De la mano del director mexicano Alejandro González Iñárritu llega Biutiful (2010), una tragedia urbana ambientada en una oscura y atípica Barcelona y protagonizada por un inmenso Javier Bardem. Una coproducción hispano-mexicana cuya génesis se remonta varios años atrás, a una fecha tan temprana como otoño de 2006, cuando algunas piezas de la historia empezaron a cobrar forma en la mente de su autor.
En esta ocasión el director no ha contado con la colaboración del escritor mexicano Guillermo Arriaga, artífice de los guiones de sus tres anteriores filmes Amores perros (2000) 21 gramos (21 Grams, 2003) y Babel (2006). El mismo Iñárritu se encargó de elaborar la primera versión del guion, contratando posteriormente a los argentinos Armando Bó y a Nicolás Giacobone para que le dieran una forma definitiva.
En Biutiful, Iñárritu huye deliberadamente de la narración fragmentada que había sacudido sus obras previas, presentando un desarrollo narrativo lineal que apenas resulta alterado por la inclusión de unos breves prólogo y epílogo.
La película toma como protagonista a Uxbal (Javier Bardem), un hombre desesperado que parece perseguido por la desgracia. Con dos hijos a su cargo y una ex esposa problemática (Maricel Álvarez) aquejada de un trastorno bipolar, malvive en el barrio barcelonés de El Raval, donde trapichea con las mafias chinas explotando a inmigrantes ilegales. Para colmo, el médico le diagnostica un cáncer de próstata que ha derivado en metástasis. Solo le quedan unos pocos meses de vida y muchas cuestiones que poner en orden antes de abandonar este mundo. Para Uxbal comienza una carrera a contrarreloj en la que la necesidad de perdonar es tan grande como la de ser perdonado.
Biutiful se sumerge en una Barcelona feísta y marginal, muy distante de la «belleza burguesa que admiran los turistas y suele plasmarse en postales«, como afirma su director. Centra su mirada en los barrios más golpeados por la pobreza, dando cuenta de ese lado oscuro que poseen todas las grandes ciudades y que, la mayoría de las ocasiones, los dirigentes políticos prefieren no ver.
La Ciudad Condal de Biutiful se sitúa en las antípodas de la Barcelona de publirreportaje que filmó Woody Allen en Vicky Cristina Barcelona (2008), sede de la cultura y de la modernidad a la vez que escenario exótico donde las turistas de la alta burguesía podían enamorarse de latinos glamourosos (casualmente, Javier Bardem). Iñárritu dinamita esa Barcelona de folleto de Gaudí haciendo trasegar a su protagonista por calles mucho más humildes, repletas de suciedad y de edificios ruinosos que contienen viviendas insalubres en las que se hacinan los inmigrantes sin papeles.
Biutiful carga las tintas en los dramas humanos, poniendo un énfasis especial en la inmigración ilegal alimentada a su vez por las mafias, la corrupción policial, la economía sumergida (y, dentro de ella, el negocio de la piratería) o la falta de ética de muchos empresarios ávidos de mano de obra a precio de saldo.
La película no se limita a narrar la tragedia de un hombre cuya muerte está próxima, sino que retrata su evolución espiritual; en palabras de Iñárritu, «yo no estaba interesado en hacer una película sobre la muerte, sino una reflexión sobre la vida y dentro de la vida mientras inevitablemente la perdemos«. La muerte está indefectiblemente ligada a la vida y más vale que la maleta siempre esté preparada por si llega el momento de marchar al otro lado, parece asegurar Biutiful. Porque lo más importante es que la muerte no deje un poso amargo de cuentas pendientes que hagan sufrir tanto a los vivos como a los muertos.
Sin hacer aspavientos, Iñárritu introduce el elemento sobrenatural en la trama, dotándola de gran profundidad e intimismo. Uxbal, a caballo entre este mundo y el más allá a causa de su condición de enfermo terminal, conoce los desvelos de los fallecidos gracias a sus cualidades de médium. Esta cualidad del protagonista es revelada en un filme de tratamiento naturalista de forma elegante, sin estridencias ni los habituales (y molestos) efectos de sonido.
De esta forma, en Biutiful las intenciones reivindicativas del cine social conviven con una propuesta más íntima, en la que se reflexiona acerca de cómo la vida cobra sentido en función de la muerte. Cercano a su fallecimiento, el personaje de Uxbal comienza a revestirse de dignidad al darse cuenta de que no tiene sentido luchar contra el destino; lo que realmente importa no es el hecho de irse, sino el modo en el que uno se va. El planteamiento de denuncia social del filme apoya los contenidos más trascendentes, en tanto que su director incide en el trágico impacto que tienen las decisiones y los actos del protagonista –como los de cualquier individuo– en el mundo que le rodea.
El buen hacer de los actores es otra gran baza de esta interesante y necesaria fábula moral. Especialmente de un formidable Javier Bardem, que sostiene sobre sus hombros prácticamente todo el peso de la película. Bardem dispensa en Biutiful una de sus interpretaciones más imponentes, imprimiendo a su personaje de una humanidad y de una amargura memorables.
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