Finalizaba el siglo XIX cuando aquella joven, de vestidos desastrados y actitud tímida, obtenía su licenciatura en Físicas en la universidad parisina. Apenas hablaba con nadie. Siempre se sentaba en primera fila. Y tenía un interés desmedido por aprender. En las aulas universitarias conoció al que habría de ser su marido. No es que ella tuviera muchas ganas de casarse, pero aquel profesor de físicas logró impresionarla con su tesis doctoral. Se casaron. Empezaron a trabajar juntos. Y los descubrimientos se sucedieron, uno tras otro…
Primera mujer Doctora en Ciencias.
Primera mujer Profesora de la Sorbona.
Primera mujer en recibir el Premio Nobel.
Primera persona (además de primera mujer) en recibir un Premio Nobel por segunda vez.
Estos son los números de Manya Sklodowska, más conocida como Marie Curie, descubridora de la radioactividad natural y de dos nuevos elementos químicos: el polonio y el radio. Galardonada en 1903 con el Nobel de Física y, siete años más tarde, con el Nobel de Química.
La prematura muerte de su esposo Pierre, atropellado por un carruaje cuando cruzaba una calle parisina, hizo de ella la primera catedrática en la Sorbona. Una mujer entusiasmada con la investigación. Una mujer a la que no preocupaba su aspecto físico, las ropas que vestía o lo que la gente pensara de ella, tan ensimismada como estaba en sus múltiples investigaciones. Una gran dama que, en palabras de Albert Einstein, «es, de todos los personajes célebres, el único al que la gloria no ha corrompido».
Honra y gloria a Marie Curie, que nacía el 7 de noviembre de 1867 en Varsovia y nos dejaba el 4 de julio de 1934 en el sanatorio Sancellemoz, cerca de Passy, en la Alta Saboya, víctima de la anemia aplásica causada por las radiaciones a las que se expuso durante sus investigaciones. Diosa coronada. Ejemplo para tantas niñas que, mirándose en su espejo, se han hecho científicas.
Imagen superior: Marie Curie de visita en la Standard Chemical Company (1920).
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