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El impacto del surrealismo en las artes visuales y el cine

De Apollinaire a Hitchcock: cien años de surrealismo

Celebramos el centenario de un movimiento artístico que transformó las artes visuales, la literatura y el cine

Una noche de 1917, en plena guerra mundial, Guillaume Apollinaire asistió en París al espectáculo Parade sobre un texto de Cocteau con música de Satie y figurines de Picasso. Al salir comentó que la cosa le había parecido surréaliste. La palabra debió circular, llegando al pintor Picabia y al poeta Desnos, por ejemplo. Finalmente, en 1924, André Breton dio a conocer el primer Manifiesto surrealista. Cabe observar que la palabra es una homofonía en español respecto del francés, pero significan lo contrario. No se trata de estar debajo de la realidad, como en nuestra lengua, sino por encima. Así es que, en un principio, la versión española era superrealismo. El uso se encargó de lo demás.

El control de Breton

El movimiento bretoniano tuvo un perfil disciplinario, casi papal. De hecho, se ofreció la tiara a personajes tan variables como Sigmund Freud, Paul Valéry y León Trotsky, sin resultados. Lo cierto es que Breton seleccionaba duramente y controlaba a sus miembros como si de una orden religiosa se tratara. Les prohibía ocuparse de la música y debían rendir cuentas en lo sexual. En todo caso, su compromiso era la revolución mundial, y tamaña exigencia lo absolvía todo.

Surrealismo vs vanguardia

Hoy cabe echar las cuentas. Se suele incluir el surrealismo entre las vanguardias cuando, en rigor, nunca lo fue ni se propuso serlo. En sentido estricto, solo son vanguardias los futurismos italiano y ruso, y el dadá suizo. Su característica fundamental es la negación de la historia, el establecimiento de una hora cero en una historia por hacer, carente de memoria y valorando solamente el porvenir. La vanguardia es anarquismo, porvenirismo y acracia.

El surrealismo, en cambio, vindica una historia y acredita antecedentes. Halla marcas surreales desde Dante hasta el citado Valéry, sin excluir a Victor Hugo y Arthur Rimbaud. De hecho, varios de sus postulados remiten a ciertas constantes del romanticismo. La invocación del inconsciente, la supremacía de los sueños sobre la vigilia y la primacía creativa de la palabra sobre la idea –la llamada escritura automática– admiten ser románticas. La imagen de una vida auténtica situada en la Otra Parte y la desdeñable afición a la vida cotidiana como la única real comprometen al artista romántico. Este, por medio de un mirar especialmente concentrado, tiene acceso a lo superreal, eso que la costumbre y sus expectativas encubren y el arte puede revelar. Lo habitual se vuelve extraño, y lo ajeno se torna entrañable. De tal modo, las asociaciones entre cosas que exceden el uso habitual de los objetos producen nuevos vínculos y construcciones de sentido.

Influencia del surrealismo en las artes

La práctica surrealista resultó desigual en sus efectos. En general, su mayor influencia se dio en las artes visuales, especialmente en la pintura de nombres como Magritte, Delvaux y Dalí. Más notoria resultó en un arte naciente y esencialmente visual como el cine, antecedido, desde luego, por la fotografía. Al surrealismo debe el cine algunos clásicos fundacionales como las primitivas obras del mismo Cocteau, Man Ray, Buñuel y René Clair. En cambio, a diferencia de otros movimientos coetáneos como la Bauhaus, no se asomó a la arquitectura, aunque sí al diseño de joyas y objetos manuales de uso diario.

En lo literario, su presencia es fuerte en la poesía, menor en el cuento, prácticamente nula en la novela. Para el teatro, más que sus logros verbales, le corresponde acreditar las soluciones visuales propuestas por los directores de avanzada.

El surrealismo en el cine

¿Es posible ligar el surrealismo en celuloide con el expresionismo alemán? Por cierto, se encuentran en las alucinaciones de pesadilla que culminan en el cine «comercial» con Recuerda (Spellbound) de Alfred Hitchcock, en parte escenografiada por Dalí.

El legado del surrealismo

El mercado y la moda dan cuenta de todo, incluso de una severa religión laica como la bretoniana. Hoy el periodismo adjetiva de surrealista cualquier cosa que resulte inesperada, pintoresca e inexplicable. No es mal destino para algunas palabras, abiertas al uso mientras perduren, es decir, mientras permanezcan vivas. Sobre la realidad está la Realidad, que todavía no conocemos acabadamente y quizá nunca habremos de conocer. A ratos, por ráfagas, en fragmentos, nos es dada por los sueños. Somos sus felices o aterrados espectadores.

Imagen superior: Philippe Halsman, ‘Dali Atomicus’ (1948).

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")