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Aigul Akhmetshina, una mezzo total (o en camino de serlo)

Akhmetshina brilla en su nuevo recital para Decca con la seguridad de quien domina todos los estilos. Su capacidad para transitar por el repertorio operístico habla de una artista en plenitud.

Esta mezzosoprano rusa fue en 2021 Angelina de La Cenerentola de Rossini en el Teatro Real y en el mismo escenario, en la temporada 2024, triunfó como la agresiva Elisabetta de la donizettina Maria Stuarda. Dos entidades situadas en límites expresivos y vocales, dentro de su cuerda. Ámbito que parecen reflejar lo que su carrera va siendo hasta el presente, en la que hace compatibles Adalgisa de Norma con la Carmen de Bizet. Dos jóvenes separadas canoramente hablando, con todas sus consecuencias, por más cuarenta décadas.

Asimismo joven (no ha llegado aún a la treintena) y hermosa son cualidades que se suman a su calidad vocal indudable. Lo que ha supuesto que en aquel 2021 donde en Madrid pasada a una parte de tal envergadura como la recordada, siendo, paralelamente en la Royal Opera, Flora, en una Traviata con Ermonela Jaho, Charles Castronovo y Plácido Domingo, en el montaje ya clásico de Richard Eyre que casi tres décadas atrás había significado el despegue profesional de Angela Gheorghiu. Un salto bastante cuantitativo de la Akhmeshina.

Los productores Dominic Fyfe y Alexander van Ingen le echaron el ojo y entre finales de 2023 e inicios de 2024 le propusieron grabar para Decca su primer recital en solitario, cuyo programa refuerza su camino escénico hasta la fecha. Además de Angelina, canta Rosina del Barbero rossiniano, el Romeo belliniano, Charlotte del Werther de Massenet y la Carmen de Bizet.

Con la Royal Philharmonic Orchestra y ocasionalmente con los Apollo Voices, encuentra en el foso la solvente, imaginativa y colaboradora batuta de Daniele Rustioni. Un disfrutable disco. Por más que un buen retrato, es permitido añadir y adelantar.

En busca de Carmen

Akhmetshina ha cantado ya Carmen en la Royal Opera bajo la batuta de Antonio Pappano, además de Nueva York, Berlín, Verona o Viena. No es de extrañar que comience su disco con tres fragmentos de esta ópera bizetiana: la habanera, la seguidilla y, para demostrar su temperamento dramático, la escena de las cartas.

Se ha impuesto a creencia de que un tenor ha de esperar su madurez interpretativa para cantar Otello y una soprano un desarrollo profesional suficiente para hacer Norma. Entre las mezzosopranos puede captarse una equivalencia: enfrentarse a Carmen con una madurez suficiente. Sea o no cierta esta suposición, que se cumplió en Teresa Berganza pero no en su contemporánea Agnes Baltsa, no encaja en la carrera de Akhmetshina. La rusa compatibiliza Carmen con las dos cenicientas (Rossini, Massenet) y con entidades del bel canto de Rossini, Bellini y Donizetti.

En 2021 prestó su voz al tenor Freddie de Tommaso para su recital en Decca, cantando el dúo final entre Carmen y Don José. Ahora el tenor le devuelve la gentileza prestándose a cantar sus frases en la seguidilla. Con estos cuatro fragmentos se puede constatar lo que es la Carmen de la mezzo rusa.

Riqueza, seguridad y convicción

En la habanera, Bizet presenta en escena a la gitana de Sevilla. El texto y el canto exponen su sensualidad y concepto del amor. La voz de Akhmetshina, de inmediato, se encuadra en su cuerda por la anchura y el color de una riqueza eslava. La tesitura de la página no es excesiva en extremos pero permite demostrar que la cantante posee igualdad de registros.

