Esta película de Edgar Wright es prácticamente un musical. Uno “disfrazado”, pero musical al fin y al cabo. Hay quien podría decir que en realidad es un largo videoclip, pero el director británico nunca abandona la narrativa para ofrecer una sucesión aleatoria de imágenes y ritmos llamativos, así que mejor nos quedamos con la definición de “musical”.
Edgar Wright puede ser acusado de moderno o de exhibicionista, pero nadie puede negar que es un director inquieto, al que le gusta probar cosas distintas. Si no experimentar, al menos sí jugar.
Durante gran parte del metraje de Shaun of the Dead (2004) nos contaba una comedia sobre miserias de la vida real, añadiendo una invasión zombi al fondo de la imagen. En Hot Fuzz (2007) establecía un juego de rimas por el cual cada escena, cada gag, tenía su eco posteriormente en la película, mientras que en Scott Pilgrim contra el mundo (2010) utilizaba códigos visuales del anime y el arcade clásico para narrar un folletín de amores juveniles.
En Baby Driver, el aficionado al cine de Wright no encontrará la brillantez habitual en sus guiones. Los diálogos son menos ingeniosos y casi todos los personajes secundarios son intercambiables (delincuentes “malotes” y tatuados). En esta ocasión, lo que ha hecho el británico es planificar y, sobre todo, montar la película para que las imágenes vayan al ritmo de la constante sucesión de (estupendas) canciones que suenan en el iPod del chaval protagonista.
Este joven, llamado Baby e interpretado con zangolotina eficacia por Ansel Elgort, es poco más o menos un autista, y su forma de seguir adelante e interactuar con el mundo pasa a través de sus auriculares y sus gafas de sol, con lo cual todo el asunto de las “imágenes musicales” tiene cierta justificación, más allá del mero gimmick.
Aunque es una coproducción (¿qué no lo es actualmente?), Baby Driver se plantea como la primera película estadounidense de Edgar Wright (Scott Pilgrim era más bien canadiense).
La acción es el gran gancho y transcurre en Atlanta, cuyas calles a veces se parecen a Los Ángeles y otras a Nueva York, mientras que su protagonista presenta todas las características de los héroes rebeldes juveniles desde la década de los 50.
Es más, toda la película (y a ello ayuda la magnífica fotografía del gran Bill Pope) parece transcurrir en un ambiente atemporal y exhibe elementos, tanto visuales como temáticos, pertenecientes al cine de acción y policíaco de la segunda mitad del siglo XX, pero sin recurrir al mimetismo ni al homenaje específico.
Hemos dicho que es la primera película americana de Edgar Wright, pero en realidad es su film más europeo. La candidez irreal de su historia de amor, el casi abstracto protagonista rebelde o el fantasioso enfoque del mundo criminal se acercan más a esa reformulación de las claves del cine popular americano que se dieron en nuestro continente con la Nouvelle Vague o el cine de Sergio Leone, o con el cine anglosajón influido por esa renovación europea (William Friedkin, Peter Yates, Michael Mann, Francis Ford Coppola, Quentin Tarantino…).
El poco hablador protagonista ‒un jovencísimo conductor con tanta habilidad al volante como nuestro Vaquilla‒ tiene en su ADN trazas de Jean-Paul Belmondo y Steve McQueen, pero también de Charlie Sheen o Christian Slater, porque Edgar Wright tiene 43 años y de lo que se come, se cría. Sí, el “rockanrolero” cine de los 50 está presente, pero también el espíritu de la MTV de hace 30 años.
Lo bueno es que Baby Driver no es un compendio de referencias (aunque la versión de los 90 de Una pandilla de pillos haga una sorprendente aparición) y es una cinta que no depende de otras. Quizá el público con poco rodaje encuentre coincidencias entre esta película y Drive (Nicolas Winding Refn, 2011) o Transporter (Corey Yuen, Louis Leterrier, 2002), pero Baby Driver tiene poco que ver con esos títulos. Como dije, más que una película de acción y crimen es un musical con tiros y persecuciones a ritmo de playlist. Algo que muy posiblemente aplaudan John Woo y los creadores de aquel gran fracaso televisivo que fue Cop Rock.
En definitiva, una película comercial veraniega que no es secuela, precuela, remake, reboot ni parte de ningún “universo cinematográfico”. Todo un milagro.
Sinopsis
Baby, un joven y talentoso conductor especializado en fugas (Ansel Elgort), depende del ritmo de su banda sonora personal para ser el mejor en lo suyo. Cuando conoce a la chica de sus sueños (Lily James), Baby ve una oportunidad de abandonar su vida criminal y realizar una huida limpia. Pero después de haber sido forzado a trabajar para un jefe del crimen (Kevin Spacey), deberá dar la cara cuando un malogrado golpe amenaza su vida, su amor y su libertad.
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