Veo que para ser experto en novela negra USA sólo hace falta haber leído Cosecha roja, El sueño eterno y una de James M. Cain. Ah, y mencionar a Jim Thompson. ‘Ta bueno.
Entretanto, varios autores clásicos van cayendo en un olvido injusto, en especial el tejano Charles Williams: mi favorito, por obsesiones y tratamiento. El mejor escritor de suspense que he leído nunca. Leer sus novelas es una experiencia de la que uno sale vapuleado y feliz. Sensaciones extremas y situaciones límite donde los protagonistas nunca son representantes de la ley, sino todo lo contrario; o simplemente hombres y mujeres comunes tratando de sobrevivir.
Entre 1997 y 1998 tuve la suerte de poder leer seguidas sus 22 novelas, porque su hija Alison Williams me prestó las no publicadas en España o las inencontrables incluso en su país. De entre las primeras que vieron la luz, historias malditas de pasiones rurales escritas a inicios de los años 50, River Girl es una maravilla, un La jauría humana con amor fou (en España sólo existe en edición en catalán, Parany als aiguamolls); y acto seguido escribió el Hell Hath No Fury que he destacado, una de sus obras maestras, llevada al cine por Dennis Hopper con el título The Hot Spot (Labios ardientes), pero inédita en España, como tantas otras; le siguieron varios títulos más ortodoxos, del subgénero «inocente en apuros», hasta que dio con su fórmula más reconocible: suspense de infarto en alta mar. Dead Calm (que dio pie al famoso filme Calma total) es su título más conocido en esa línea, pero el primero y mejor fue El arrecife del escorpión, su novela más popular en España. De la que me enamoré a los 12 años y por la que juré que algún día iría a visitar la tumba de su autor. Y por la que terminé escribiendo un libro sobre él, el único libro que existe en todo el mundo sobre Charles Williams, un novelista que llegó a vender muchos millones de ejemplares en los años ’50, adaptado para la gran pantalla por directores como François Truffaut u Orson Welles.
En la segunda mitad de esa década siguió con ambas fórmulas, más una tercera con deriva humorística, como en el delicioso díptico de sátira pueblerina The Diamond Bikini y Uncle Sagamore and his girls; y aun tuvo tiempo de aportar títulos memorables envueltos en una melancolía decadente como en The Concrete Flamingo, el relato de la emocionante alianza con fines ilegales entre dos supervivientes de vuelta de la vida, un hombre que se enamora por última vez de una mujer que sólo desea matarse. El ansia de vivir al máximo y lógicamente, mano con mano, un hálito existencial y suicida siempre acompañan los buenos personajes de Williams.
Entrados los años ’60 empezaría a notarse cierto cansancio en el planteamiento clasicista de sus argumentos. Se le adivina confuso por ejemplo ante el éxito de títulos policíacos mucho más agresivos en lo sexual (siempre despreció literariamente a Ian Fleming y Mickey Spillane), sobre todo con el éxito de los pornothrillers de Harold Robbins y similares. En respuesta, trató de insuflar un tono autoparódico típico del final de la década: un poco lo que Burt Kennedy hizo con el western… con los mismos irregulares resultados. El eufemismo picante ya no era rival para la osadía de lo explícito. Se había quedado un poco anticuado con los replanteamientos del género negro.
De sus últimos títulos, los mejores siguen siendo los que transcurren con el océano como escenario: la mentada Dead Calm y la notable And The Deep Blue Sea, una sorprendente trama criminal a lo Agatha Christie en medio de un carguero, premisa que le funciona de perlas.
Harto de sus fracasos en vender sus últimas novelas y sus infructuosos intentos por colocar guiones en Hollywood (es responsable del guion adaptado de uno de mis euronoirs favoritos, Los felinos de René Clément, con unos guapísimos a rabiar Alain Delon y Jane Fonda), en 1975 se pegó un tiro. Tenía 65 años y echaba mucho de menos a su pareja Lasca Foster, fallecida tres años antes de cáncer. Alison me contó en persona cómo encontró el cadáver de su padre en su apartamento de Van Nuys.
Casi medio siglo después sigo buscando editor en España para mi traducción de Hell Hath No Fury y otras de sus maravillosas novelas nunca publicadas en mi país. De momento no ha habido suerte.
Parece que nadie quiere leer cómo abortar de tu niño hundiéndote en un pajar o qué sucede cuando un sheriff te coloca en una rueda de sospechosos para que te huela un ciego que fue testigo de tu robo a un banco.
Novela negra de pura cepa, de la mano de un narrador de estirpe que me acompañará siempre.
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