A John Milius debemos agradecerle guiones tan inolvidables como los de Las aventuras de Jeremías Johnson (1972) y Apocalypse Now (1979). Sin acreditar, mejoró sensiblemente los diálogos de Tiburón (1975) y Harry el sucio (Dirty Harry, 1971), hasta tal punto que acuñó la frase fetiche de Harry Callahan (Go ahead, make my day).
En su faceta de director, es responsable de soberbias producciones épicas, como El viento y el león (1975) y Conan el Bárbaro (1982). En televisión, sus méritos no son inferiores: Rough Riders (1997) y varios episodios de Roma (2005) llevan su firma. Y sin embargo, Milius es un creador a quien muchos detestan. Incorrecto hasta la médula, colecciona armas antiguas, es fumador de habanos, se declara un anarquista zen y defiende contra viento y marea una de sus películas más discutidas: Amanecer rojo (1984).
La filmografía de Milius, cuyo recuerdo inspira estas cuartillas, me obliga a retroceder en el tiempo, en busca de las primeras manifestaciones de mi simpatía por este singular realizador. Cierto que no todas las adhesiones infantiles se perpetúan, pero tiendo a creer que ésta, lejos de flaquear, ha ido adquiriendo en mi caso mayor entidad.
Verán ustedes: yo fui un partisano anticomunista preadolescente. Además de jugar a indios y vaqueros, policías y ladrones, el de la guerra se contaba entre los pasatiempos favoritos de mi infancia. Mi fantasía no tenía límite, y al igual que otros chavales, podía imaginarme recorriendo con el Afrika Korps de Rommel los desiertos de la Segunda Guerra Mundial, haciendo incursiones tras las líneas enemigas durante la guerra de Vietnam o combatiendo en las más inverosímiles variantes de una hipotética Tercera Guerra Mundial.
Aún no había cumplido aún los catorce años. Corría la primera mitad de la década de los ochenta, y recuerdo una relativa obsesión por la guerra fría y un posible conflicto soviético-americano. Era lector habitual de la revista Muy Interesante, que en cada número incluía un artículo sobre tecnología militar: satélites espía de última generación, misiles antiaéreos, cazabombarderos… También prestaba atención a los enfrentamientos bélicos de la época: Afganistán, Líbano, Malvinas y Nicaragua, por citar cuatro ejemplos.
Ello tenía su reflejo en el campo de mis intereses culturales. En aquellos tiempos del vídeo, la visión de Acorralado (First Blood, 1982) me llevó a buscar la novela homónima de David Morrell, cuya lectura tuvo unos efectos que aún no se han disipado. Sumen ustedes los nombres de Chuck Norris y Arnold Schwarzenegger, la serie de televisión La Tercera Guerra Mundial (World War III, 1982) protagonizada por David Soul, y lecturas diversas, como La Tercera Guerra Mundial (The Third World War, 1978), de Sir John Hackett, y los libros de Jean Larteguy o Cornelius Ryan, y el resultado será un cóctel de alto poder explosivo.
No obstante, lo anterior se antoja un aperitivo comparado con la catarsis que para quien esto escribe supuso asistir al estreno de Amanecer rojo, de John Milius.
Fue una proyección épica, con la chavalería en pleno aplaudiendo, jaleando y vitoreando las acciones de los protagonistas. Conservo especial recuerdo de una escena, en la que un impresionante helicóptero soviético Hind es alcanzado por un lanzacohetes disparado por C. Thomas Howell. En aquel momento, el cine casi se vino abajo.
La adrenalina recorría nuestros cuerpos al abandonar la sala. No parábamos de recrear, de manera sumamente gráfica, lo visto minutos antes. Recuerdo la expresión horrorizada de un matrimonio de vecinos, militantes del PCE, ante los comentarios sobre la escena de una emboscada a unos tanquistas soviéticos.
No necesito justificar este texto con una efeméride o cualquier otra excusa. Su redacción obedece a un impulso subjetivo, tras disfrutar de la edición en DVD (dos discos) de la cinta de Milius. Sirva, en todo caso, de homenaje al film y a su creador.
Un cineasta heterodoxo
Amanecer rojo es una de esas películas que, por razones sentimentales que nada tienen que ver con la historia del cine, me llevaría a una isla desierta, si allí pudiese verlas. Todo se debe a su director y guionista, John Milius, un personaje irrepetible, posiblemente el único director de Hollywood capaz de hacer llegar a buen puerto un proyecto tan heterodoxo como éste.
