Temblores fue una de las películas de monstruos más disfrutables de la década de los noventa. Su clara y nada velada inspiración fueron las películas de monstruos de los años cincuenta, de los que tomó varios tópicos; incluso la localización en el desierto remitía a cintas clásicas como Tarántula o La humanidad en peligro. Aun cuando el póster promocional de la película ya revelaba claramente que la historia iba sobre unos monstruos subterráneos, los guionistas Brent Maddock y S.S. Wilson ‒un dúo que también había firmado los libretos de, por ejemplo, Cortocircuito (1986) o Nuestros maravillosos aliados (1987)‒, supieron barnizar la historia de un suave sentido del humor que no anulaba totalmente el suspense sino que lo complementaba.
La acción se localiza en Perfection, un soñoliento y diminuto pueblo del desierto de Nevada, en el sudoeste americano. Habitado tan solo por catorce personas, su aislamiento propicia la austeridad y el comportamiento individualista y excéntrico. Es, a todos los efectos, casi como si estuvieran viviendo en una burbuja ajena al tiempo o incluso en otro planeta. Dos jornaleros y buenos amigos, Valentine McKee (Kevin Bacon) y Earl Bassett (Fred Ward), están cansados de la vida que llevan y deciden buscar mejores perspectivas más allá del pueblo. Cargan sus escasas pertenencias en su baqueteada ranchera y se ponen en camino.
Mientras tanto, un grupo de sismólogos encabezados por Rhonda (Finn Carter) están realizando pruebas en la zona y detectan unos extraños temblores. Cuando primero el ganado y luego algunos vecinos empiezan a desaparecer o son encontrados violentamente desmembrados, no tarda en descubrirse que la causa son unos seres monstruosos en forma de gusanos con enormes mandíbulas que se desplazan bajo la superficie y, atraídos por el ruido, emergen repentinamente del suelo para devorar a humanos o animales. Con cada víctima que se cobran, se tornan más agresivos y fuertes.
Valentine y Earl se ven obligados a regresar a Perfection cuando las criaturas bloquean la única carretera de acceso. Dado que tampoco es factible atravesar el inclemente desierto bajo cuya superficie acechan los monstruos, los habitantes supervivientes, asediados en el pueblo, deben hacer frente a la amenaza antes de sucumbir a ella, utilizando más el ingenio que la fuerza.
Guionistas y director, conscientes de que su presupuesto no permitía grandes alardes técnicos, optaron en Temblores por dar más relevancia a los personajes que a los efectos, escogiendo para los papeles principales a dos actores que, sin ser grandes estrellas, sí podían aportar carisma, expresividad y solidez interpretativa: Kevin Bacon y Fred Ward. Destaca especialmente el primero, un actor que no parece envejecer (tras casi veinte años y docenas de películas después, no ha cambiado demasiado respecto a como lo vemos aquí).
Bacon y Ward tienen buena química y sus constantes pullas y tiras y aflojas les hacen creíbles y muy humanos. Son tipos duros –viven con lo básico, realizan trabajos agotadores en un entorno difícil–, pero su espíritu no se ha encallecido. Resulta fácil congeniar con ellos porque son todo lo contrario a los héroes “duros” de manual. Carecen de adiestramiento o cultura de ningún tipo, son toscos y desaseados y sus perspectivas profesionales y personales son cualquier cosa menos halagüeñas. Son, en definitiva, auténticos rednecks. Sin embargo, sometidos a una enorme tensión en unas circunstancias extraordinarias, encuentran en su interior el valor, los recursos y las habilidades necesarias para salir airosos del peligro, demostrando de paso que su cinismo no ha extinguido ni la amistad y lealtad que les unen ni su disposición a ayudar al prójimo.
