni idea de lo agotador que iba a resultar”.
El agotamiento no constituyó ni siquiera la mitad del trabajo. Tanto Portman como Kunis tuvieron que luchar contra las lesiones y el cansancio provocado por el sobreentrenamiento a contra-reloj para estar listas en el momento del rodaje. “Dos roturas de ligamento y un hombro dislocado más tarde, yo me preguntaba, ‘¿Pero qué estoy haciendo?’”, comenta Kunis entre risas.
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