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«Ósmosis» (2019), de Audrey Fouché

No creo que haya nadie que a estas alturas ponga en duda lo mucho que la tecnología ha cambiado nuestra forma de relacionarnos con el entorno y con el prójimo: la forma de comprar, de consumir ocio, de trabajar… y de buscar pareja. Las webs y apps que prometen encontrar personas ideales para nosotros proliferan y no son pocos los que, en una época en la que la propia tecnología y la forma de vida y trabajo nos han aislado socialmente al tiempo que nos han abierto el mundo, ponen sus esperanzas en esas fichas con fotografía que se recorren rápidamente con un simple clic.

Pues bien, la serie francesa de televisión Ósmosis, creada por Audrey Fouché, lleva esta situación un paso más allá y la convierte en un thriller de ciencia ficción ambientado en un futuro cercano en el que siguen muy presentes las ansiedades de hoy mismo.

El episodio piloto, de 54 minutos, explica perfectamente la premisa de partida –que le ha merecido, por cierto, comparaciones con el episodio “Cuelguen al DJ” de Black Mirror–. Òsmosis es un implante experimental en forma de píldora que contiene nanobots. El individuo la ingiere, los bots llegan al cerebro y analizan toda la información referente a sus gustos, preferencias e imagen ideal de la persona que desea como pareja. Luego conectan con la nube para encontrar a quien mejor se ajuste a esa descripción mental. Además, si esa otra persona también toma la pastilla, ambos gozarán de una conexión mental directa e increíblemente íntima.

La empresa, en directa competencia con otro servicio de búsqueda de pareja, “Perfect Match” –que utiliza la realidad virtual–, selecciona a un grupo de doce voluntarios para probar Ósmosis: ingieren la pastilla y luego se les monitoriza a través de Martin, una inteligencia artificial que es el corazón tecnológico del proyecto. El problema, claro, es que se trata de una tecnología intrusiva que depende del buen funcionamiento de un sofisticado ordenador. Y cuando se producen ciberataques, usos indebidos de esa tecnología por parte de quien debería ser su custodio y aplicación de la misma en individuos inestables, afloran todas las debilidades y peligros del sistema.

Desde el punto de vista dramático, la serie se desarrolla en París, en el plazo de unos pocos meses previos al lanzamiento oficial de Ósmosis y a tres niveles no del todo estancos. Por una parte, lo que sucede en el seno de la empresa en un momento muy delicado para ésta: la incertidumbre acerca de los resultados que arrojaran los sujetos de prueba, las dificultades de financiación, las tensiones en el consejo de administración respecto a la dirección a seguir, las luchas por el poder, el espionaje industrial, los peligros de verse absorbidos por grupos más grandes y con sus propias agendas, la oposición de movimientos humanistas que niegan que los ordenadores y los algoritmos sean la solución para hallar el amor y la felicidad, los sabotajes…. Aparte de los dos hermanos fundadores de Ósmosis, Paul y Esther, de los que hablo a continuación, en el ámbito científico–empresarial juegan un papel importante la investigadora jefe y neuróloga a cargo de supervisar el proceso de testeo, Billie (Yuming Hey); y Gabriel (Gael Kamilindi), responsable de las finanzas de la compañía.

Por otra parte esta el drama familiar centrado en los dos hermanos impulsores de Ósmosis: Esther (Agathe Bonitzer) y Paul (Hugo Becker). La primera es el genio tecnológico que ha desarrollado la inteligencia artificial y el software de control; el segundo es el talento empresarial y rostro público de la compañía (una especie de Steve Jobs). Y ambos son introvertidos, testarudos, individualistas y de trato difícil. Paul es un tiburón empresarial que tiene pocos escrúpulos a la hora de probar y comercializar su invención y que está casado con la bailarina Josephine (Philypa Phoenix). Su ciega confianza en Ósmosis deriva de su experiencia personal con los nanobots: él mismo fue el primero en tomar la pastilla y ahora lo único que necesita es tocar el tatuaje brillante de su muñeca para activar la conexión y transportarse mentalmente a un espacio virtual vacío, negro e ingrávido en el que él y Josephine se encuentran flotando desnudos en un mantenido estado de éxtasis físico y emocional.

Por el contrario, Esther es una mujer pasiva y más sensible de lo que quiere reconocer. Irónicamente, siendo el genio del desarrollo de Ósmosis, Esther no está interesada en encontrar una media naranja o siquiera la idea del amor romántico. De hecho, cuando siente necesidad de contacto humano lo que hace es utilizar el sistema de la competencia, Perfect Match, para entrar en espacios virtuales con los que tener encuentros sexuales con un desconocido.

