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Crítica: «Buried (Enterrado)» (Rodrigo Cortés, 2010)

Buried consigue situar a Rodrigo Cortés entre los principales cineastas españoles de su generación. Con el tiempo, este thriller inteligente, divertido y estremecedor se convertirá en una auténtica película de culto.

La víctima despierta en la oscuridad. La víctima ha sido enterrada. La víctima aún está viva pero nadie parece saberlo.

He aquí uno de los argumentos clave de la literatura gótica: el enterramiento prematuro, un reflejo de pesadillas ancestrales, igual a sí mismo desde los tiempos en que Edgar Allan Poe o Guy de Maupassant lo pusieron por escrito.

En una carta enviada a su amigo Clark Ashton Smith, H.P. Lovecraft describía el problema que supone idear una historia verosímil sobre este tema en pleno siglo XX. Quién sabe. Imagino que algo así debió de pensar Chris Sparling, el guionista de Buried (Enterrado), sobre todo al descubrir que su texto provocaba en los productores –por este orden– una inmejorable impresión y el más cordial de los rechazos.

La pregunta podría quedar formulada de la siguiente manera: ¿cómo es posible rodar una aventura trepidante que transcurre, en su totalidad, dentro de un ataúd? La solución de Rodrigo Cortés ha sido atrevida. Frente a quienes creyeron que ese argumento siempre sería impopular, el cineasta español se ha salido con la suya, y ha filmado el guión de Sparling con una receta magistral.

Pese a la terrorífica intimidad de la trama –aquí el féretro es el escenario–, Cortés satisface al gran público y convierte el encierro del protagonista en un thriller frenético y adictivo. Así, a partir de varias intrigas entrelazadas, el director consagra los noventa minutos de metraje a repetir, interiorizándolas, las más duraderas lecciones de Hitchcock sobre el suspense.

Con la postguerra de Irak como telón de fondo, la película describe la lucha por sobrevivir de Paul Conroy, un transportista cuya caravana ha sido asaltada por atacantes desconocidos. Buried comienza cuando Paul, con una histeria a duras penas controlada, despierta en el interior de ese ataúd de madera. A su lado, dentro de una bolsa, encuentra una vieja linterna, una barra fluorescente y un teléfono móvil con la interfaz en árabe. Cuando recibe la primera llamada, Conroy comprende su destino: morirá si no consigue reunir un fabuloso rescate.

A partir de ahí, las cosas empiezan a ir de mal en peor.

Cortés convierte esta narración en una navaja del ejército suizo con todas las hojas abiertas. Así, Buried pasa de la épica al miedo, de la conspiración a la denuncia social, sin olvidar los detalles melodramáticos, y ajustándose siempre a un ritmo endemoniado y tenaz.

A la hora de entrevistar al director, le propongo un obvio juego de referencias en torno a su película –los cuentos de Richard Matheson, el Spielberg primerizo, Twilight Zone, ciertos rasgos de Hitchcock…–. Asiente con interés, como si fuera la primera vez que oye todo eso. Y sin embargo, más allá de su cordialidad, Cortés se revela como un jugador de ajedrez que no abandona la partida mientras quedan piezas en el tablero.

«Estoy contigo. –me responde– Irak es el McGuffin. Sirve de telón de fondo. También es verdad que Buried tiene que ver con películas como El diablo sobre ruedas. Y si hablamos de El diablo sobre ruedas, hablamos de su guionista, Richard Matheson, que es uno de mis autores imprescindibles».

Al escuchar todo esto, el profano siempre puede sospechar que no es más que un proceso de intenciones. Sin embargo, quien vea Buried descubrirá un espectáculo tan inteligente como ajustado a esas influencias.

«Tienes una caja y tienes una persona dentro –dice Cortés–. Cuando él cambia de postura en el ataúd, en una película convencional eso mismo equivaldría a subir por la pared escarpada que escalan los protagonistas de Los cañones de Navarone«.

El humor negro también funciona en este caso. «En cintas como After Hours o El apartamento, consigues que al personaje le pasen las peores cosas posibles, y cuando crees que no le pueden ocurrir más, inventas una nueva. Eso es lo que sucede en Buried, sólo que esta vez es mucho más insoportable».

La maquinaria de Buried consta de dos engranajes principales: el talento visual de Cortés y la espléndida interpretación de Ryan Reynolds, que saca billete para una pesadilla con una entrega apenas concebible.

«Lo devolvimos a Los Ángeles sangrando por la espalda, con los dedos achicharrados y sin poder dar un solo paso. De hecho, él me confesó que ha perdido la capacidad de quejarse».

El realizador está en perfectas condiciones de ampliar el horizonte que se abre ante él, sobre todo después de que Buried haya triunfado –y de qué manera– en el Festival de Sundance. Sin embargo, la prudencia se impone. Al fin y al cabo, su película todavía no se ha estrenado comercialmente.

«Buried se rodó en diecisiete días y se montó en cinco semanas y media –dice–, lo cual es inconcebible. Durante la proyección en Sundance, yo estaba tan exhausto que no podía conectar con lo que pasaba. Y al día siguiente, las críticas eran de tal calibre que tampoco había forma de asumirlas. Es muy difícil saber si es bueno o malo lo que te ocurre hasta que no pasa cierto tiempo. Mi anterior largometraje, Concursante habla de eso, entre otras cosas. Así que prefiero estar sencillamente alerta, dispuesto a reaccionar ante lo que suceda».

Copyright del texto © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.(Publiqué la primera versión de este artículo en las páginas del diario ABC)

Copyright de la imagen © 2010 Versus Entertainment, The Safran Company, Dark Trick Films y Studio 37. Cortesía de Warner Bros. Pictures International España. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.