Cada flecha traza en el cielo un prolongado itinerario. La sangre se derrama caprichosamente en el aire, mientras el cuerpo del enemigo herido se convulsiona fotograma a fotograma. El combate tiene la densidad de un viaje psicodélico, como si la muerte adquiriese formas de percepción totalmente nuevas. El detallismo de una gota de sudor cede paso a un aparatoso descuartizamiento a cámara lenta. Solo algunas pistas nos sugieren realismo en este escenario virtual. El resto –las batallas, las arengas, incluso el sexo– parece salir de un videojuego y cautivará –principal o casi exclusivamente– a quienes sean felices encadenados a la pantalla del ordenador.
Aún no se lo he dicho, pero hablamos de 300: El Origen de un Imperio, la secuela del peplum digital que rodó Zack Snyder en 2007. A decir verdad, más que una secuela, Noam Murro parece haber rodado un homenaje, porque su estilo narrativo desvalija los recursos típicos de Snyder con extremada diligencia. Todo aquello que nos asombró en 300 –la fotografía saturada, la violencia extraída del cómic de Frank Miller, la sensualidad, las emociones operísticas, los fornidos especialistas recién salidos de la sauna– reaparece en esta cinta multiplicado por diez. Si algo deja bien claro Murro es que es un artesano muy diestro y un diseñador eficaz de escenas de acción. Por desgracia, la originalidad de 300 se disipa en esta secuela, un artefacto entretenido, rebosante de testosterona, pero olvidable y sin el magnetismo de su precedente.
Tomándose unas libertades que producirán escalofríos a los especialistas en historia antigua, la cinta reconstruye la segunda invasión persa de Grecia (480–479 BC). El australiano Sullivan Stapleton (Animal Kingdom) encarna –qué verbo tan adecuado– al héroe ateniense Temístocles, enfrentado en este caso a una versión gótica, malvada y muy voluptuosa de la verdadera Artemisia I de Caria (Eva Green), la única mujer con mando en plaza entre los comandantes del rey Jerjes I (Rodrigo Santoro).
Insisto en ello: pese a la competencia del equipo técnico y la opulencia de los efectos visuales, esta secuela no alcanza a su predecesora. Primero porque la sorpresa ya no es tal –todos conocemos los recursos de Snyder–, y segundo, porque ni Eva Green ni el rotundo Stapleton logran evitar la desconexión emocional del espectador más exigente.
Es más, cuando aparecen en pantalla Lena Headey como la reina Gorgo o David Wenham como Dilios, sus cameos nos recuerdan que una de las claves de 300 fue su excelente reparto.
En abril de 2011, la primera entrega de Dark Horse Presents ofrecía un breve adelanto de Xerxes, la esperada secuela de 300. Desde entonces, esas prometedoras planchas de Frank Miller se han reproducido en diversos formatos, de suerte que más de uno puede caer en el despiste de creer que ha hojeado un tebeo que aún no ha sido editado en su integridad. Ese es mi caso.
Tras la proyección de 300: El Origen de un Imperio, la memoria me engañó lo suficiente como para pensar que ya había visto ese cómic en alguna ocasión. De hecho, casi me ocurre lo mismo con la película. En un determinado momento, tenía la impresión de que todo eso ya lo había visto antes.
Esta sensación de déjà vu es inevitable, sobre todo cuando el enésimo guerrero salta a cámara lenta sobre su contrincante, componiendo un gesto atlético que culmina con una abundante hemorragia digital.
En realidad –ay–, Miller no ha terminado el cómic que sirve de inspiración a este largometraje.
En la portada de aquel Dark Horse Presents de hace tres años, aparece Temístocles, a caballo, con el escudo cubierto de flechas y una oportuna expresión de fiereza. ¿Dije oportuna? En la versión cinematográfica del tebeo, esa misma fiereza pasa de ser conveniente y oportuna a ser prolongada y reiterativa. Casi tanto como esas secuencias ralentizadas hasta el exceso. Quizá sea porque Noam Murro interpreta las batallas de la antigüedad como un vuelo parabólico, en el que la sensación de gravedad baja a valores próximos a cero.
Supongo que algún insensato escribirá que 300: El Origen de un Imperio es fiel al cómic en el que se inspira. Ya les adelanto que pocos han podido leer este tebeo incompleto –Thomas Tull, el fundador de Legendary Pictures, lo ha estudiado a conciencia–, pero si nos guiamos por las declaraciones del propio Miller, no parece que el Temístocles de la pantalla se parezca demasiado al sutil intrigante que sería dicho personaje en la novela gráfica original.
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