Además, las motivaciones de ambos hermanos para desarrollar el proyecto son muy diferentes y los dos se internan en sus respectivos pantanos éticos no saliendo muy airosos al respecto. Toda la energía de Paul se invierte en conseguir financiación para sacar adelante la última fase de Ósmosis, rechazar los ataques de la competencia y mantenerse como consejero delegado de la empresa. Comete imprudencias y miente a su hermana y sus empleados.

Por su parte y a diferencia de su hermano, Esther no está obsesionada por la carrera empresarial o por la idea de transformar el mundo. Lo que a ella le interesa es utilizar la tecnología de enlace cerebral de Ósmosis para revivir a su comatosa madre (por la que Paul, por razones que se revelan hacia el final de la temporada, no siente el mejor aprecio). El problema es que ello exige no solamente ordenar a Martin que viole los protocolos éticos del experimento sino poner en posible peligro a los sujetos de prueba.

El tercer plano dramático es el integrado por los sujetos de prueba a los que Ósmosis proporciona la pastilla de nanobots, individuos variopintos con sus propios problemas a cuestas. Lucas (Stephan Pitti) es un gay que mantiene una buena relación con su pareja, Antoine, pero que no está seguro acerca de si es verdaderamente “el hombre de su vida”. Ósmosis le indicará otra opción: un antiguo amante al que dejó por ser un individuo tóxico y poco inclinado al compromiso. Ana (Luana Silva) es una mujer culta pero de físico poco agraciado, que no tiene esperanzas de encontrar a su media naranja socializando. Pero también esconde un secreto: va a ser el topo en Ósmosis de los Humanistas, un grupo radical antitecnológico. El tercer sujeto de prueba en el que se centrará la historia es Niels (Manoel Dupont), un adolescente adicto al sexo por internet y con un problema de control de ira al que Esther se empeña en aceptar en el grupo contraviniendo la opinión de Billie.

No quiero revelar los giros y sorpresas que se van produciendo a partir de la mitad de la temporada y en los que salen a la luz secretos e intrigas diversos conforme se van desarrollando los arcos de cada personaje. Ósmosis, la empresa, luchará por mantener limpia su imagen pública, a la que atacan no sólo fuerzas externas (poderosos grupos de inversión, movimientos en contra de la intrusión tecnológica en el cerebro…) sino internas. Además de a esas amenazas, Paul y Esther tendrán que enfrentarse a sus demonios internos, afrontar su complicada relación con la madre y lidiar con una inteligencia artificial que ha desarrollado emociones en secreto y que se convierte en un jugador activo. Por su parte, los sujetos de prueba habrán de afrontar sus propios problemas personales, que Ósmosis hace aflorar o agravar.

Es necesario, evidentemente, un cierto grado de suspensión de la incredulidad para meterse en la historia porque la ciencia que se nos presenta está todavía más lejos de lo que podría pensarse habida cuenta del futuro cercano en que transcurre la acción y el tono realista de la serie. Como he indicado, la tecnología consiste en una grupo de nanobots que se implantan en el cerebro y registran los gustos, expectativas y necesidades del usuario, conectando a continuación y a través de Martin con la nube de datos (redes sociales, profesionales, internet, etc..) y proporcionando al sujeto una visualización mental e identidad de la persona idónea. Aparece entonces un tatuaje brillante en la muñeca izquierda que actúa como “conector” entre las dos mentes –siempre y cuando la otra persona también haya ingerido Ósmosis–. Además, el implante de nanobots también funciona como un GPS y un medidor de estadísticas vitales que son transmitidas en tiempo real a la empresa. Todo esto tiene lugar a través de una ruta oral–neurológica que salva sin problemas la corriente sanguínea y los tejidos cerebrales y que además no genera problemas de rechazo. Con todo, ya lo he dicho, no se trata más que de una premisa –justificada con una jerga científica verosímil que transmite con claridad al espectador lo que necesita saber– a partir de la cual explorar otros temas de corte humano.

Y es que, como suele hacer la buena ciencia ficción, Ósmosis plantea un avance tecnológico y a partir de ahí explora las consecuencias que pueden derivarse de él tanto a nivel individual como social. Dicho avance científico consiste en, teóricamente, garantizar el hallazgo de la persona con la que puede alcanzarse el mayor grado de compatibilidad a todos los niveles. ¿Es esto posible? ¿Existe realmente la pareja ideal? ¿Se puede encontrar “científicamente”? ¿Qué puede ocurrir si se nos da esa alternativa estando ya en una relación, puede que satisfactoria, con otra persona¿ ¿La abandonaríamos en pos de algo quizá mejor? ¿En qué se convierte el amor cuando éste se transforma en un simple nombre calculado por un algoritmo? ¿Que alguien sea mi pareja perfecta implica automáticamente que yo sea la del otro? ¿Y qué ocurre cuando la relación se deteriora? ¿Ósmosis proporciona un nuevo nombre y ya está? En fin, una serie de cuestiones éticas, morales y psicológicas completamente nuevas y que la sociedad aún no está preparada para asumir.

