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Crítica: ‘Dogman’ (2023)

«Allí donde hay un desgraciado, Dios envía un perro», firma Lamartine como prólogo a este filme que trata de desgraciados y perros, de la crueldad y del amor incondicional.

Un control policial nocturno detiene un camión bajo la lluvia. Al volante se sienta un hombre travestido de Marilyn, sucio y ensangrentado. En la parte de atrás transporta un escuadrón de perros amenazantes. Definitivamente, algo no marcha bien.

Luc Besson escribe y dirige esta fábula de tintes siniestros, un cuento moderno de Cenicientas que sueñan con fiestas a los que no están invitadas, y con príncipes que nunca han de conceder un baile. Estilista, estrafalario, delicado y burdo a un tiempo, Besson plantea un misterio que iremos resolviendo a medida que la historia se desarrolla, un conglomerado de teselas rotas y mal ensambladas que son el mosaico de la vida del protagonista.

Douglas (Caleb Landry Jones), cual Hannibal Lecter trans, parece a priori el psicópata al que no conviene arrimarse mucho. Si bien la doctora Evelyn (Jonica T. Gibbs), psiquiatra de turno, tomará su caso tratando de entender a quién tiene delante y de qué está hecho, intuyendo el maltrato físico y psicológico como causa de una vida destrozada en carne y alma.

Douglas, desde su silla de ruedas, confiesa que se disfraza para otorgarse una identidad, porque no sabe quién es. Una infancia traumática, fanatismos religiosos, abandono… Un niño enjaulado y tratado como un perro maltratado. «Una serie de catastróficas desdichas» que componen la biografía de un ángel caído.

Dough se evade de su infierno mediante el amor que profesa a los perros, los únicos seres vivos que no le han traicionado ni dañado jamás, y con los que forma una familia que actúa de manera anárquica, antisistema, como un clan de vengadores justicieros que tratan -a su manera-, de poner orden en medio del caos.

Similar a un cóctel de fantasía, Dogman mezcla esencias de Almodóvar en licor de Tarantino, logrando un combinado tan audaz como indescriptible, que deja un regusto agridulce a experiencia novedosa, a vértigo y riesgos apenas controlados.

Travestismo, ortopedia, batas de seda y canciones demodé, entre perros sucios, mafias latinas y tugurios de una ranciedad inasumible. Estéticas irreconciliables y severas contradicciones morales, marcan el devenir narrativo de esta película que navega -y a veces naufraga-, entre el cine de autor y el mainstream, donde Besson demuestra que si algo no le importa es el qué dirán.

Dogman es una brillante idea dibujada con trazo irregular, como un cómic que alterna viñetas curradas y páginas anodinas, meritoria en sus hallazgos y algo narcisista en sus ambiciones. Pero si hay que destacar un elemento que brilla como Venus en la noche, es la excepcional interpretación de Caleb Landry Jones, quien se enfunda con maestría sobrecogedora el incómodo traje que Besson le confecciona para su lucimiento personal, y para plasmar en la pantalla secuencias que aspiran a convertirse en clásicos del cine.

Con un aire entre el Joker de Phoenix y la Bette Davis de ¿Qué fue de Baby Jane?, el personaje protagonista se muestra patético y entrañable, sostenido apenas por unas prótesis de acero y una tropa de canes leales, y resplandeciendo en su prisión de maquillaje y disfraz con un delicado equilibrio entre la fragilidad y la rabia incontenible.

La película se ve con agrado y el corazón encogido, si bien acaba siendo algo redundante y cae en el empalago del exceso, y de un final forzado por el simbolismo autoimpuesto. Pero tiene ese ingrediente secreto de la singularidad, que la hace atractiva y deja en el espectador la impresión de haber añadido al catálogo de monstruos a una nueva Malicia en el país de las pesadillas.

Sinopsis

La película narra la increíble historia de un chico, a quien interpreta Caleb Landry Jones (Tres anuncios en las afueras, Nitram), golpeado por la vida, que consigue salir adelante gracias al amor de sus perros.

Luc Besson nos presenta una disparatada mezcla de thriller, musical y cruel pero conmovedor melodrama, que se estrenó mundialmente en el pasado Festival de Venecia.

Copyright del artículo © Fernando Mircala. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Diamond Films, Europa Corp, TF1 Films Production, Luc Besson Production, Canal+, Ciné+. Reservados todos los derechos.

Fernando Mircala

Artista, escritor, traductor y fotógrafo. Premio Lazarillo en el año 2000. Entre otros libros, es autor de 'Ciudad Monstrualia' (2001), 'El acertijo de Varpul' (2002), 'Eclipse en Malasaña. Una zarzuela negra' (2010), 'Lóbrego romance, pálido fantasma' (2010), 'Compostela iconográfica' (2012), 'Pentagonía' (2012), 'En un lugar de Malvadia' (2016; ilustrado por Perrilla), 'Pánico en el Bosque de los Corazones Marchitos' (2019), 'Versos para musas y cuatro cuentos de Edgar Allan Poe' (2019) y 'Concéntrico' (2022).