Nacido el 11 de abril de 1944 en St. Louis, Missouri, Milius creció con una saludable curiosidad por la historia y por las artes. Ingresó en las aulas de la Universidad de California del Sur (USC), y bien pronto descubrió que lo suyo eran las cámaras. Otros también supieron ver ese talento, que en 1967 le hizo acreedor de su primer galardón: un premio académico de la Escuela de Cine de la USC por una película que realizó como tesina, Marcello, I’m Bored (1966).
Tras acabar sus estudios de cine en la universidad, empezó a compaginar la escritura cinematográfica con la práctica del surf. Como ven, nos hallamos ante un tipo dinámico, un hombre de acción en toda regla.
Durante los años setenta, alcanzó notoriedad como guionista. En su haber se cuentan libretos como Harry el fuerte (Magnum Force, 1973), Las aventuras de Jeremías Johnson (Jeremiah Johnson, 1972), El juez de la horca (The Life and Times of Judge Roy Bean, 1972) y Apocalypse Now (1979). Este último fue uno de sus primeros textos y, en principio, era un proyecto que, bajo la producción de un amigo de Milius, Francis F. Coppola, iba a ser dirigido por otro amigo del guionista, George Lucas.
Debo hacer una mención especial a dos colaboraciones sin acreditar: Harry el sucio (Dirty Harry, 1971) y Tiburón (Jaws, 1975). He aquí un detalle interesante: en la cinta sobre el escualo gigante, Milius fue responsable del diálogo donde el pescador Quint (Robert Shaw) narra la dramática singladura del acorazado Indianapolis en 1945, hundido por los japoneses en el Pacífico y con su tripulación diezmada por cientos de tiburones.
Nuestro personaje pronto asumió tareas de dirección. Debutó con Dillinger (1973), biopic del célebre atracador de los años treinta. La cinta fue protagonizada por Warren Oates y Ben Johnson. La seguiría El viento y el león (The Wind and the Lion, 1975), ambientada durante la presidencia de Theodore Roosevelt.
Tan apasionante como entretenida, El viento y el león es la crónica del secuestro de una mujer norteamericana y sus hijos por un caudillo rifeño, El Raisuli. Dicho personaje, cuya existencia está documentada, fue encarnado por Sean Connery en una cinta cuya fidelidad histórica es inversamente proporcional a su escala épica. A decir verdad, hay poco de lo primero, pese a que se basa en varios hechos reales separados en el tiempo.
A continuación, John Milius rodó El gran miércoles (Big Wednesday, 1978), un largometraje sobre el mundo del surf.
Según les indiqué, el surfing es una de las grandes pasiones del cineasta, como también puede comprobarse en Apocalypse Now (Por cierto, El gran miércoles fue un fracaso de taquilla, aunque posteriormente ha alcanzado la categoría de film de culto, como sucede con casi toda la filmografía de Milius).
Tiempo después, llegó a las pantallas la cinta que consagró al realizador y, de paso, lanzó a Schwarzenegger al estrellato: Conan el Bárbaro (Conan the Barbarian, 1982).
Conan, al igual que El viento y el león, fue rodada en distintas localizaciones de España. Desde el punto de vista histórico, es la cinta seminal del género de espada y brujería. Y como sucede con otros títulos de Milius, también la consideramos un film de culto. Ello se debe a múltiples factores, pero citaré sólo dos: la electrizante banda sonora de Basil Poledouris, y por supuesto, los relatos originales de Robert E. Howard en los que se basa el guión.
En general, los críticos no tuvo reparos en calificar al director de ultraviolento. También cargaron las tintas sobre las tendencias criptofascistas de la cinta, supuestamente manifestadas en detalles como la cita de Nietzsche que abre el film. Por estas fechas, la leyenda negra de John Milius comenzaba a circular por el gremio. Pero como ahora veremos, esa imagen negativa alcanzó su apogeo con el estreno de Amanecer rojo (1984).
Un anarquista de derechas
Milius nunca ha negado su ideología derechista y su defensa a ultranza del individualismo. Para aclarar equívocos, incluso ha llegado a calificarse como una suerte de anarquista de derechas. Se reconoce contrario a la codicia exacerbada de las grandes corporaciones. De forma ocasional, también ha mostrado su perfil de patriota extremo y militarista. Hoy en día, su mayor acto de incorrección política no es otro que su confesa pasión por las armas.
Todos estos sentimientos, sobre los que volveré más adelante, fueron los motivos por los que un grupo de productores le hicieron llegar un curioso guión titulado Ten Soldiers (Diez soldados). El libreto narra las vivencias de unos estudiantes de secundaria, a los que la invasión soviética de Estados Unidos convierte en involuntarios guerrilleros. Su autor no era otro que Kevin Reynolds, futuro director de superproducciones como Robin Hood, príncipe de los ladrones (Robin Hood: Prince of Thieves, 1991) y Waterworld (1995).
