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«Primer contacto» (1945), de Murray Leinster

Si se le pregunta a un aficionado acerca de autores famosos de ciencia ficción, Murray Leinster no será probablemente uno de los primeros nombres que vendrán a su mente. Incluso en vida, gozando del respeto de sus colegas, Leinster quedó marginado por el resplandor de otros escritores más populares. Pero fue él quien acuñó el término «primer contacto» en el cuento con ese título, una de las primeras y más influyentes historias sobre encuentros con alienígenas. Repasando su extensa carrera, es fácil comprobar que en sus diferentes etapas, Leinster supo ofrecer historias novedosas con ideas que le hacen merecedor de un mayor reconocimiento del que actualmente tiene.

Murray Leinster fue el seudónimo más utilizado por William Fitzgerald Jenkins (1896-1975), un pionero en el entonces nuevo género de la ciencia ficción y un prolífico escritor en todas las variedades temáticas de la literatura pulp, desde la aventura al terror pasando por los westerns o el romance. También escribió guiones para el cine, la televisión y la radio. Una carrera, por tanto, muy prolífica que a lo largo de medio siglo incluyó más de un millar de relatos y docenas de novelas y antologías antes de que se retirara en 1968 tras la muerte de su esposa.

En 1916, Leinster publicó su primera historia y en 1919, en las páginas de la revista Argosy debutó en la ciencia ficción con «Runaway Skyscraper», un cuento sobre el viaje hacia atrás en el tiempo del icónico rascacielos neoyorquino de MetLife. Por entonces, ni siquiera existía la denominación «ciencia ficción», refiriéndose a este tipo de relatos como «romance científico». Tampoco el género, confinado en Estados Unidos a un formato y un público muy concretos, tenía la sofisticación que más adelante alcanzaría, siendo su principal representante en ese país Edgar Rice Burroughs, cuyas novelas eran más fantasía y aventura escapista que ciencia. Otras incursiones de Leinster en el género por aquellos años fueron «Un mundo monstruoso» (1920) o «Polvo rojo» (1921), en los que humanos degenerados de una Tierra futura luchaban contra insectos gigantes (ambos, junto con una secuela posterior fueron novelizados en 1953 bajo el título Planeta olvidado, cambiando la localización de la aventura a otro planeta poblado artificialmente con formas de vida primitivas).

Ya por entonces, Leinster trataba de «racionalizar» sus propuestas «científicas» mejor que la mayoría de sus colegas. Tenía, además, vocación de inventor. El más famoso de sus logros fue el Sistema Jenkins, una técnica de proyección frontal que tuvo que defender en los tribunales cuando los productores de 2001: Una Odisea del Espacio (1968) trataron de piratearlo.

A finales de los años 20, cuando el romance científico dejó paso a la ciencia ficción apocalíptica y los sabios locos que inventaban artefactos que podían destruir el mundo, Leinster se apuntó a la moda con relatos como «Darkness of Fifth Avenue» (1929), «The Storm that Had to be Stopped» (1930) o «The Murder Madness» (1930), en los que científicos criminales amenazan al mundo con un invento que podía oscurecer el Sol, huracanes artificiales y una droga que sumía a la población en un frenesí homicida.

Pero ya en la década de los 30, empezó a aumentar la demanda de historias más realistas y sobrias y Leinster demostró una vez más su capacidad de adaptación. En este contexto se encuadran relatos como «Tanks» (1930), una batalla futurista narrada desde el punto de vista de los soldados comunes; o «The Power Planet» (1931), un incidente internacional en una estación espacial (y el primer relato realista sobre este tipo de instalaciones escrito por un americano).

En los años 40, Leinster fue uno de los pocos veteranos del Pulp que sobrevivió a la transformación que estaba experimentando la ciencia ficción siguiendo las estrictas pautas que el editor John W. Campbell Jr impuso a sus autores en la revista Astounding Science Fiction. De hecho, no se limitó a sobrevivir sino que su imaginación floreció y fue uno de los principales colaboradores de esa publicación desde su primer número. En este periodo sus cuentos aparecieron también en otras cabeceras punteras del género como Amazing Stories, Galaxy Science Fiction o The Magazine of Fantasy and Science Fiction.

Fue precisamente en Astounding donde publicó, en 1945, «Primer contacto», quizá su cuento más famoso y el que mayor influencia tendría en otros autores a la hora de encarar relatos sobre encuentros con civilizaciones extraterrestres.

