Beverly Sills, la gran soprano norteamericana fallecida en 2007, hizo de la Lucia donizettiana uno de sus caballos de batalla, dotando al personaje de ese difícil equilibrio entre canto y expresión. Magnífica sucesora de las míticas Lucias-ruiseñor que dominaron durante décadas el mundo de la ópera, supo aprovechar la lección de Callas y añadir al espectáculo instrumental el contenido dramático correspondiente a personaje de tan desequilibrada y delicada psicología.
De alguna forma logró unir el barroco con el romanticismo, así como suena. En 1970 la soprano realizó una grabación de estudio de la ópera, considerada todavía como una de las mejores versiones discográficas, y en la que contó con un Edgardo de excepción, Carlo Bergonzi.
Pero Sills, en su aplicada relación con un papel que la ocupó durante dos décadas, tuvo la oportunidad de disfrutar de los mejores Edgardos de su generación, del magistral Alfredo Kraus al apasionado José Carreras, del elegante Nicolai Geddaa la suntuosidad tímbrica de un Jaime Aragall, sin olvidar el extremismo de un Franco Bonisolli entre algunos otros más. Y, como no podría ser de otra manera, también compartió escena con el tenor de tenores italiano por antonomasia, Luciano Pavarotti. Faltaba la documentación sonora de este mágico encuentro; hela aquí, en San Francisco 1972, en una toma sonoramente muy válida, que da cuenta de la excelente fusión que se establece entre los dos privilegiados solistas.
Sills, que vuelve a demostrar cómo sabe utilizar la coloratura en pro de la definición dramática del personaje, encuentra frente a sí un tenor todo luz y color, de excitante lirismo y lúcido concepto, un Pavarotti que iniciaba así su década prodigiosa, sin manierismos, complacencias excesivas o trivialidades acomodaticias. El dúo del primer acto es ya un modelo de cómo deber ser cantado. Ella, insegura y frágil; él, todo fuego y pasión.
A partir de ahí todo transcurre al mismo nivel en una noche memorable, en la que colabora por supuesto la cristalina dirección de Jesús López Cobos. El zamorano ha mantenido una estrecha relación con esta partitura, llegando a registrar, con una protagonista un tanto despistada, una lectura crítica de la obra allá por 1976, devolviéndole de esta manera su fascinante y olvidado clima original. El equipo acompañante es más o menos autóctono sin detrimento de su valía. Porque el barítono Raymond Wolansky, pese a su nombre y pese a la importante actividad en la Ópera de Hamburgo durante la ventajosa etapa de Rolf Liebermann, es natural de Cleveland. Con una sólida voz y un temperamento considerable, su Enrico se ve algo ensuciado por algún que otro detalle en el acento. Su cómplice en el engaño que llevará a Lucia a la definitiva locura para la que estaba desde el principio predestinada, Raimondo, es el jamaicano Simon Estes, el más joven del cuarteto, de esplendorosa y nutrida carrera aún en rodaje y con papeles de mayor compromiso que el presente, del que saca no obstante el debido provecho.
Para demostrarlo he ahí esa escena con Lucia que sucede al enfrentamiento de los dos hermanos en el acto II, a menudo desechada en las representaciones (y en algunas grabaciones) sin ningún motivo. Eso sí, en esta velada de la costa oeste norteamericana cortan el dúo tenor-barítono del acto tercero. Una lástima.
Disco recomendado: GAETANO DONIZETTI (1797-1848): Lucia di Lammermoor Beverly Sills, Luciano Pavarotti, Raymond Wolansky, Clifford Grant. Dir.: Jesús López-Cobos (1972) / GOLDEN MELODRAM / Ref.: GM 50072 (2 CD).
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