Habría que añadir que enseguida la voz se adueña del oyente por la belleza, opulencia y manejo. Las dos estrofas narrativas (evita el inicial recitativo) están expresadas con seguridad y convicción y cambia de modales en los estribillos haciendo hincapié en las importantes palabras prends garde a toi (ten cuidado). Es el anuncio de lo que le va a pasar a Don José por enamorarse de ella. Se trata de una versión cuidada más en la intención (sobria pero certera) que en el subyugante flujo melódico.

Se recuerda que Bizet tomó esta melodía del compositor alavés Sebastián Yradier (Canciones españolas, 1864), escribiendo en primer lugar su propia versión (grabada por Angela Gheorghiu en 2002) de bastante inferior calidad. Debemos a la primera intérprete de la ópera, Célesine Galli-Marie, el hecho ya que se negó a cantar por ordinara ysosa la habanera escrita por Bizet.

Más carne en el asador ha de poner Carmen en la seguidilla. Asimismo una canción a la que el músico dio mayor alcance en el desarrollo de la acción. Aquí la labor seductora va dirigida ahora a Don José. Akhmetshina entra en la esencia de la situación. Las tres veces que canta las frases Près des remparts de Séville las desarrolla de manera musicalmente distintas. En la zona central, susurrada y sensual, son la presencia vocal del tenor (un de Tommaso impecable) potencia su sugestivo trabajo aprovechando la envolvente, serpenteante melodía que el compositor le brinda. Una lectura sobresaliente.

Si en ella el registro centro-grave es de una `presencia imponente, aun más lo es en la dramática escena de las cartas donde encuentra como colaboradoras entregadas a ña soprano Elisabeth Bouedrault (Frasquita) y a la mezzo Kezia Bienek (Mercèdès).

El suntuoso y oscuro sonido grave de la voz de la mezzo es un recurso infalible para que el conenid0 de la situación. Esta aparece claramente expresada ya en la reflexiva primera sección (En vain pour eviter) confirmada en la segunda parte cuando las amigas gitanas repiten Parlez, parlez, mes belles (dicho a las cartas que han «hablado»). Sus sonidos claros y agudos contrastan con la oscuridad de las notas graves, las más extremas, de la mezzo. La Ahkmetshina consigue esa diferenciación dramática deseada por el compositor: ellas se auguran un porvenir halagüeño; ella, su muerte y la de su amante.

El acompañamiento orquestal, translucido y elocuente de Rustioni se pone al servicio de las cantantes de manera tan oportuna como concluyente. Acompañamiento excelente de una batuta de la misma manera atenta en todo el recital.

De la reflexión al desgarro

Siguiendo el orden de la grabación, Akhmeshina se enfrenta a la gran escena de Charlotte en Werther de Massenet. La edad de la protagonista es la de una joven que apenas ha dejado atrás la adolescencia. Como el timbre de la Akhmetshina no asociado esa temprana edad, la artista sabe adecuarlo distinguiéndolo de la anterior exuberancia sensual de Carmen.

El crescendo expresivo que Charlotte acusa a medida que va releyendo las cartas enviadas por Werther viene expuesto con enorme autoridad. Pasando de la reflexión al desgarro, asombra la profundidad de su lectura. La atenta traducción y matización del texto y las notas, diferenciando cuando lee las misivas de los efectos que en su ánimo esas producen, es magistral. Cuando aparece el tema que puede considerarse «del suicidio», su talento dramático aflora.

(Para los curiosos: aquí en este tema y de paso, se indica que su melodía es muy parecida a otra posterior que músico colocará en Le Mage).

Seguidamente, Akhmetshina cambia radical de estilo, volviendo atrás en el tiempo y en el idioma. Se mide con un personaje concebido por Bellini para una contralto in travesti estrenado por Giuditta Grisi. Romeo de I Capuleti e i Montecchi se presenta con una cavatina propia del periodo, o sea, recitativo, aria y cabaletta. Tres diversas formas de canto y ejecución y, en algún momento, opuestas. Bellini retrata aquí la juventud y su fiereza (allegro marziale se indica en la cabaletta).