La película transmite el mensaje de que es la cooperación y no la individualidad la que ofrece las mejores oportunidades de supervivencia. Así, Valentine y Earl unen fuerzas con el resto de vecinos supervivientes, a cada cual más pintoresco. Walter Chang (Victor Wong) es el chino que regenta la única tienda del pueblo, la cual pasa a ser el refugio y escondite del cada vez más menguado grupo hasta que los gusanos crecen tanto en tamaño e inteligencia que la echan abajo. El feliz matrimonio compuesto por Burt y Heather Gummer (Michael Gross y Reba McEntire) son unos obsesivos amantes de las armas y practicantes del survival que tienen almacenado un auténtico arsenal para el caso de un apocalipsis y que ahora les viene de perlas. La forastera Rhonda sirve para introducir el esperable elemento de tensión sexual además de contribuir a diferenciar las personalidades de ambos compañeros
No son personajes particularmente complejos ni disfrutan de una evolución destacable, pero en películas como esta nadie se lo debería exigir. Temblores no invierte tiempo en momentos expositivos que ralenticen el ritmo sino que deja que los actos e interacciones de los personajes dentro de la trama aporten la información que sobre ellos se requiera. Por ejemplo, la naturalidad en el trato que se dispensan Valentine y Earl o la forma en que utilizan el “piedra-papel y tijera” para tomar sus decisiones dice mucho de su relación sin tener que emplear escenas o diálogos que cuenten el origen del lazo de amistad que los une.
La película tiene una atmósfera bien conseguida y es sorprendentemente eficaz desde el punto de vista narrativo habida cuenta de que se trata del debut como realizador de Ron Underwood (que dirigiría media docena más de largometrajes antes de pasarse a la televisión). Éste sabe dosificar bien el suspense a lo largo del más que razonable metraje de 96 minutos, presentando a los personajes, incluyendo rápidamente los sucesivos avisos de peligro, desvelando la amenaza y dándole al asedio del pueblo la duración que requiere. Igualmente, el guión sabe ir introduciendo detalles en las escenas iniciales que posteriormente tendrán importancia en la historia. Una broma casual entre Val y Earl al comienzo sobre una estampida se recupera con total significado en el acto final; o la decisión de no arreglar una ruidosa nevera en la tienda del pueblo acabará teniendo repercusiones durante el asedio de los gusanos.
Hay cosas que no funcionan tan bien y que han envejecido más de la cuenta como la banda sonora o la torpe historia romántica entre Earl y Rhonda. Pero en su mayor parte, es una película que ha sabido cumplir sus casi tres décadas con gran dignidad. Curiosamente, es posible que a ello haya contribuido el diseño y fabricación de las criaturas, más desagradables y grotescas que terroríficas y que, aún tragándose a sus presas vivas, no caen en el gore facilón. Los animatrones y las marionetas han resistido mejor el paso del tiempo que, por ejemplo, las criaturas con CGI que aparecían en una de las secuelas diez años más tarde.
Sobre todo, una de las principales virtudes de Temblores es la de no tomarse en serio a sí misma ni tratar de ser o siquiera aparentar más de lo que en el fondo es: un entretenimiento ligero propio de la serie B que mezcla la ciencia ficción, el terror y la comedia. Allá donde no llega con los medios técnicos, lo compensa –dentro de su división cinematográfica– con estilo, carisma, diversión y una actitud algo gamberra sin caer en el mal gusto. El director se dio cuenta de que tratar de hacer una película de terror “seria” con ese guión y ese presupuesto habría llevado a momentos hilarantes no deseados; en lugar de eso, le dice al espectador que no tiene inconveniente en reírse de la historia e invita al espectador a hacerlo con él.
A Temblores le costó algo encontrar su público. Aunque recibió varias nominaciones (entre ellas a mejor película) por parte de la Academia Norteamericana de Cine de Ciencia Ficción, Fantasía y Terror, no fue un gran éxito durante su proyección en salas de cine pero funcionó fenomenalmente bien en el mercado del video, tanto en alquiler como en venta, hasta tal punto que la recaudación en esta fase triplicó la obtenida en los cines. Es más, a partir de 1996 y a raíz del culto que creó a su alrededor, se generó una cadena de secuelas directas a video para amantes del cine de serie B que ha llegado prácticamente hasta hoy (Tremors: Shrieker Island es la secuela más reciente y se estrenó en 2020). En 2003 se produjo incluso una serie de televisión para el canal Syfy y aparecieron varios videojuegos.
Aspirando tan solo a ser una película modesta de entretenimiento, Temblores llegó a ser una floreciente y sólida franquicia gracias al diseño de sus criaturas, su buen pulso narrativo, la simpatía de sus protagonistas y su estilo desenfadado. Su nivel de aceptación y perdurabilidad dice mucho de la impresión que dejó la película original en quienes la han venido disfrutando desde hace treinta años.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.