Así como quien no quiere la cosa, la Perestroika se ha convertido en un capítulo más de los libros de texto, y mucho ha llovido desde que las televisiones de todo el mundo mostraron cómo se echaron abajo los horizontales segmentos del pintarrajeado muro de Berlín.
Cuando el comunismo se ha convertido en un tenebroso exotismo de países como Cuba o China o en un cuento de brujas para asustar a los votantes, bueno es recordar la ilusión de la fantasía roja, un mundo en el que la solidaridad, igualdad y prosperidad reinaban en un mundo futurista de cosmonautas y niños cantarines. Este mundo definido por la propaganda soviética es el que construye el protagonista a su madre por puro amor. Porque en definitiva, y apartando la obvia alegoría que no se trata de ocultar en la película, esta es una historia de amor materno-filial de gran carga sentimental y, cierto es, sentimentalista.
Tratar un tema como este hoy en día es un ejercicio de riesgo a diferentes bandas: el riesgo de que los más morbosos empiecen a encontrar asuntos edípicos (no es el caso) o el riesgo de caer en cursiladas propias de tonadillas de Juanito Valderrama. Sin ser un “Madrecita del alma querida”, la película se mueve en ocasiones por el borde del abismo sentimentalista, situación a la que no ayuda una hermosísima música de Yann Tiersen, un tema de piano que ya era excelente cuando lo usó en Amélie, y es que parece que las prácticas de autoplagio de la escuela James Horner han triunfado.
Aun así, este es uno de esos casos en los que un poco de azúcar no molesta, ya que el director Wolfgang Becker, junto al prodigioso guionista Bernd Lichtenberg, nos regalan una de esas películas de las que uno recomienda a sus amigos. Goodbye Lenin es una gran historia, que cuenta con unos personajes ricos y encarnados con convicción y alma (ríndanse a los pies de Kathrin Sass en el papel de la madre) y una perfecta alternancia entre el drama y la comedia.
La película contiene algunas escenas tan excelentes como las de los descacharrantes informativos falsos que se fabrican el protagonista y un amigo suyo con ínfulas de director de cine (y adelantado a su tiempo al parecer, ya que lleva una camiseta con el código Matrix en 1990. ¿Metáfora o metedura de pata?), o el paseo de la madre por el nuevo Berlín, observando atónita su barrio invadido por el capitalismo, esta última una escena casi cercana a la ciencia ficción de universos paralelos.
Algunas personas considerarían que un servidor sería muy mala persona si no les recomendara Goodbye Lenin después de haberles recomendado Revolutions, así que ya saben, vayan a verla ahora y no esperen a que reciba el Oscar a la mejor película de habla no inglesa.
Sinopsis
En Berlín este, 1989. Alex Kerner (Daniel Brühl) es un joven inconformista con el régimen socialista que ve como su madre (Kathrin Sass), una convencida militante del Partido, entra en coma debido a un infarto. Ocho meses después, cuando ya ha caído el muro, la madre despierta. Los médicos avisan que cualquier situación impactante puede matarla, y Alex decide crear una farsa para que su madre no conozca la realidad de la nueva Alemania.
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