Cuando en 1988 Dark Horse Comics se hizo con los derechos de publicación de la franquicia cinematográfica de Alien, comenzó a editar una sucesión de miniseries que ampliaban el universo imaginado por Dan O’Bannon, Ronald Sussett, H.R. Giger, Ridley Scott y James Cameron para la gran pantalla.
Sin limitaciones presupuestarias y con las únicas restricciones de su imaginación, diferentes autores continuaron las aventuras de los personajes de la segunda película (Hicks, Newt) así como de la incombustible Ellen Ripley, aportando más información sobre la biología y el sistema social de los aliens. La primera miniserie que se publicó, por ejemplo, escrita por Mark Verheiden, contaba cómo una corporación se hacía con una reina alien y empezaba a incubar huevos en un laboratorio de la Tierra. El resultado era una plaga planetaria de aliens que obligaba a la especie humana a un éxodo masivo hacia el espacio. Era un punto de partida prometedor.
Desgraciadamente, los productores cinematográficos no prestaron atención alguna a las interesantes propuestas que el cómic nos brindaba. Una película de la envergadura de las de Alien suponía una inversión enorme de dinero y se prefería apostar sobre seguro (o sobre lo que los productores entendían como «seguro»), sin veleidades argumentales que no hubieran sido ya probadas con el público. Por otra parte, los efectos especiales no permitían plantear escenarios futuristas a gran escala, con los aliens invadiendo las calles de las grandes metrópolis, por ejemplo. Así que se siguió haciendo la misma historia una y otra vez.
Se apostó, es cierto, por directores noveles o poco convencionales que hicieron trabajos sólidos e incluso brillantes, se introdujeron nuevos elementos en los guiones, los personajes tenían carisma, los actores se involucraron y ofrecieron buenas interpretaciones y los técnicos de efectos visuales se superaban película a película…. pero en el fondo, no se salía del mismo esquema: un grupo de endurecidos desarraigados (trabajadores industriales en la primera película, marines espaciales en la segunda y prisioneros en la tercera) que se encuentran atrapados en un espacio cerrado (una nave, una base colonial, una refinería/prisión) con uno o varios aliens; todos o casi todos los humanos van muriendo uno a uno hasta que sólo queda Ripley en pie.
Todo lo dicho vale para la cuarta entrega de la serie.
La acción transcurre doscientos años tras la muerte de Ellen Ripley en la tercera película. Una unidad militar de investigación recupera muestras de sangre congeladas de ella, extraídas de su cuerpo infectado por el alien, y comienza a experimentar con ellas consiguiendo finalmente un clon, réplica tan exacta del cuerpo de Ripley antes de morir que incluso lleva en su interior la larva alien. Los militares se la extraen y dejan con vida a la nueva Ripley, en cuyo ADN se funden características humanas y alienígenas.
A partir de la larva, los científicos, apostados en una gran nave militar, crían una reina y sus correspondientes huevos. Tras la llegada de una banda de contrabandistas a bordo de su nave cargada de cuerpos en animación suspendida en los que incubar los aliens, se desata el caos. Ripley, con sus nuevas capacidades sobrehumanas, ayudará al pintoresco grupo de criminales a escapar de la nave infestada de monstruos.
Ellen Ripley había muerto al final de la tercera película. Por aquel entonces, Sigourney Weaver ya estaba algo harta de la dura y traumatizada heroína y puso como condición para su participación en aquel film que se matara al personaje. Por eso, las ideas iniciales para una nueva entrega de la franquicia pasaban por trasladar el protagonismo a un clon de Newt, la niña de la segunda película. Sin embargo, los productores de la Fox no lo veían nada claro y prefirieron contar otra vez con el tirón de Weaver, a la que ofrecieron nada menos que once millones de dólares para que cambiara de opinión respecto a su colaboración, objetivo que lograron.
