Quiere el mito que los dioses se lleven jóvenes a sus favoritos, rumbo al Olimpo. En la música, hay ejemplos. La vida otorgó pocos años a algunos que los llenaron con una obra decisiva: Mozart, Schubert, Chopin, Mendelssohn. Pero no es una regla general.
Otros llegaron a una jocunda vejez completando su personal estética: Haydn y Saint Saëns. Henri Duparc vivió muchos años, la mayor parte de ellos, en silencio senil. Wagner dejó un pálido ejercicio último, que Mahler consideraba más bien obra de un fatigado wagnerista: Parsifal. Pero hay otra zona, la más interesante, ocupada por quienes alcanzaron la renovación al final. La ha tratado el honorable intelectual y ciudadano que fue Edward W. Said en Sobre el estilo tardío (traducción de Roberto Falcó Miramontes, Debate, Barcelona, 2009).
Richard Strauss abordó una forma en él inédita, las Metamorfosis, donde inhumó a sus héroes evocando a Beethoven en su Heroica, añadiendo la doliente contemplación del rey Marke ante los amores de Tristán e Isolda.
Verdi guardó diez años de retiro antes de emprender su final encuentro con Shakespeare: Otello y Falstaff. En esta última dejó su prácticamente única incursión en la comedia, donde ironizó sobre los asuntos más graves de su obra: los celos, el adulterio, la ley paterna, el sentimiento amoroso de un viejo. Sin esta humorada, no habría comedia musical italiana moderna: Giacomo Puccini, Ermanno Wolf Ferrari, Nino Rota.
El caso mayor es el Beethoven de los últimos cuartetos y sonatas para piano. Frente a lo orgánico de su catálogo anterior, el viejo maestro parece exasperarse por una búsqueda formal que no cuaja, por negar toda noción de forma continua, por rondar contornos que no aparecen, por encarnizarse en el fragmento. No semeja trabajar, sino abandonarse. Y esa propia convulsión subjetiva, cargada por la ansiedad de una muerte cercana, erige una formalidad inédita.
La despreocupación por las soluciones formales se convierte en una estética intermitente que privilegia las interrupciones y los silencios: el piano romántico, el cuarteto del siglo XX. Apoyándose en Adorno, desfoliando sus pedanterías e inútiles bizantinismos, Said advierte que Beethoven se mira, en el momento de desaparecer, como un extraño de sí mismo. Es como el crepúsculo: cuando el día se va, monta una suntuosa despedida.
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