En Videoclub, Jaume Ripoll, el fundador de Filmin, rememora una vida ambientada en un mundo que los más nostálgicos reconocerán: el de los cines de barrio con olor a ozono-pino y los videoclubs rebosantes de VHS en sus estanterías. Además de conectar con este pasado a través del celuloide, Ripoll nos invita a comprender, por vía indirecta, cómo y por qué nació la plataforma que hoy lidera.
Todo comienza en 1990, en Mallorca. Un chiquillo regordete y con granos se disponía a vivir una experiencia cinematográfica junto a sus padres. Era una noche de viernes repleta de emociones, marcada por el estreno de una cinta de Almodóvar, Átame. Al adentrarse con la memoria en aquella sala ‒el cine ABC‒, Ripoll usa como recurso proustiano una combinación de olores: el toque higiénico de la lejía, el inconfundible olor a mantequilla que acompañaba a las palomitas y un suave perfume de ambientador. Las butacas, testigos silenciosos de innumerables proyecciones, exhibían en su tapicería un rastro de chicles secos.
El padre del autor, un hombre entregado al séptimo arte desde su juventud, desempeñaba el rol de programador de cines en Mallorca. Cuando aún no había alcanzado la edad de treinta años, se encargaba de gestionar el único cine del pueblo de Alaró. Su pasión cinéfila lo llevó a emprender nuevos desafíos, y así, pasó a ser dueño de videoclubs con nombres evocadores, como el Casablanca, el Metrópolis y el Hollywood. Con la experiencia adquirida, también asumió la responsabilidad de la gestión comercial en las islas de compañías tan emblemáticas en aquellos años como Lauren Films, Weekend Video y Manga Films.
Fue durante la década de los ochenta cuando los VHS hicieron su entrada triunfal. Ese punto de partida histórico es solo el comienzo de un trayecto que, quizá de forma esperada, cambió de rumbo con el lanzamiento de las televisiones privadas en España. Este hito marcó el inicio de una nueva era y supuso un desafío para los videoclubs, cuya clientela comenzó a disminuir drásticamente. No muchos lograron esquivar la bancarrota. No obstante, el destino reservaba un giro sorprendente a este gremio, ya que nueve años después, las televisiones privadas perdieron el fulgor de su novedad y los videoclubs experimentaron un inesperado renacer. ¡Y menudo renacer! Los más veteranos seguramente recuerdan aquel atracón de películas buenas, regulares y pésimas que nos dimos a lo largo de los noventa.
Con el paso del tiempo y su incursión en Filmin, la perspectiva del autor sobre el cine ha cambiado. Es inevitable que ya no observe las películas con los ojos de antaño, sino desde la perspectiva de un distribuidor apasionado. Cada nuevo título se convierte en una oportunidad de conectar con posibles espectadores, de explorar las potenciales emociones que estos podrían experimentar y de entender cómo encajará esta o aquella película en el mercado.
Pero más allá de lo profesional, Ripoll también deja mucho espacio para la confidencia en Videoclub. Y es en ese plano donde el libro alcanza su verdadera dimensión: un retrato de un tiempo y de un modo de observar la vida condicionados por el irresistible atractivo del séptimo arte.
En clave generacional, hay una reflexión que viene a resumir el libro. «La generación nacida en los cuarenta ‒nos dice Ripoll‒ pasó de guardar los programas de mano, ilustraciones en papel de películas de los cincuenta y los sesenta que solo se podían ver en salas de cine cuando estas eran el alfa y el omega de la cadena de distribución, a coleccionar VHS. La nuestra ha seguido el camino inverso: hemos pasado de acumular películas a acumular pósteres. Primero llenamos nuestras estanterías Billy de Ikea con ediciones en DVD básicas, limitadas o de periódico, luego acumulamos discos duros con archivos de películas y hoy no dejamos de añadir títulos a nuestras listas para ver después«.
Esa es la clave de Videoclub: una invitación a descubrir títulos a la espera de ser desenterrados y revividos. Una eterna búsqueda de películas ‒solitaria o en compañía‒ que satisfagan nuestra sed de historias cautivadoras. En definitiva, un viaje felizmente inacabado, que gracias a las imágenes en movimiento facilita respuestas a las grandes preguntas de la vida.
Sinopsis
Esta es la historia de un niño con sobrepeso y acné que se despertaba de madrugada para ver películas.
Esta también es la historia del padre de ese niño, propietario de videoclubs, coleccionista de VHS y el hombre que pensaba que la mejor educación para su hijo era el cine.
Esta es la historia de cómo el cine puede cambiar nuestras vidas y hacerlas mejores.
Jaume Ripoll, cofundador de Filmin ‒una de las plataformas de cine más prestigiosas de los últimos tiempos‒ nos relata en este libro su historia de amor incondicional con el séptimo arte. De su mano, volveremos a los videoclubs de barrio en un recorrido nostálgico y fascinante lleno de anécdotas y recomendaciones que nos harán (re)descubrir y recuperar las obras imprescindibles que marcaron varias generaciones.
«He hecho un viaje de espectador a distribuidor, del placer al trabajo, y ahora escribo este libro con la esperanza de que restaure parte de la ilusión perdida y permita al lector descubrir y recuperar obras que posiblemente han significado tanto en su vida como lo han hecho en la mía. Al fin y al cabo, el cine es una experiencia solitaria que se disfruta en compañía».
Jaume Ripoll (Palma, 1977) es cofundador de Filmin, elegida mejor iniciativa cultural de España en 2021 y 2022, y director del Atlàntida Mallorca Film Fest, el festival híbrido más exitoso de Europa. Colabora como profesor invitado en las universidades ESCAC y UCJC.
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