Que no, que no me canso de ver una y otra vez esta secuencia de En el calor de la noche (1967): el sopapo que le arrea el detective interpretado por Sidney Poitier a un hacendado sureño supuso, según su director, la primera vez que un personaje negro devolvía un bofetón de un personaje blanco en la historia del cine estadounidense.
¡El silencio que se hacía en las salas cuando se estrenó la película debió ser digno de grabar!
La secuencia es gloriosa por la tensión que se mastica y por su desenlace: «Tiempo atrás podría haber hecho que te pegaran un tiro por esto», masculla el magnate, con el epílogo perfecto de sus lágrimas humilladas y la mirada atónita que le dirige su sirviente. La verdad es que este fragmento es para contemplarlo en bucle catártico.
No recuerdo que la novela original de John Ball me impresionara cuando la leí de niño, y curiosamente tampoco era muy fan de su adaptación ni de su director, el canadiense Norman Jewison. Ha sido de las pocas veces que me llevo una sorpresa en una revisión adulta: el filme funciona de maravilla –¡ese Rod Steiger!– y describe una realidad que todavía se da en América (o sea, no sólo en Estados Unidos). Su productor también opina así: «Ojalá nuestro país hubiera progresado más»… Por cierto, Sidney Poitier, aquel educado actor del que mucha crítica se burlaba por su apariencia amable e «integrada» en el sistema, no quería rodar en el Sur, porque estaba amenazado de muerte por el Ku Klux Klan. Es un buen motivo…
Pese a que En el calor de la noche ganó un montón de Oscar, es buenísima. He aprovechado para ver también sus dos secuelas, ya situadas en Nueva York: Ahora me llaman Sr. Tibbs (1970), de Gordon Douglas, y The Organization, (1971), de Don Medford. La dispar reputación de sus directores volvió a fundar en mí falsas expectativas: la primera apenas supone una aproximación televisiva, casi una blaxploitation del planteamiento de denuncia original, pero al fin ni se atreve a ser cine denuncia ni asume la sordidez y violencia de una buena blaxploitation; en cambio, El inspector Tibbs contra la organización, pese a su irregularidad formal, resulta mucho más interesante y cruda narrativamente, muy emparentada en trama y tono a la posterior Magnum Force, segunda entrega de Harry el Sucio.
En ambas, eso sí, resulta fascinante cómo se retrata la vida doméstica de Virgil Tibbs con su esposa e hijos… aunque como padre el tipo no sea precisamente modélico, por decirlo finamente. Rezuma un conservadurismo muy del gusto del «ecualizador» Denzel Washington, quien en sus buenos tiempos podría haber encarnado perfectamente al personaje.
Aquí algunos datos más sobre el primer filme.
Y aquí la portada de la edición que yo leí de la novela, con otra de esas fantásticas ilustraciones de Isidre Mones Pons recreando la estética de su versión cinematográfica.
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