Una de las grandes construcciones literarias del siglo XX, En busca del tiempo perdido, nace de una embestida de Proust contra Sainte-Beuve que acaba siendo una afirmación oblicua de Sainte-Beuve. Si los críticos son nietos de Sainte-Beuve, Proust es su hijo. Proust se ocupó de nuestro crítico a partir de 1905 y, sobre todo, en torno a 1908. Luego, su interés fue decreciendo hasta desaparecer en 1912, cuando empieza a publicarse su libro.
Es curioso que la exclamación proustiana «Sénancour soy yo», que imita la atribuida a Flaubert («Madame Bovary soy yo») derive de unas lecturas de Sainte-Beuve sobre Sénancour: el prefacio a la reedición de Oberman y Chateaubriand et son groupe littéraire sous l’Empire (edición definitiva de 1889).
En 1908 Proust se propuso escribir su Contra Sainte-Beuve pero se sintió bloqueado a menudo, acaso porque intuyó que no era el proyecto lo que íntimamente deseaba hacer sino algo que la escritura le iba imponiendo con vaguedad y fuerza. Creyó querer escribir una refutación del método samboviano, que sólo sirvió para ignorar a los grandes escritores de aquel tiempo y ensalzar a olvidables mediocridades. Tampoco le gustaba el estilo charlado de Sainte-Beuve. Ni luz ni conversación: un verdadero libro «es hijo de la oscuridad y del silencio » (por esos años, Kafka apuntaba casi lo mismo). Más aún: aquél tiene algo de obsceno.
El proyecto vacila. No es ya un estudio sobre el escritor, sino una novela sobre él. Luego, otra novela, cuyo protagonista es homosexual, tal vez Charlus o el propio Narrador. El texto terminaría con una conversación sobre crítica literaria y, en especial, sobre Sainte-Beuve, lo que justificaría el trayecto anterior. Unas 400 o 500 páginas. Distribuido y diluido en la novela, el estudio sobre Sainte-Beuve no existirá nunca. Proust deja de lado lo escrito, que hoy conocemos como Jean Santeuil. Tiene ya el comienzo y el remate, lo cual señala su carácter parabólico. En el verano de 1909 está en plena tarea. Luego la tarea se alarga y piensa en publicar la obra en 1910. Le ofrecen darlo como folletín pero la extensión lo hace imposible. Por fin, entiende que está escribiendo «una suerte de novela».
¿Qué atrajo y distanció a los dos escritores? En rigor, Proust quería cuestionar el realismo y el progresismo en literatura, dejar de lado la idea de que la literatura es cosa de una época y que vale lo que el personaje que la produce. En especial, advierte que el yo que escribe no es el habitual, que la persona moral se compone de varias personas superpuestas, que el poeta es el mismo de siempre en tanto arquetipo que crea y recrea la misma literatura.
Uno es el sujeto del tiempo y otro, el del Tiempo. Hay una dialéctica entre el uno y el otro. Hay que hacer hablar al otro y escucharlo, pero ¿dónde está ese otro? Por otra parte ¿escucharlo no es también censurarlo? El otro habla una lengua bárbara y se impone traducirla y darle forma para hacerla universal.
Aquí Proust parece obedecer a otra de sus bestias negras: Mallarmé. Y, si bien se mira, lo que le preocupa son los ecos que Sainte-Beuve más allá de la superficie de lo dicho por Sainte-Beuve. Por eso se trata de un lazo filial. Proust tuvo por la época un confidente de sus vaivenes creadores, el escritor Georges de Lauris, que llegó a ser el primer lector de la Recherche, de su primera parte aún inédita.
Hacia la mitad de diciembre de 1908 le escribe: «Voy a escribir algo sobre Sainte-Beuve (…) el relato de una mañana, Mamá vendrá hasta mi lecho y yo le contaré un artículo que quiero hacer sobre Sainte-Beuve.» Y a Madame de Noailles, por las mismas fechas: «A pesar de estar muy enfermo, quisiera escribir algo sobre Sainte-Beuve». De nuevo a Lauris, por idénticas fechas: «(…) empiezo a olvidar a Sainte-Beuve que está escrito en mi cabeza y que no puedo escribir en el papel porque no puedo levantarme.» Luego (fin de diciembre de 1908) al mismo: «No he empezado todavía a trabajar y he olvidado todo lo leído de Sainte-Beuve (…) He dejado de leer a Chateaubriand (del cual hice un pastiche) y estoy de lleno en Saint-Simon que es mi gran diversión (…) me ocupo sobre todo de tontadas, de genealogías, etc. Te juro que no es por esnobismo sino porque me divierte enormemente.» La secuencia es evidente: la cercanía de la madre como destinataria del texto, la lucha contra la enfermedad y, al mismo tiempo, el estímulo de la enfermedad, los modelos de Chateaubriand (la voz de ultratumba) y Saint-Simon (el chisme como verdad sin prueba, verdad verosímil y creída). Falta el otro modelo: Montaigne, el yo que ondula en las intermitencias de la memoria, el otro que escribe el libro y que es el sujeto del libro.
Proust se acaba definiendo cuando consigue oponer la inteligencia (ratio de la escisión: separar lo que está originalmente unido, distinguir, oponer: inteligir) a la analogía (unir lo separado, reconocimiento de un vínculo borrado y recuperable). Como en Baudelaire, el aceptado, y Mallarmé, el denegado, el arte es analógico, metafórico.
El pasado, finalmente, es un temblor de fondo que no se reconoce como propio: lo siniestro, la esencia última y extraña de nosotros mismos. Se escribe con las horas contadas, como un enfermo terminal. Todos los hombres viven en ese momento de lo perentorio. El escribir lo hace consciente y se insurge contra la muerte, la palabra incontable. La inteligencia puede considerarse inferior a la analogía y, a la vez, discurrir quién está por encima de los demás. Es la inversión dialéctica de Sainte-Beuve, no su negación. Es Sainte-Beuve releído de forma invertida: la vida de un escritor termina pareciéndose, como en Balzac, a sus novelas. Por eso, Sainte-Beuve le es indispensable, como el padre al hijo. Hay que matarlo para ocupar su lugar, abriéndose paso con el escalpelo del anatomista que es un escultor: la escritura.
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Copyright del texto © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en Cuadernos Hispanoamericanos. El texto aparece publicado en Cualia con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.