La mezzo rusa cumple esas expectativas, con un canto legato de impecable escuela en Se Romeo t’uccisse un figlio y soporta las terribles exigencias en La tremenda ultrice spada donde el compositor leponenueve notas graves (ma su voi ricada il sangue) que demandan una vocalidad de auténtica y extensa contralto. El momento es compartido con otros personajes (Tebaldo, Capellio y el coro partidarios de ambos), ausentes en el recital por lo que la situación pierde algo de significado, pese a la valorable actuación de la cantante

Del mismo Romeo añade la Akhmeshina Tu sola, o mia Giulietta, por fin una declaración de amor, la que se espera de un personaje tan apropiado para ello como es el enamorado por antonomasia Romeo. Expansión sentimental acompañada por una enorme melancolía, de un dolor extremo, puesto que el joven la entona ante el cuerpo de una Giulietta a quien él cree muerta. El cambio de talante de la mezzosoprano es evidente, ofreciendo un colorido más claro y juvenil en esa melodía tan belliniana. Aquí no se piden alardes instrumentales, al contrario la artista ha de transmitir el estado anímico del personaje.

La versatilidad de una artista

Rossini es el músico con el que cierra su recital la Akhmetshina. Dos jóvenes bien opuestas: Angelina el colmo de la virtud y Rosina el colmo de la gracia y astucias femeninas.

El rondó final de La Ceneretola con sus saltos de octava y sus pasajes de virtuosismo vocal, pulsando los tres registros de una mezzosoprano, son soportados por la Akhmetshina con singular pericia. Incluidas deliciosas notas picadas y volate (una escala rápida como si la voz «volara»). Además no olvida su contenido expresivo. Los Apollo Voices, como en anteriores cortes, hace un buen traba

Rosina en su cavatina Una voce poco fa se define nítidamente: es dócil afectuosas, cariñosa… pero cuando le tocan su punto débil puede convertirse en una vipera, o sea una víbora. De nuevo hay exhibición de ricos graves y desplegados agudos. Retrato magistral de libretista y músico que en la voz de Akhmetshina encuentra su significado. El cálido timbre suma para agrandar la caracterización. Comparar a Carmen con esta Rosina es suficiente para comprender su versatilidad. No obstante cierto aire de aplicación más que naturalidad pueden dar a entender que a la mezzo rusa lo va más el dramatismo que la comicidad.

Con Rosina, pues, acaba el recital pero el programa operístico ya que añade una canción de su tierra. Probablemente, en su primer disco oficial, lamentaba que no se incluyera algo autóctono. Personajes de ópera rusa para mezzosorpano os hay a montones. Pero escogió The Nightingale (El ruiseñor), muy bonita canción tradicional por medio de la cual el opulento centro vocal de la Akhmetshina luce de manera aplastante.

Una cantante encaminada a una espléndida carrera internacional.

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Fernando Fraga

Es uno de los estudiosos de la ópera más destacados de nuestro país. Desde 1980 se dedica al mundo de la música como crítico y conferenciante.
Tres años después comenzó a colaborar en Radio Clásica de Radio Nacional de España. Sus críticas y artículos aparecen habitualmente en la revista "Scherzo".
Asimismo, es colaborador de otras publicaciones culturales, como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Crítica de Arte", "Ópera Actual", "Ritmo" y "Revista de Occidente". Junto a Blas Matamoro, ha escrito los libros "Vivir la ópera" (1994), "La ópera" (1995), "Morir para la ópera" (1996) y "Plácido Domingo: historia de una voz" (1996). Es autor de las monografías "Rossini" (1998), "Verdi" (2000), "Simplemente divas" (2014) y "Maria Callas. El adiós a la diva" (2017). En colaboración con Enrique Pérez Adrián escribió "Los mejores discos de ópera" (2001) y "Verdi y Wagner. Sus mejores grabaciones en DVD y CD" (2013).