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Callas en Sirmione

Basta consultar cualquier guía de turismo o mejor su  más cercana y accesible página de Internet para saber que Sirmione es una localidad italiana, situada en una península que se adentra como un dardo, hendiendo las aguas del azulado y opulento lago de Garda. Se sitúa en la provincia de Brescia y a poco más de cuarenta minutos en coche de Verona. Ciudad de origen romano, hoy destino turístico de preferencia centroeuropea aunque también nacional, cuenta con unas aguas ricas en azufre, cuyas beneficiosas consecuencias le han permitido convertirse asimismo en un objetivo de carácter saludable. El poeta latino Cayo Valerio Catulo (que vivió entre el año 87 y 57 a. de C.) residió en ese enclave paradisíaco dando cierto realce al lugar. Realce que actualmente, por otros motivos artísticos,  se ha incrementado  porque en ella  habitó, esporádicamente, uno de los mitos mayores del siglo XX: Maria Callas.

La con bastante justicia llamada “Divina” conoció a quien sería su único marido, Giovanni Battista Meneghini, exitoso industrial del ladrillo, en 1947 cuando se disponía a hacer su debut italiano en la Arena de Verona con La Gioconda de Ponchielli. Él tenía 52 años; a ella le faltaban varios meses para cumplir los 24.

Fue un romance rápido y aparentemente él se sintió fascinado por la personalidad de la joven y por su aspecto físico, aunque algo desaliñado en conjunto, de rostro hermoso, ojos expresivos y corpulencia, puesto que le atraían las mujeres entradas en carnes (y más si eran sopranos). Ella buscaba tanto una figura paterna (ausente la suya en  distancia espacial y afectiva) como un sostén  sentimental y económico.

Por insistencia de la Callas se casaron en una rápida y atípica ceremonia el 21 de abril de 1949 antes de que la cantante partiera hacia Buenos Aires donde el Teatro Colón la había contratado para interpretar Turandot, Norma y Aida. La boda fue a las cuatro de la tarde en la sacristía de la iglesia de los Filippini de Verona, en presencia del párroco y dos improvisados testigos, tras lograr  a última hora la licencia de las autoridades católicas ya que la Callas pertenecía a la iglesia ortodoxa griega y el futuro marido a la católica, apostólica y romana.

La pareja se instaló en Verona, en un piso en el mismo inmueble donde Meneghini tenía su empresa, pero pronto se evidenció que era necesario cambiar de alojamiento. Una parte de la familia del industrial, contraria a ese matrimonio, no perdía ocasión de despreciar, molestar, incluso insultar a la cantante cada vez que se la encontraban. No hubo otra alternativa que trasladarse a otra vivienda, un amplio apartamento cercano donde la Callas aprovechó para distribuirlo y decorarlo a su gusto. Fue un momento especialmente dichoso, de plenitud personal para ella.

Pero su joya de la corona fue la adquisición de una casa de tres pisos con un amplísimo jardín con piscina en Sirmione, frente al lago. Una villa o chalet de ensueño. Un idílico lugar de reposo en medio de la agitada actividad que a continuación emprendería la cantante.

La Callas era feliz en ese lacustre entorno. Allí recibía a colegas como Giuseppe di Stefano, Franco Corelli, Bastianini y Simionato, más directores de escena como Visconti y Zeffirelli y de orquesta como Gavazzeni, es decir una destacada parte del Gotha lirico de su época. Se esmeraba como la mejor anfitriona burguesa.

En el pueblo era conocida y se la saludaba como una más cuando realizaba en tanto cualquier lugareña (de prestigio, claro) las tareas asociadas a su calidad de mujer y de señora.

La última visita de la cantante a  tan apreciado lugar tuvo un cariz ciertamente operístico como si su profesión fuera tan fuerte como para invadir  su esfera privada. Una vez iniciada su relación con Onassis en 1959, el armador y la soprano se presentaron de improviso en la villa de Sirmione, según Meneghini algo cargados de copas los dos. Onassis le propuso “comprarle” a una Maria deseosa de quitarse de encima al ahora molesto marido. La vida, como suele decirse, imita al arte porque la escena debió de parecer sacada justamente de una ópera cómica rossiniana que había cantado  la Callas ya: Il turco in Italia. En ella Selim, el turco (Onassis que por cierto aunque de origen griego había nacido en Esmirna) disputa en el acto II con el pusilánime Don Geronio (Meneghini) la posesión de Fiorilla (la Callas).

Tras protagonizar esta tensa situación, la cantante no volvería a pisar Sirmione, dejando tras ella una parte importante de su vida. Al contrario, Meneghini, que la sobreviviría algo más de tres años, residió en ella sus últimos días asistido por su gobernanta, Emma Roverselli Brutti, a quien dejaría como heredera universal de sus bienes (incluidas algunas joya que había lucido la Divina).

Viviendo en su retiro solitario parisino se lamentó a menudo en su añoranza por Sirmione, donde quería disfrutar de su jubilación y allí ser enterrada. Nada de esto se cumplió: murió, como se sabe, repentinamente en París y sus cenizas, tras haber permanecido un tiempo en el columbario del Père Lachaise (nicho 16259) acabaron esparcidas frente a su tierra de sus antepasados en el mar Egeo.

En junio de 1997 Sirmione (Salve, o venusta Sirmio atque ero grande en versos de Catulo en el canto XXXI Sirmium insulam) publicó a cargo de Michele Nocera un cariñoso recuerdo de Maria Callas y sus conexiones con  la localidad, incluyendo preciosos testimonios de residentes que de diferente manera mantuvieron relaciones con la Divina. Un parque local, además, lleva su nombre.

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Fernando Fraga

Es uno de los estudiosos de la ópera más destacados de nuestro país. Desde 1980 se dedica al mundo de la música como crítico y conferenciante.
Tres años después comenzó a colaborar en Radio Clásica de Radio Nacional de España. Sus críticas y artículos aparecen habitualmente en la revista "Scherzo".
Asimismo, es colaborador de otras publicaciones culturales, como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Crítica de Arte", "Ópera Actual", "Ritmo" y "Revista de Occidente". Junto a Blas Matamoro, ha escrito los libros "Vivir la ópera" (1994), "La ópera" (1995), "Morir para la ópera" (1996) y "Plácido Domingo: historia de una voz" (1996). Es autor de las monografías "Rossini" (1998), "Verdi" (2000), "Simplemente divas" (2014) y "Maria Callas. El adiós a la diva" (2017). En colaboración con Enrique Pérez Adrián escribió "Los mejores discos de ópera" (2001) y "Verdi y Wagner. Sus mejores grabaciones en DVD y CD" (2013).