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Crítica: «Eva» (Kike Maíllo, 2011)

En su primera película Eva (2011), un debut de lo más prometedor, el director catalán Kike Maíllo se sumerge en un hipotético 2041, un futuro teñido de nostalgia vintage y caracterizado por la convivencia entre humanos y robots que funciona como marco de excepción para reflexionar sobre el mismo concepto de humanidad. Y es que el amplio desarrollo de la inteligencia artificial no hace sino poner en evidencia las debilidades y fallos de nuestra especie.

Álex (Daniel Brühl) es un ingeniero cibernético de éxito que tras diez años distanciado de su familia regresa a Santa Irene, su ciudad natal, por una cuestión de trabajo: la Facultad de Robótica le ha encargado diseñar el cerebro de un niño robot. Pero la vuelta a su antiguo hogar no solo estará marcada por este ambicioso proyecto, también por el tenso reencuentro con su hermano David (Alberto Ammann) y la mujer de este, Lana (Marta Etura).

Parte del trabajo del protagonista consistirá en escoger un niño humano, que servirá de patrón para el software de control emocional del androide. Convencido de que «con un niño cualquiera puedes crear un robot cualquiera«, Álex se consagra a la búsqueda de un niño lo suficientemente especial como para ejercer de modelo. Un día, de pura casualidad, conoce a Eva (la debutante Clàudia Vega), una chiquilla «con ángel» que a la postre resulta ser su sobrina.

Desobedeciendo las indicaciones de su jefa (Anne Canovas), que prefiere a un niño –según ella, las niñas son más perversas, celosas y retorcidas, pudiendo resultar más «peligrosas» en forma robótica–, Álex comienza a trabajar en secreto con la pequeña Eva para crear «el primer robot libre«.

Con un guión elaborado por Martí RocaSergi BelbelCristina Clemente y Aintza Serra –y que contó con la participación no acreditada del propio Maíllo–, Eva aprovecha la envoltura de ciencia-ficción para narrar la historia íntima del triángulo compuesto por Álex, Lana y David, cuyas complejas relaciones están marcadas por la incomunicación y la incapacidad para demostrar los sentimientos.

Un pequeño drama personal que es aprovechado por su director para «reflexionar sobre la relación entre humanos y máquinas«, con las que, quizás, se podrían «llegar a establecer lazos emocionales tan poderosos como con otros humanos«. Unos robots que simulan la vida con tal perfección que llegan a morir realmente, un proceso que consiste en borrar todo rastro de su inteligencia emocional y que se precipita tras pronunciar una frase con no poca carga poética: «¿Qué ves cuando cierras los ojos?«.

De hecho, el protagonista Álex resulta en apariencia mucho más frío y maquinal que sus compañeros cibernéticos, como por ejemplo el histriónico y afectado Max, un robot mayordomo –además de chef consumado– al que da vida el veterano Lluís Homar. Mención aparte merece Gris, un entrañable gato mecánico que hace las veces de mascota y que, como sus homólogos de carne y hueso, posee un espíritu libre e inestable.

Uno de los grandes logros de la película es su cuidada y atrayente ambientación, que apuesta por un estilo que Maíllo define como «retrofuturista». El futuro reflejado en Eva es un futuro de tonos ocres, casas tradicionales, objetos antiguos, música de los setenta y ochenta que suena en viejos tocadiscos modificados, humo de tabaco, metales oxidados y abrigos de tweed, que remite a la época de la niñez de su director (nacido en 1975).
Construida, en palabras de su director, «con nieve y madera«, la película contrapone el calor de los hogares con la gelidez de unos paisajes nevados de postal, conformando un escenario melancólico que en ocasiones remite a imágenes propias de los cuentos de hadas, como sucede en las escenas en las que la niña corretea por la nieve con su abrigo rojo, como si fuera una traviesa Caperucita.

«Al final la ciencia-ficción lo único que hace es explicar qué somos«. Esta declaración de Maíllo condensa en gran medida las intenciones de esta producción casi insólita en el panorama del cine español, que se ha prodigado bien poco en ese género. Con evidentes ecos a la obra de Isaac Asimov y a clásicos de la ciencia-ficción como 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968) o Blade Runner (Ridley Scott, 1982), Eva parece querer tomar el testigo de Steven Spielberg y su A. I. Inteligencia Artificial (Artificial Intelligence: AI, 2001). Manejando temas como la libertad, el amor o el autoconocimiento, el filme pretende ahondar en los sentimientos y emociones que se suponen intrínsecamente humanos, algo que a la postre se acaba poniendo en tela de juicio.

Copyright del artículo © Lola Clemente Fernández. Reservados todos los derechos.

Copyright de las imágenes © ESCAC, Ran Entertaiment y Escándalo Films. Cortesía de Paramount Pictures Spain. Reservados todos los derechos.

Mª Dolores Clemente Fernández

Mª Dolores Clemente Fernández es licenciada en Bellas Artes y doctora en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid con la tesis “El héroe en el género del western. América vista por sí misma”, con la que obtuvo el premio extraordinario de doctorado. Ha publicado diversos artículos sobre cine en revistas académicas y divulgativas. Es autora del libro "El héroe del western. América vista por sí misma" (Prólogo de Eduardo Torres-Dulce. Editorial Complutense, 2009). También ha colaborado con el capítulo “James FenimoreCooper y los nativos de Norteamérica. Génesis y transformación de un estereotipo” en el libro "Entre textos e imágenes. Representaciones antropológicas de la América indígena" (CSIC, 2009), de Juan J. R. Villarías Robles, Fermín del Pino Díaz y Pascal Riviale (Eds.). Actualmente ejerce como profesora e investigadora en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).