Ya con la superestrella a bordo, se requería un director, alguien joven y con poca filmografía, pero prometedor y original. Danny Boyle (Trainspotting, 1996), Bryan Singer (Sospechosos habituales, 1995) o Peter Jackson (Agárrame esos fantasmas, 1996) rechazaron el proyecto, que al final cayó en las manos menos esperadas, las del director francés Jean-Pierre Jeunet, una elección ciertamente inusual.
Jeunet había codirigido junto a Marc Caro dos comedias difícilmente clasificables: Delicatessen (1991) y La ciudad de los niños perdidos (1995). Se trataba de historias surrealistas que transcurrían en mundos imaginarios y autocontenidos, a mitad de camino entre David Lynch y Jacques Tati, y con un extraordinario diseño de producción, digno de una película de época. A primera vista, no parecía el estilo más apropiado para la ciencia-ficción dura y sucia que servía de marco a las películas de Alien.
Sin embargo, Jeunet no tuvo problemas para aparcar sus extravagantes ideas y ponerse a trabajar de acuerdo con el sistema de los grandes estudios y sus costosísimas superproducciones. Ciertamente, aquí y allá brillan pequeños retazos que nos recuerdan sus genialidades, como las cerraduras que detectan el aliento de la persona (en lugar de los lectores de retina tan usados por el género), la biblia electrónica, las balas que rebotan varias veces antes de encontrar su blanco o los anuncios intergalácticos de teletienda. Pero, en general y dejando aparte esos toques y un cierto humor negro, Alien: Resurrección es una película que podría haber firmado cualquier director comercial, como Tony Scott o Roland Emmerich.
La aproximación de Jeunet al universo de Alien fue oscura, personal y con un punto de surrealismo. A nivel visual, es una película notable, con trabajados decorados y efectos visuales sobresalientes obra del talento del director de fotografía Darius Khondji y el técnico Pitof. El problema reside en el guión.
El responsable de la historia fue nada menos que Joss Whedon, en cuyo currículo de guionista figuraban entonces películas como Buffy Cazavampiros (1992), Speed (1994) o Toy Story (1995), y que en años venideros se responsabilizaría de series televisivas como Buffy o Firefly, o de películas como Los Vengadores (2012).
Su trabajo siempre ha oscilado entre lo competente y lo brillante y lo cierto es que a su historia para Alien: Resurrección no le faltan ideas interesantes: clonación, científicos tratando de domesticar aliens, espías androides, aliens inteligentes, híbridos humano/alien… Por desgracia, cuando todo eso se coloca en el guión definitivo, el resultado es un pastiche inverosímil e incompleto.
Resulta ridículo que los científicos pudieran clonar a una Ripley con larva alien incluida y que, además, pasaran por alto que su ADN no era completamente humano; por no hablar de la implausibilidad de que sus venas pudieran soportar una sangre tan corrosiva que funde el metal. O la estupidez de los científicos, cuyas precauciones contra bichos tan peligrosos son torpes e ineficaces. O que un alien blindado y fuerte como un toro se deshaga como mermelada por la descompresión causada por un agujerito en el casco que hubiera podido taponar tranquilamente con su cuerpo acorazado. Todo el subargumento del androide espía y sus auténticas motivaciones no llega a ninguna parte…
Pero lo peor es que, inverosímiles o no, todas esas ideas acaban embutidas en una historia cuyos esquemas generales, como hemos dicho, nada nuevo aportan a la saga. Los personajes hacen lo de siempre: correr por pasillos mal iluminados con cara de susto, perseguidos por los babeantes bichos que se encargan de matarlos uno a uno de formas horribles. A ello se suman científicos ambiciosos y cretinos cuya estupidez les cuesta la vida y una nave a punto de destruirse de la que hay que salir cuanto antes… Lo de siempre. Una de las ideas incluidas en el guión inicial de Whedon y que hubiera podido suponer un giro interesante, la llegada de los aliens a la Tierra y la batalla de los humanos por el planeta, fue eliminada totalmente. De todos los finales propuestos por el guionista, ninguno fue aceptado. El que terminó escogiéndose resultó soso y repetitivo respecto a las películas anteriores.
