Fue motivo de asombro para muchos observar con que diligencia y talento se adentró Neil Gaiman en los dominios del tejedor de sueños. Disipando las dudas de quienes aún creían que el cómic no podía ser un arte para adultos, Gaiman nos introdujo en una serie de aventuras oníricas en la que menos importaba era el desenlace o encontrar el camino de vuelta.
Sandman: Vidas breves (The Sandman: Brief Lives, 1994) llegó a las tiendas de tebeos entre septiembre de 1992 y mayo 1993. El guionista recurrió en este caso al equipo formado por Jill Thompson (dibujo), Vince Locke, Dick Giordano (entintado) y Danny Vozzo (color), con la participación de ese genio llamado Dave McKean en calidad de portadista.
Todo el relato puede resumirse en pocas líneas: Delirio, la alborotada y entrañable hermana del Señor de los Sueños, se ha empeñado en descubrir qué pasó con otro de sus hermanos, Destrucción, y para ello no duda en recurrir a Morfeo, que es el único de la familia dispuesto a seguirle la corriente.
En cierto sentido, la historia que se nos cuenta en Vidas breves podría ser el guión de una extraña road movie, repleta de acontecimientos sobrenaturales, reflexiones sobre la fantasía y alusiones metanarrativas. Al final, en esta concatenación de acontecimientos, uno no sabe si tiene mayor peso el elemento fantástico o los momentos que cabe examinar en clave realista.
Otro de los elementos argumentales más llamativos es que Sueño emprende este viaje para escapar de una depresión. ¿Puede la melancolía dominar a un inmortal? Debemos aceptarlo, aunque Gaiman no nos aburra con una interpretación psicoanalítica de esa tristeza.
Hablamos de un personaje para quien las eras se encabalgan, y cuyo palacio contiene la posibilidad de todos los goces y también la más mezquina de las humillaciones o el más rotundo de los horrores. De ahí que, tras su apariencia impasible, Morfeo demuestre todos los rasgos humanos, desde la compasión –más o menos disfrazada– hasta la crueldad. Al fin y al cabo, él es quien proporciona ese sustrato del que se nutren nuestras fantasías nocturnas.
Como ejemplo de lo anterior, debe bastarnos el modo en que Sueño resuelve su relación con su hijo Orfeo, cuya cabeza se custodia en una isla griega donde también yacen los restos de Lady Constantine. ¿Es el suyo un acto de misericordia o la aceptación de un destino inexorable?
No es éste uno de las mejores entregas de Sandman, aunque la calidad y exuberancia narrativas de Gaiman queden de manifiesto en cada capítulo. En todo caso, esta es una objeción menor si tenemos en cuenta que la saga puede leerse como un ciclo íntegro, sin necesidad de elegir este o aquel episodio.
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