El Llamvabon, una nave terrestre, está explorando la nebulosa del Cangrejo cuando descubre un vehículo similar de una especie alienígena previamente desconocida y aparentemente también dedicada a estudiar esa zona del espacio. Con precaución pero amistosamente, ambas naves contactan gracias a lo que hoy llamaríamos «traductor universal» y los humanos descubren que los extraterrestres son también bípedos respiradores de oxígeno cuya visión funciona en el espectro del infrarrojo y se comunican telepáticamente.

Dado lo alejadas que se encuentran ambas naves de sus respectivos mundos de origen, ninguna de las dos es capaz de determinar de dónde procede la otra. Ambos capitanes quieren conocer la tecnología del contrario pero, al mismo tiempo, ninguno quiere arriesgarse a que su homólogo regrese a su base con informes de una nueva especie alienígena inteligente por el peligro que ello supondría en términos de seguridad. Aunque ese contacto podría reportar inmensos beneficios para ambas civilizaciones, también pudiera ocurrir que, sabiendo la localización del mundo de origen del otro, una de las especies decidiera atacar siguiendo una lógica darwiniana y aprovechando una posible superioridad tecnológica.

Podría creerse que compartir la misma forma de pensar y razonar sería una ventaja a la hora de establecer un primer contacto con una especie inteligente no humana, pero en este caso ahí reside precisamente el problema: ambas especies justifican sus sospechas y paranoias sustentándose en la «estricta lógica». Cuantos más elementos en común descubren los responsables de ambas naves, más tienden los humanos a proyectar sus razonamientos en los aliens. Afortunadamente, ambas naves llegan por su cuenta a la misma solución: cada especie equipa a unos tripulantes con bombas y los envían a hacerse cargo de la otra nave tras retirar todas las pistas y dispositivos que pudieran revelar en la suya propia la localización de su mundo de origen. De esta forma, las dos razas se llevarán a sus respectivos planetas la nave del contrario, podrán aprender nueva tecnología a partir de lo que encuentren en esas naves e incluso pueden acordar un siguiente encuentro en el mismo punto de la nebulosa si así lo desean.

La historia de Leinster es destacable por su solución pacífica al «dilema inevitable» del contacto alienígena, una situación espinosa basada en la triste realidad histórica de los encuentros interculturales de nuestra propia especie. Muchos consideran este relato como el que definió el «primer contacto» como un problema similar al de una partida de ajedrez: unas pocas piezas de igual poder en tenso enfrentamiento sobre un tablero básicamente vacío. ¿Deberían luchar, quizá destruyéndose mutuamente? ¿O huir, arriesgándose a precipitar una guerra entre especies? Ahora bien, los alienígenas piensan de la misma forma. El problema es común y puede derivar en un jaque mate en un solo movimiento. ¿Cómo romper ese nudo gordiano sin recurrir a la espada?

En el contexto de este subgénero de la ciencia ficción, tras haber vencido su país en una sangrienta guerra y con la posibilidad de otra en lontananza con sus antes aliados rusos, sin duda la solución de Leinster representó más una excepción que una regla en las ficciones convencionales. Y, por cierto, «Primer contacto» suscitó una respuesta desde el otro extremo ideológico del globo. En la Unión Soviética, Iván Yefremov escribió «El corazón de la serpiente» (1959), en la que los terrestres y los alienígenas no tienen nada que temer uno del otro porque las civilizaciones de ambos han abrazado el comunismo y los comunistas del Universo no se agreden unos a otros (no se atrevió, claro, a especificar si era un comunismo soviético o maoísta).

Como sucede con muchos autores de la Edad de Oro de la ciencia ficción, las historias de Murray Leinster han envejecido en las cuatro décadas transcurridas desde que se publicaron y en gran medida son hijas de su tiempo. En el caso de «Primer contacto», por ejemplo, se incluye la tópica referencia a la «sigilosa y brutal ferocidad de un japonés», inevitable tras años de guerra contra ese pueblo; como historia se antoja algo escasa en cuanto a trama y personajes; y como solución al problema –o incluso la premisa de partida–, quizá sea poco plausible a los cínicos ojos de un lector moderno.

Pero también es cierto que «Primer contacto» sigue hoy leyéndose con agrado y que se trata de una novela importante en el desarrollo del género, tal y como se ha reconocido en los últimos tiempos. En 1970 fue una de las seleccionadas por la Asociación de Escritores de ciencia ficción americana como una de las mejores publicadas antes de la creación de los Premios Nébula; y en 1996, ganó un Premio RetroHugo a la Mejor Novela Corta.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".