Nos hallamos ante una novela de misterio que es, asimismo, una apología de la cordura y de la tenacidad. Digo esto último porque, gracias al talento de su autora, nos encontramos aquí con el modelo de tantos otros relatos, telefilms y películas en los que el protagonista debe justificar la verdadera existencia de otro personaje que su entorno considera imaginario.
Quien escribió este entretenidísimo libro, la galesa Ethel Lina White (1876–1944), logró aquí su obra maestra, aunque su fama entre nosotros se deba a la adaptación rodada por Hitchcock, Alarma en el expreso (1938), y a los sucesivos abordajes de la misma trama (para el cine en 1979, para el teatro en 2001 y para la televisión en 2013). Eso por no hablar de versiones muy aproximadas, como aquel episodio de Alfred Hitchcock presenta titulado «Into Thin Air» (1955), o el thriller Plan de vuelo: desaparecida (2005), de Robert Schwentke.
A modo de digresión, aprovecho este interludio cinéfilo para recordar que otra obra de White, Some Must Watch (1933), fue llevada magistralmente a la pantalla por mi admirado Robert Siodmak bajo el título La escalera de caracol (1946).
Este vaivén entre los misterios literarios y el celuloide nos lleva a una certeza, y es que Ethel Lina White fue una autora enormemente popular, que quizá no haya merecido una posteridad tan brillante como la de su compatriota Agatha Christie, pero que, sin duda, escribió títulos que no han perdido frescura e interés. La recomendable novela que hoy nos ocupa es buen ejemplo de ello.
En su mítico libro de conversaciones con Hitchcock, François Truffaut recoge esta reflexión del maestro. Cito la ya clásica edición que aquí se lanzó en 1974: «Es una fantasía, una auténtica fantasía. ¿Sabe que esta misma historia se ha rodado tres o cuatro veces? (…) Todo procede de una leyenda que se sitúa en París en 1880. Una señora y su hija llegan a París, se instalan en un hotel y la madre cae enferma en la habitación del hotel. Llega el doctor, examina a la mujer, luego habla aparte con el propietario del hotel, y después dice a la chica: «Su madre necesita ciertos medicamentos», y manda a la chica al otro extremo de París en un coche de caballos. Cuando tras una ausencia de casi cuatro horas vuelve al hotel y pregunta: «¿Cómo está mi madre?», el director del hotel le responde: «¿Qué madre? No la conozco, ¿quién es usted?» La chica replica: «Mi madre está en tal habitación». La llevan a la habitación, hay otros huéspedes, los muebles no están en el mismo sitio y el papel del tapizado es diferente».
En el caso de la novela de White, la protagonista con quien nos identificamos es la joven Iris Carr, y el personaje fantasmal es una institutriz, Miss Froy, que inevitablemente identificamos con el McGuffin hitchcockiano. En este caso, alguien que estaba y ya no está, pero que nadie parece haber visto.
La carpintería de la intriga es excelente, y todo funciona a favor del lector, que se ve atrapado por el suspense y ‒literalmente‒ acompaña a Iris en su extraña aventura, dotada de una atmósfera memorable y de un ritmo creciente.
Para terminar de redondear el conjunto, La dama desaparece cuenta con unos personajes impecablemente caracterizados, empezando por la carismática protagonista.
Sinopsis
Después de unas vacaciones bulliciosas en un hotel de montaña de un país sin nombre del este de Europa, Iris Carr –una joven y bella favorita de la Fortuna− coge el tren expreso a Trieste. En un vagón repleto, la única persona que no parece serle hostil es una institutriz inglesa, la señorita Froy, con la que entabla conversación. Poco después se queda dormida y, al despertar, el lugar de su nueva amiga está vacío. La señorita Froy parece haberse volatilizado: nadie en el tren recuerda haberla visto, Iris parece no estar en sus cabales e incluso el joven y desenvuelto ingeniero que la escucha solícitamente, pese a ayudarla a aclarar lo que puede o no haber ocurrido, nunca llega a creerla. La dama desaparece (1936), que sería llevada al cine por Alfred Hitchcock en 1938, es un clásico de la novela de misterio británica y recrea una situación de ansiedad extrema que la acerca al thriller psicológico. Su autora, Ethel Lina White, fue en la década de 1930 tan famosa en la novela policiaca y de misterio como sus contemporáneas Dorothy Sayers y Agatha Christie y en sus obras recupera la tradición romántica de la mujer sola atrapada en unas circunstancias que pondrán a prueba su lucidez y su «sentido de la seguridad».
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