La naturaleza semialienígena de esta «nueva» Ripley es el elemento argumental más interesante y novedoso de toda la película. La perpetua pesadilla de Ripley se ha convertido en parte de ella: el alien forma parte de su mismo ser. El aspecto maternal de la protagonista, que había sido un elemento central de la segunda y tercera entregas (en la primera, como madre sustituta de Newt y en la segunda como anfitriona/madre de una larva alien), llega a su conclusión trágica cuando Ripley es reconocida como auténtica progenitora por el híbrido nacido de la reina alien ‒ahora ya no de un huevo, sino parido como un mamífero‒. El asesinato del híbrido por parte de Ripley se muestra como un acto doloroso para ella, puesto que es parte de sí misma. El incestuoso abrazo que precede a la muerte del ser subraya esa cercanía.
Sigourney Weaver hace un buen trabajo con todo esto, interpretando al comienzo a una embrutecida y algo retrasada «Ripley-clon», evolucionando poco a poco hacia la heroína que todos conocemos, si bien con un lado más frío y cruel.
Por otro lado, Ron Perlman y Dominique Pinon (actores fetiche de Jeunet) aportan un bienvenido toque de irreal feismo. Brad Dourif está, como siempre, espléndidamente inquietante. Pero el resto no da demasiadas alegrías, especialmente en lo que se refiere a Winona Ryder, escogida para encarnar un personaje crucial. Hay que reconocer que Ryder se lo curró –las escenas submarinas supusieron un martirio para ella, que tenía fobia al agua‒, pero al final parece que la androide que interpreta, con aspecto de huerfanita desamparada, se limita a corretear de aquí para allá con expresión de malas pulgas.
Hay escenas individuales muy buenas, como la de Ron Perlman y Sigourney Weaver en la cancha de baloncesto o la persecución subacuática de los aliens; y unos pocos momentos de morbosa fascinación, como la del científico encarnado por Brad Dourif tratando de adiestrar al alien, o Sigourney Weaver siendo engullida por los brillantes y resbaladizos montones de carne alienígena. Pero aparte de esto, no hay demasiado que destaque.
El seguidor de la saga no encontrará aquí nada tan impresionante como el sangriento nacimiento del alien del pecho de John Hurt que dejó patidifusos a los espectadores de 1979. El entorno realista que Ridley Scott creó para aquella escena fue la clave para conseguir aterrorizar a la audiencia. Compárese lo que consigue el efectismo vacío de Jeunet en un momento similar, con la cámara «deslizándose» por la garganta del desgraciado cuyo pecho revienta, atravesando el alien la cabeza del tipo que hay delante de la víctima. No hay comparación posible.
Los aficionados a la saga de Alien pueden discutir qué película es superior, si Alien (1979) o Aliens (1986), pero sin duda hay consenso en considerar ambas como clásicos del género. Las opiniones respecto a Alien 3 (1992) están más divididas, aunque personalmente creo que no merece el severo varapalo que recibió por parte de los fans. Si bien no se encuentra a la altura de las dos anteriores, es un film a recuperar. Pero en lo que todo el mundo coincide es en calificar Alien: Resurrección como la peor de la saga (antes de la llegada de los diferentes Alien vs. Predator). No es una mala película, pero para quien haya visto las anteriores, resulta rutinaria y previsible.
Quizá se trató de un bache en la carrera de Jeunet, pero no un mal bache después de todo. Funcionó bien en taquilla y proporcionó al director francés el empaque suficiente como para rodar Amelie (2001), lo que ya es un punto positivo para Alien: Resurrección. ¿Alguien ha pensado alguna vez en un spin-off Alien vs Amelie? Ahí dejo la idea…
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Este texto apareció previamente en Un universo de ciencia ficción y se publica en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.