Reynolds, en su guión, mostraba una poderosa vertiente psicológica e intimista, que aproximaba el argumento a la novela El señor de las moscas, de William Golding. Los productores a quienes hice referencia veían a Milius como el director más indicado para abordar el proyecto, aunque lo más probable es que creyesen que el realizador era el único con redaños suficientes para sacarlo adelante. Así pues, Milius se embarcó a tumba abierta en el proyecto, plenamente consciente del precio que podía pagar por una cinta de tal naturaleza. Sobre todo en un Hollywood de mayoría demócrata, donde imperan las ideas liberales (Digresión: en Estados Unidos liberal es sinónimo de progre. Lo contrario de lo que el izquierdismo español entiende por liberal, que equivaldría al conservative estadounidense).
El caso es que el cineasta reformó el guión, manteniendo sus elementos fundamentales. Por ejemplo: la ubicación de la trama en un escenario temporal alternativo, donde la OTAN se ha disuelto y las fuerzas estadounidenses han abandonado Europa, la Unión Europea ha firmado un pacto con la URSS y la revolución sandinista de Nicaragua se ha extendido a Honduras, El Salvador y México.
Milius añadió elementos autobiográficos, como su experiencia de dos años en el Colorado rural, su inmensa pasión por la vida en la naturaleza y ciertas referencias a distintas culturas indias. También incorporó al argumento la paranoia de la guerra fría, algunos de cuyos trazos tuvo muy presentes en su infancia. Así, la inminencia de una invasión comunista se reflejaba, por aquellos días, en un convencimiento: el pueblo tendría que tomar las armas para defenderse, utilizando la abrupta orografía local para ocultar sus santuarios del invasor.
En líneas generales, el entramado central de la película podía corresponder a un film sobre la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, con un mínimo aporte de referencias actuales. De hecho, se hubiera podido sustituir a a rusos y americanos por partisanos franceses, holandeses o polacos e invasores alemanes.
El rodaje de la invasión
A la hora de completar el casting, Milius seleccionó a varios jóvenes procedentes de lo que Hollywood denominó The Brat Pack, juego de palabras referente al clan Sinatra, y cuya traducción aproximada sería pandilla de mocosos.
Ahí nos encontramos con Patrick Swayze (Rebeldes, Dirty Dancing, Ghost), C. Thomas Howell (Rebeldes), Charlie Sheen (Wall Street, Platoon), Lea Thompson (Regreso al futuro) y Jennifer Grey (Dirty Dancing). Todos ellos arropados por un sólido reparto de secundarios entre los que destacan Powers Boothe (Traición sin límite, Sin City), Ben Johnson (La legión invencible, Grupo Salvaje), Harry Dean Stanton (Alien), Ron O`Neal (Superfly) y William Smith (Conan el Bárbaro).
Los aspirantes a guerrilleros fueron sometidos a un entrenamiento para familiarizarse con las armas que dispararían durante el rodaje. Asimismo, tuvieron que aprender cómo desenvolverse en distintos procedimientos militares, cómo montar un vivac o cabalgar.
Entre sus mentores, figuraban miembros del círculo de amistades del director: mercenarios y boinas verdes.
El afán de Milius por aportar el mayor grado de verosimilitud a la película afectaba, principalmente, al diseño de producción de la maquinaria bélica soviética.
Profundo enamorado de las armas y de la tecnología afín, el director estaba empeñado en retratar con fidelidad extrema los uniformes, pertrechos y vehículos de los invasores soviéticos, cubanos y nicaragüenses. En este sentido, Amanecer rojo se diferencia de películas como Patton (1970).
La cinta de Franklin J. Schaffner fue rodada en España: de ahí que el ejército español proporcionase a la producción tanques de los años sesenta, de origen estadounidense, que debían pasar por blindados alemanes y americanos de la Segunda Guerra Mundial.
Lo mismo cabe decir sobre Fuerza 10 de Navarone (1978), de Guy Hamilton, filmada en la Yugoslavia de Tito. En este caso, los T-34 soviéticos del ejercito federal debían representar el papel de panzer nazis.
Con su obsesión por el verismo, Milius quería en Amanecer rojo genuinos T-72, BMP-1, BTR-60 o Mi-24 Hind. Además, no debían ser meros objetos estáticos: los carros debían girar sus torretas o disparar sus armas. En definitiva, ser reales.
