Parece mentira. Pero no sólo usted y yo, sino el conjunto de los espectadores empieza a tener claro que Netflix conoce como nadie los hábitos de consumo. El que un día fue un simple proveedor de series y documentales de calidad, se ha convertido, al cabo de los años, en un poderoso competidor de las grandes productoras. Nadie consigue esto último sin afinar su política de contenidos. Es decir, sin una rotación de lanzamientos que, por un lado, promueva tendencias, y por otro, genere conversación social. Y esto es algo que Netflix logra incluso en el campo del largometraje, un coto privado de Disney, Sony, Warner y compañía.
Nada que objetar hasta aquí. Roma, de Alfonso Cuarón, La balada de Buster Scruggs, de los hermanos Coen, El apóstol, de Gareth Evans, o El irlandés, de Martin Scorsese, demuestran que Netflix sabe cómo financiar buen cine, por más que nos inquiete el hecho de que su ventana de exhibición sea la pequeña pantalla. Pero la cosa cambia antes y sobre todo después de haber visto 6 en la sombra (6 Underground).
Para comprenderlo mejor, echemos una ojeada a la industria. La producción audiovisual, que en otras épocas nadó contra corriente, hoy apuesta sobre seguro. Casi nadie va al cine para sorprenderse, y esta es la razón por la que tantos grandes estrenos forman parte de franquicias. Cada vez abundan menos los directores de estilo inconfundible, porque el sistema debe facturar productos que gusten en Pekín y en Los Ángeles, y eso obliga a pulir cualquier arista cultural. ¿O quizá deberíamos hablar de aculturación?
Por otro lado, en la era de las redes sociales, ni siquiera un tráiler tiene presunción de inocencia, así que más vale dejarse llevar por los convencionalismos. Como medida de prudencia, el público prefiere la enésima versión de un título nostálgico a cualquier novedad.
¿Mainstrean? Así se dice ahora. Y con ese neologismo resumimos el discurso dominante tras la concentración de los medios, devorados por colosos multimedia cuyos monopolios han de amortizarse en todos los rincones del globo. Para entendernos: eso que llamamos Hollywood controla el sistema de distribución, y a su vez, Hollywood está controlado por un mínimo puñado de siglas que venden todo lo imaginable. De momento, el ganador habla en inglés y se lo lleva todo.
El movimiento estratégico que Netflix plantea con 6 en la sombra va en esa línea. Si el consumo de cine depende de las franquicias, ¿por qué no crear una? Si el cine que parece interesar, y mucho, es hoy un artefacto ruidoso, infantil, caro y epiléptico, ¿por qué no contratar al máximo especialista en esa cuota del mercado?
(No me malinterpreten, ni piensen que soy un elitista. Ya sé que Michael Bay hace cine de evasión, y que esta fórmula es muy respetable. Es más: incluso disfruto mucho viendo películas de Bay como Armageddon o La roca, a pesar de su problemático talento a la hora de dirigir. Ahora verán que el problema de fondo es otro.)
Como casi todas las películas de Bay, 6 en la sombra desarrolla una premisa que se puede condensar en pocas líneas: un millonario excéntrico (Ryan Reynolds, a lo Tony Stark) reúne a un equipo de héroes de acción ‒algo así como los Vengadores o la Liga de la Justicia, pero en la vida real‒, y les plantea misiones imposibles. Por ejemplo, derrocar a un megavillano que gobierna un país imaginario de Oriente Medio.
Si esto fuera una cinta de serie B y su narrador fuera un artesano, tendría todas mis simpatías. Pero hablamos de un costoso armatoste con el que Netflix, después del éxito de Bright (2017), quiere probar suerte ‒o algo más‒ en una línea que ya casi es hegemónica: las superproducciones seriadas, predecibles, diseñadas con tiralíneas para un lanzamiento global. Su tema puede variar, pero está claro que incluirán planos aéreos ‒hechos desde un dron o con CGI‒, explosiones, tiroteos imposibles, persecuciones de parkour, peleas con mucha agitación de cámara, una banda sonora industrial y sin melodías reconocibles ‒que Dios castigue a Hans Zimmer y a sus pupilos‒, reparto multiétnico, y lo más importante, giros de guión que debe entender hasta ese espectador que no para de mirar su WhatsApp mientras parlotea con los de la fila de atrás.
Lo dicho en el anterior párrafo vale para un taquillazo cualquiera y también para 6 en la sombra. Pero estando Bay de por medio, hay que añadir sus propios rasgos de estilo: personajes de una pieza, lenguaje publicitario, un montaje hiperactivo y sin coherencia, mucha prisa para todo, barroquismo kitsch, planos publicitarios, fotografía saturada y una cacofonía sonora, a todo volumen, que nos hace bajar la guardia como si estuviéramos viendo cómo se derrumba una factoría siderúrgica.
Las carísimas Bright y 6 en la sombra dejan clara una determinada estrategia frente a adversarios ‒actuales o futuros‒ como Disney+, HBO Max, Warner Media, Apple TV+ o NBCUniversal. Supongo que es el precio que se paga por jugar en las grandes ligas. Pero esa inversión en contenidos, que en esta plataforma ronda el setenta por ciento de los beneficios, no es sostenible. Ni siquiera a medio plazo. Netflix lo sabe. Y nosotros también.
Sinopsis
Tras fingir su muerte, un multimillonario recluta a un equipo internacional de justicieros para una misión de alto riesgo: acabar con un dictador sanguinario.
Protagonizada por Ryan Reynolds, Mélanie Laurent y Corey Hawkins.
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