En 1929 El amante de Lady Chatterley fue prohibida por primera vez, en los USA, y luego en medio mundo. Una novela maravillosa que en España es tradicionalmente considerada indecente por la derecha y frívola por la izquierda (el ‘Lady’ en el título siempre les pareció sospechoso…). Y, como suele suceder, muchas figuras «respetables» tildándola de basura y desdeñándola por ir contra el gusto establecido: qué familiar todo esto…
Lawrence era hijo de un minero, fue uno de los pocos escritores de clase baja en la Inglaterra de entonces, y por tanto no compartía los tapujos y melindres de la mayoría de autores, casi todos procedentes de familias privilegiadas y círculos académicos, y herederos del «buen gusto» burgués.
Hoy que tanta gente, contagiada sin saberlo por el puritanismo de la omnipresente cultura USA, se cree con derecho moral a censurar y promulgar en las redes a qué cultura podemos o no acceder, supone todo un (mal) ejemplo a recordar las palabras del fiscal en el juicio por obscenidad que el libro protagonizó tras 30 años de prohibición, en 1960: «Háganse esta pregunta: ¿aprobarían que sus hijos pequeños, hijas pequeñas –porque las niñas saben leer también– lean este libro? ¿Es un libro que dejarían ustedes a la vista en su casa? ¿Es un libro que desearían que su esposa o sirvientes leyeran?».
La lucha por la libertad y contra la estupidez humana siempre, siempre ha tenido una sola, solitaria trinchera.
P.D. Los restos de Lawrence permanecen en Nuevo México, donde vivió sus últimos años. Sus descendientes se niegan a trasladar sus cenizas a Gran Bretaña, pese a la insistencia de las autoridades de su ciudad natal: «Ahora están orgullosos de D. H. Lawrence porque sueñan con usarle como atracción turística, pero cuando estaba vivo nunca dejaron de echar pestes de él», declaró divertida su sobrina en 1998.
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