El director acabó sumamente satisfecho con el resultado, y confesaba, con entusiasmo infantil, sentirse Napoleón subido a la cúpula de un blindado en los paseos de los que gustaba disfrutar.
Incluso la misma CIA apreció la calidad del acabado. Hasta tal extremo, que, una vez concluido el rodaje, alquiló los vehículos para misiones de entrenamiento. Cuentan los responsables de la construcción de los vehículos que la agencia de espionaje había descubierto los carros soviéticos durante un vuelo de reconocimiento. Alarmados por ese inesperado convoy, varios agentes se presentaron, muy alarmados, en los talleres de Amacecer rojo.
Quizá, el resultado más espectacular fue el obtenido con el helicóptero Hind, un híbrido de helicóptero de transporte y de ataque que fue utilizado ampliamente en la invasión de Afganistán, con devastadores resultados sobre los muyahidin.
La empresa suministradora montó tres convincentes aparatos pertenecientes a una de las primeras versiones, modificando tres helicópteros Puma franceses, y dotándolos de la panoplia completa del armamento del original: cañones, cohetes, misiles, etc.
Les confieso que, durante aquel visionado infantil, mis amigos y yo absorbimos toda la información militar que aparecía en pantalla para incorporarla a nuestras luchas imaginarias. En ellas, a la primera oportunidad, les robábamos a los rusos un Hind y les dábamos a probar su propia medicina. Desde nuestro punto de vista, el diseño de producción se merecía una matrícula de honor.
La verosimilitud de estos elementos contribuyó a elevar el listón del resultado. No obstante, si Amanecer rojo no contaba con una buena historia y buenas interpretaciones, el éxito no quedaría asegurado.
Éxito comercial y menosprecio de la crítica
En líneas generales, Milius completó una excelente película de acción, dotada de una espectacularidad operística –ese es el testimonio de algunos de los actores–, y a la par emocionante y emotiva. Por supuesto, se trata de una película bélica, pero también aborda el modo en que la guerra afecta a quien, de manera voluntaria o involuntaria, participa en ella.
Amanecer rojo obtuvo un éxito de taquilla, pero la crítica no tuvo piedad de ella. En la prensa, hubo opiniones desproporcionadas y profundamente injustas, cuando no basadas en falsedades. En más de un caso, las reseñas se convirtieron en ataques personales contra el propio Milius.
El catálogo de improperios es imaginable. Se dijo que tanto la película como su autor eran fascistas y ultraderechista. Incluso alguien llegó a comentar que John Milius era “una amenaza para la civilización occidental”. Los resortes de la caza de brujas volvieron a ponerse en marcha, y toda la filmografía del realizador quedó bajo sospecha. En todo caso, dado que el tiempo ha pasado y que aún prevalecen ciertos lugares comunes, no está de más ir desmontando los prejuicios que condujeron a aquella desgraciada corriente de opinión.
Que Amanecer rojo carece de un trasfondo fascista es algo que cae por su propio peso. A poco que se revise el guión, se comprobará que no existe esa carga ideológica, a no ser que empleemos la palabra fascista sin rigor, como un comodín, despojándola de su significado real, que alude a un totalitarismo muy específico.
Los protagonistas se ven atrapados por una situación que no comprenden y su primera idea es huir de todo aquello, poniéndose a salvo en las montañas. De manera accidental, deben enfrentarse a una patrulla soviética y matan a sus tres componentes en una patética melé. Cuando, en represalia, los soviéticos fusilan a civiles –entre ellos, los padres de algunos de los chicos–, ellos sienten el impulso de convertirse en guerrilleros.
Insisto en que Amanecer rojo no encubre pensamientos de ultraderecha. Tampoco es cierto ese bulo que todavía circula, según el cual detrás de la cinta estaría la administración Reagan. La cuestión, como ahora veremos, va por otros derroteros bastante más simples.
En el guión subyace la idea del pueblo en armas que hace frente al invasor. Esto, como saben, es algo arraigado en el imaginario estadounidense desde los días de su revolución (porque, no lo olvidemos, la independencia norteamericana surge de una admirable revolución, los cual nos obliga a repetir que este tipo de procesos no es un patrimonio de la izquierda).
Llegamos así a una circunstancia histórica equiparable. En España se celebra el bicentenario del levantamiento del dos de mayo de 1808, cuando el pueblo español se alzó contra el invasor francés y proclamó su independencia. Cámbiese al guerrillero local por un norteamericano y al militar francés por un soviético, y tendremos el eje dramático del que se vale Milius para sostener su guión.
Vuelvo al uso arbitrario y frívolo de ciertas palabras: los protagonistas de Amanecer rojo no son fascistas porque defender la libertad contra un opresor tiránico nada tiene que ver con el fascismo.
