Los penúltimos días era una sección mensual que el entonces joven escritor argentino Héctor A. Murena (1923-1975) publicó en la revista Sur de Buenos Aires entre 1949 y 1950. La serie completa puede leerse ahora en la edición de Patricia Esteban para la firma Pre-textos de Valencia. En una de aquellas breves piezas apunta Murena: “La Partita número tres de Bach. Escrita ante Dios. Es el prodigio de la infinitud en lo natural (…) un poder superior que la ilumina y la premia (…) Ese constante renacer de lo finito nos convence de que el objetivo final que reclamaba el músico era lo infinito (…) ese misticismo transformador, esa conmiseración inmensa con que Bach desfigura el mundo para elevarlo a la redención.”(Se refiere a una partita para violín solo).
Desde luego, la apreciación suena a romántica: lo infinito aparece en lo finito como sentimiento suscitado por una obra de arte, de ese arte que los románticos consideraban paradigmático de todas las artes: la música. También es romántica la apelación a lo subjetivo actuando en un medio que prescinde de la palabra, que está antes y después de ella. Finalmente: el arte redime, es decir que paga el precio que reclama liberar al ser humano de la esclavitud. Es el mundo el redimido, el liberado por la paradójica intervención de algo desfigurante que se sitúa ante lo divino.
Es posible objetar al escritor que otro escuchante distinto, incrédulo respecto a la existencia de Dios, no estaría en condiciones de replicar su experiencia. Pero hay una lectura válida también para el ateo. Dios puede ser una invención de la música, el acto por el cual el artista lo siente – de nuevo: infinito en la finitud – para admitirlo como Creador de todo lo creado y promoverse como hecho a su imagen y semejanza. Ambiguamente, el arte parte de Dios o llega a Él. Un melófilo, prescindiendo de cualquier atadura religiosa, puede sentir lo que Bach le hace sentir y que, seguramente, el compositor sintió al concretar su obra. Estar ante Dios, estar ante Bach. Vale la pena hacer la prueba.
Copyright del artículo © Blas Matamoro. Publicado previamente en Scherzo y editado en Cualia por cortesía de dicha revista. Reservados todos los derechos.