El hayedo no tiene el estatus positivo de otros bosques como los de robles o castaños. Los expertos aún no son capaces de decir a ciencia cierta si estos bosques se están reduciendo o, por el contrario, avanzan sigilosamente a la sombra de otras especies. Pese a su fama, estos bosques crean una atmósfera neblinosa que sirve de hogar a muchas especies de animales, algunas tan amenazadas como el visón europeo, y los tonos rojos y anaranjados que su hoja adopta en otoño son inconfundibles y sin apenas parangón en la flora ibérica.
El haya es un árbol frondoso que deja pasar poca luz. Los bosques donde predomina están habitualmente asociados a la humedad y a la niebla. Dicen de los hayedos que están rodeados de misterio aunque la mayor incógnita, curiosamente, está en sus árboles. “Con el hayedo ocurre una circunstancia, la duda de si es una especie que se encuentra en expansión o en recesión”, comenta Pablo Vila Lameiro, profesor de ingeniería agroforestal en la Universidad de Santiago de Compostela.
Se trata de un bosque sobre todo otoñal, ya que es a mediados de noviembre cuando las hojas de haya, que en primavera lucían un lustroso verde esmeralda, se disparan hacia una tonalidad de colores entre el amarillo y el rojo. Para Vila Lameiro, “la teoría que yo creo más acertada es que el haya no se encuentra en retroceso, sino en progresión”. El haya es un árbol de sombra, capaz de sobrevivir durante muchos años debajo de cualquier cubierta arbórea.
Estos bosques se extienden por toda la mitad superior del país, desde Madrid (hayedo de Montejo) hasta Huesca (Ordesa, Hecho o Ansó), León (Riaño), Asturias (Somiedo), Álava (Valderejo), Cantabria (Saja) y la ya citada Navarra, donde junto a los de Zilbeti, Urbasa o Belagua se encuentra el hayedo de Irati, el más extenso de España.
“Las masas de hayedo que quedan en Galicia son bastante pocas”, dice Vila Lameiro. “Otra teoría que es que el haya está retrocediendo dentro del territorio que ocupa en Galicia y en general en el sur de Europa, sobre todo en la zona más oriental. Esto querría decir que el territorio ocupado por las hayas sería colonizado por otras especies de frondosas –castaños y robles–. O bien que las talas de hayas permiten su sustitución por especies de crecimiento rápido, como coníferas o eucaliptos”.
Para este ingeniero, el haya es un colonizador que va evolucionando a sustratos dominados y al final se acaba imponiendo al roble, al castaño o al arce. “Eso ha justificado que en zonas ya interiores, próximas por ejemplo a la ciudad de Lugo, se encuentren hayedos de dimensiones importantes, y en otros puntos, más hacia el interior de Galicia, veamos pequeñas manchas, más o menos relictas, que dan la idea de que pueden seguir avanzando hasta la costa”.
Históricamente, el haya no ha sido una especie ‘querida’ al estilo del roble, el castaño, el helecho o el tojo, para Vila Lameiro las cuatro especies con mayor sentimiento de la zona.
La madera de haya es utilizada sobre todo para tornería, mueblería y especialmente apreciada para extraer chapa delgada. “Además tiene una ventaja”, dice Vila Lameiro, “y es que, mediante el cocido de la madera, esta se puede curvar, es decir, de una tabla de haya podemos obtener un giro de 180 grados. Además, es de un grano bastante fino y dúctil, y además absorbe muy bien tintes y taninos de otras especies, por lo cual no es difícil conseguir acabados próximos al caoba o el nogal”.
Aunque la corteza del haya tiene un interés potencial para la industria farmacéutica, el lento crecimiento de esta especie no la convierte en la mejor candidata. Curiosamente, el mejor aprovechamiento que se puede dar a este árbol es como especie forestal, por la madera a la que da lugar y por su fácil combinación tanto con especies frondosas como con coníferas.
“Para mí el haya es especial”, afirma Vila Lameiro, “junto con el arce, da un colorido y una policromía a los montes difícilmente comparable a ninguna otra especie. La variedad de colores que permite la hoja de haya es impresionante. Ecológicamente y paisajísticamente, me parece una especie no comparable a ninguna otra”.
Imagen superior: hayedo de La Pedrosa, en Segovia. Autor: José Mª Cuellar.
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