Además, el director no retrata la guerra como algo festivo o liviano. Muy al contrario: la guerra es, para Milius, algo terrible que va corrompiendo el alma de los protagonistas.
Al principio, combatir puede resultarles algo atractivo y hasta fascinante, pero, en realidad, es la oscura atracción del abismo lo que acaba atrapando a los personajes principales.
La muerte de parientes y amigos, en la línea de fuego o vilmente asesinados, les hace pagar un precio emocional demasiado alto. En especial, al personaje de C. Thomas Howell, quien acaba convertido en un perro de la guerra, sediento de sangre y carente de cualquier signo de empatía.
El precio de una controversia
Aunque fue el propio Milius quien se llevó lo peor de la andanada crítica, otros participantes en el rodaje, como el compositor Basil Poledouris, le confesaron al director sus dificultades para encontrar trabajo posteriormente.
Por lo demás, al realizador siempre le ha gustado conducirse por la vida como un enfant terrible. Aún suele asustar con sus opiniones a viejos amigos de juventud como Brian de Palma, Coppola, George Lucas y Spielberg, que solían defender posturas más liberales en los años setenta. Tampoco deja escapar la oportunidad de sobresalir en los rodajes, luciendo atuendo militar, con una pistola bien grande al cinto.
Pese a lo que comenta el crítico Peter Biskind, Milius no es un mero posseur respecto a las armas. Es más: siente una genuina pasión por ellas e incluso colecciona piezas de gran antigüedad. Si no hubiera sido así, la verosimilitud de Amanecer rojo se hubiese resentido. Con todo, de ahí a caer en el fascismo hay un largo recorrido. Para empezar, el derecho a portar armas está reconocido por la Constitución estadounidense. Claro que podemos debatir sobre si tal norma queda hoy obsoleta o si es una reliquia del pasado. Pero ya ven que, por sí solo, éste no es motivo suficiente para descalificar a John Milius o a Charlton Heston con un término tan grave.
Es innegable que la película alcanza un alto grado de controversia. Los guerrilleros tienen una edad media de quince años. Hay veladas referencias a la supuesta violación del personaje encarnado por Lea Thompson. Se ordenan fusilamientos de civiles como represalia y la guerrilla remata a heridos y ejecuta a prisioneros y a traidores.
Cierto, todo esto está presente. Pero precisamente eso nos aproxima a la serie de grabados Los desastres de la guerra de Goya y a la experiencia de los países ocupados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Por lo demás, a poco que se conozca la conducta de los soldados soviéticos en Afganistán, podrá comprobarse con facilidad si Milius falsea o exagera en su ficción.
Aunque nos pese, hablamos de conflictos inherentes al ser humano. El pecado de Milius fue incorporarlos a una fantasía lúdica con un mensaje de fondo. Por desgracia, nuestra sociedad hedonista casi ha dejado de concebir el sacrificio y el precio que, en ocasiones, hay que pagar por la libertad.
Después de Amanecer rojo, Milius tuvo serias dificultades profesionales. Guionizó un episodio de Corrupción en Miami y dirigió un episodio de The Twilight Zone, lo cual supone un triste anticipo del declive de su carrera.
Tardó cinco años en volver a dirigir otra película: Adiós al rey (Farewell to the King, 1989). Basada en la novela homónima de Pierre Schoendoerffer y con Nick Nolte en el papel protagonista, la cinta narra la lucha de una tribu asiática de cazadores de cabezas contra el invasor japonés, durante la Segunda Guerra Mundial. A los guerreros los guía un soldado aliado que es aceptado como miembro de pleno derecho de la tribu.
Ya ven que, una vez más, encontramos los temas predilectos del realizador: la lucha por la libertad y la supervivencia del individuo en un entorno hostil.
De ahí en adelante, abundan en la carrera de Milius los trabajos alimenticios, principalmente como guionista y en el medio televisivo. Así, en los últimos años, ha escrito y producido varios episodios de la serie de televisión Roma.
Los rumores que lo vinculaban con una nueva película de Conan nunca han terminado de concretarse. A estas alturas, parece que su única opción profesional es la revisión y el arreglo de guiones ajenos, tarea por la que le pagan bastante, siempre que no se sitúe en el primer plano de la fama.
Si recapitulamos, se advierte el lamentable destino que al realizador le ha deparado la hipocresía hollywoodense. Y es que, por lo que parece, en esa fábrica de sueños, frívola y políticamente correcta, se puede ser como Tim Robbins pero no es recomendable parecerse a John Milius.
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