En cuanto a composición musical, como en otros espacios culturales, España sufrió los efectos de la guerra civil. Unos cuantos nombres en activo cuando se dio el conflicto, marcharon al exilio. Entre ellos, el más notorio en cuanto a las vanguardias, Roberto Gerhardt, convertido en músico inglés. En su país de origen, el oficialismo estético prohijó una música castiza que alejara a España de cualquier veleidad cosmopolita, extranjerizante, vanguardista y acaso judaica. Hubo de todo, es decir buena y mala música pero, en cualquier caso, dentro de estos parámetros.
En la década del cincuenta las costumbres artísticas evolucionaron y, en el renglón musical, se intentó retomar el vínculo de preguerra con las escuelas de avanzada, ya convertidas en canónicas y hasta académicas en Europa occidental. Así empezaron a trabajar Gombau, Bernaola, De Pablos y Cristóbal Halffter, entre otros.
Frente a este fenómeno, la obra de García Abril parece una reacción tradicionalista, un retorno cuando no un atraso. Examinada de cerca ofrece otras salidas. Don Antón defendió la tonalidad contra el atonalismo y la escritura en semitonos con instrumentos canónicos frente a cuartos y octavos de tono y sonido electroacústico, que él consideraba ruido ambiental. Entendía que, por ejemplo, no hay melodismo sin tonalidad y que prohibirla era represivo, propio de una dictadura estética. Lo mismo en cuanto al variado colorido instrumental, que se produce con los osciladores y la mera digitalización.
En otro orden, García Abril actuó respecto al público de la música. Dio títulos a distintas formas consabidas: concierto instrumental, canción sinfónica, hasta una ópera que reinauguró el Real madrileño en 1997 con Divinas palabras, basada en Valle-Inclán. Traduzco: obras para melófilos, para círculos de iniciados y selectos. En todos estos ejemplos, don Antón mostró siempre que conseguía lo que era posible conseguir, sin pretender aquello que resultara inalcanzable. Si uno es Falla, alcanza a Falla. Si uno es Moreno Torroba, alcanza a Moreno Torroba.
En esta vía, la de García Abril llegó a convertirse en una suerte de música folclórica propia de la imagen visual: la banda sonora. Así existen en España quienes reconocen ciertas músicas sin saber quién las compuso, las incorporan a su memoria y las archivan como se archivan las músicas anónimas que heredamos por generaciones. A veces el cine ha incorporado a músicos de géneros “mayores”, disimulados en los títulos de créditos: Prokofiev, Shostakovich, Honegger, Turina, Pizzetti. Tal es el caso de nuestro compositor que en ese campo suma un cuantioso catálogo: filmes como La colmena y Los santos inocentes, series televisivas como Fortunata y Jacinta y los documentales de Rodríguez de la Fuente. El caso García Abril permite repensar dos temas: el progreso/reacción en el arte y el ideal de la obra sin autor, de la cual se apodera ese personaje huidizo y siempre inmediato llamado La Gente.
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