Los amantes de la naturaleza saben que hay dos tipos de especies invasoras: las dañinas y las letales. Esa unanimidad ha sido fomentada, con razones de la más diversa índole, desde el mundo científico, penalizando aún más a aquellas criaturas que corrompen el equilibrio de un ecosistema y conquistan el espacio que habitaba alguna especie en peligro de extinción.
Son ‒por definirlos en una sola línea‒ los villanos que mejor encarnan las amenazas contra la biodiversidad. A ojos de la mayoría, acabar con ellos constituye un imperativo moral.
¿Culpables sin juicio previo? En este sentido, pese a que las especies invasoras suelen aparecer hoy por culpa del hombre, su imagen se tiñe invariablemente de connotaciones negativas y resulta complicado justificar su proliferación. Frente a esa idea monolítica, Thompson nos propone un estudio que tiene parte de indagación y parte de propuesta ambiental. En cuanto indagación, su libro demuestra que muchas de las especies que consideramos autóctonas fueron, en un día lejano, nómadas que arrebataron un nicho ajeno. Y en la parte que tiene de sugerencia, explica líneas de convivencia e incluso planes de introducción que podrían reequilibrar hábitats especialmente dañados.
La novedosa perspectiva de Ken Thompson nos permite analizar el movimiento de las especies sin prejuicios, comprendiendo la sutileza y complejidad de este inevitable fenómeno.
Escrito con gran amenidad, ¿De dónde son los camellos? abre un debate en múltiples frentes, empezando por el ecológico y el económico. Es probable que su actitud conciliadora no sea compartida por otros científicos, pero está claro que los ejemplos que Thompson propone en estas páginas nos invitan a repensar el problema sin apriorismos.
Sin duda, el título elegido para este ensayo resume en lo esencial el pensamiento del autor: los camélidos aparecieron en América del Norte hace cuarenta millones de años, y prosperaron en Asia y América del Sur. Sin embargo, las únicas manadas salvajes de dromedarios que puede estudiar un zoólogo recorren hoy las llanuras australianas. Esos dromedarios son invasores, introducidos por el hombre, y no obstante, en la actualidad, son otro ejemplo de dispersión de una familia que se propagó al mismo tiempo que desaparecía de su tierra de origen.
Quizá, a fin de cuentas, la autoctonía es un asunto menos nítido de lo que parece. Y reconozcámoslo, éste no es el peor de los problemas que padece la naturaleza. «En un mundo ‒escribe Thompson‒ donde la propagación de especies foráneas sólo es una pequeña parte (y muy por detrás de la más importante) de la transformación integral que está experimentando la biosfera debido a la actividad humana, deberíamos dejar de pensar que podemos volver a situar el reloj en alguna edad dorada prístina y previa al ser humano».
Sinopsis
En el lapso de nuestra existencia, vemos la flora y la fauna que nos rodean como algo natural: plantas y animales que damos por hecho son autóctonos del lugar y que siempre han estado allí. Sin embargo, esto no es así. Asociamos los camellos con África y Asia, pero la especie apareció en América del Norte y los únicos dromedarios salvajes se encuentran en Australia. Algunas de estas especies que hoy creemos autóctonas fueron en su día “invasoras” y desalojaron a otras “nativas”. Estas contradicciones obligan a replantearnos la muy presente cuestión del peligro y los trastornos que suponen las llamadas “especies invasoras” como otra cara de la biodiversidad.
En este libro fascinante Ken Thompson examina a través de una multitud de casos la cuestión de hecho que formulan estas especies y deja en el aire, asimismo, la pregunta de si nuestros actuales temores al respecto no pueden ser, a la larga, contraproducentes.
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