Como ya he mencionado, hay un grupo opositor a Ósmosis que infiltra a un topo entre los sujetos de prueba, Ana, y que son presentados como los villanos luditas de esta historia. De alguna forma, se han dejado llevar por su pesimismo respecto al uso de esta tecnología tanto como Paul por su optimismo. La tecnología de Ósmosis, como cualquier otra, desde una piedra a un nanobot, no crea en sí misma una distopía ni una utopía. Es sólo una herramienta sobre la que diferentes personas proyectan sus esperanzas y temores.

Por ejemplo, Lucas no trata de encontrar el amor verdadero sino que espera que Ósmosis le ayude a aceptar su actual vida en pareja con Antoine. Sabe que éste es una buena persona, alguien que tiene mucho que ofrecerle, pero no está seguro. Lucas espera que Ósmosis le dará respuestas pero bien podría haber solucionado su problema yendo a un consejero sentimental o tecleando en Google “¿Debería romper con mi novio?”. Uno u otro recurso le pueden aportar información y consejos, pero no pueden controlar su comportamiento, tomar decisiones emocionales o resolver problemas.

Por otra parte, puede que los métodos de los activistas anti–Ósmosis sean, como mínimo, cuestionables (espionaje, infiltrados, sabotajes), pero sus preocupaciones no son baladí. Porque el sistema de Paul y Esther lleva el Big Data a sus últimas consecuencias. Aquí no se trata sólo de que una compañía privada acceda, conserve y conozca nuestros hábitos de consumo, preferencias sexuales o amistades en redes sociales, sino que penetran aún más profundamente en nuestras emociones y expectativas, monitorizando de paso nuestra localización y constantes vitales. Está claro que estas funcionalidades pueden ser útiles, pero también una intromisión sin precedentes en la intimidad. ¿Quién garantiza el bueno uso de esos datos? ¿Qué seguridad tenemos de que un ciberataque sobre la Inteligencia artificial, por ejemplo, no va a causar daños cerebrales por mal funcionamiento de los implantes? Y, efectivamente, la tecnología, vía el mal uso que de ella se hace, acaba causando problemas. Por ejemplo, cuando Esther, incapaz de negar auxilio a su madre, provoca un serio percance en los sujetos de prueba; o cuando su compasión le lleva a aceptar en el grupo a un muchacho con evidentes trastornos psicológicos.

Técnicamente, Ósmosis es una serie que evidencia su ajustado presupuesto, no tanto en una calidad visual deficiente como en la opción minimalista. No hay apenas acción física y la mayoría de las revelaciones críticas y los momentos más dramáticos se producen a través de diálogos. Desde el punto de vista estético, ese futuro cercano se representa mediante estancias claustrofóbicas iluminadas con neón y sutiles mejoras domésticas y cambios urbanos.

La serie tiene algunos puntos mejorables. El drama se centra en solo tres sujetos de prueba cuyas experiencias con Ósmosis no salen como ellos esperaban, pero queda por saber qué ocurre con los otros nueve. Además, los seleccionados caen en estereotipos evidentes. Es más, aunque la intención de Ósmosis es la de buscar el auténtico amor para su usuario, a veces se cae en la tentación de alimentar el morbo del espectador mediante la exhibición de sexo poco convencional: Lucas acaba cayendo en un círculo vicioso de promiscuidad y drogas arrastrado por su irresponsable compañero; Niels es un adicto a la masturbación que sufre ataques violentos cuando se excita con su novia; los personajes tienen sexo virtual en simulaciones informáticas o un turbio club de sexo… Por otra parte, el misterio que anida en el meollo de la familia de Paul y Esther se me antoja forzado y melodramático.

Ósmosis es una serie interesante que consigue encajar muchos temas y géneros (suspense, drama familiar, intriga empresarial, romance de diferentes tipos, reflexiones filosóficas…) y personajes sin parecer que rebase sus propios límites ni producir un pastiche confuso e indigesto. Tiene un buen ritmo –dentro de que, como he apuntado, no hay acción física–, una puesta en escena minimalista pero elegante, algunos actores que hacen un trabajo meritorio y un subtexto filosófico sobre el que merece la pena meditar. Y, sobre todo y a pesar de su improbable tecnología, no parece una situación totalmente implausible si tenemos en cuenta la cantidad de apps y servicios de citas en línea que en la actualidad tratan de atraer a sus usuarios con uno de los ganchos más emocionalmente viscerales y universales del mundo: encontrar el amor verdadero; y hacerlo, además, con las “garantías” de la ciencia y la tecnología más avanzadas.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".