Toda la literatura pulp y de evasión, condensada en dos sencillas frases:
«Simon le ofreció su pitillera.
‒Esos de ahí son de los que no explotan.» El Santo, vengador (The Avenging Saint, 1930), de Leslie Charteris.
«Arsenio Lupin ha muerto». La aguja hueca (L’Aiguille creuse, 1909), de Maurice Leblanc.
«‒¡Ven, hermano! ‒respondió Nadia‒. Mis ojos serán los tuyos a partir de ahora. ¡Yo te conduciré a Irkutsk!». Miguel Strogoff (1876), de Jules Verne.
«El error fundamental a la hora de explicar la resistencia de los apaches ha sido la total incapacidad del hombre blanco para comprender la triste historia de este pueblo desde el punto de vista de los chiricahua. Ni un solo cronista se habría hecho eco o se habría erigido en denunciante de las racistas declaraciones antes expuestas (por personalidades del siglo XIX), de no ser por los atormentados remordimientos colectivos que sacudieron a nuestra sociedad allá por los años 60. La consecuencia de este movimiento radical es la aceptación de la injusticia cometida con los nativos y ha desembocado en una imagen estereotipada tan falaz como los argumentos de nuestros antepasados: la del indio como el buen salvaje que vive en total armonía con la naturaleza». Las Guerras Apaches y los últimos indios libres (Once They Moved Like The Wind: Cochise, Geronimo and the Apache Wars, 1998), de David Roberts.
«Anchorena recogió del suelo de la cabina el periódico infantil (de historietas). Lo abrió por cualquier página.
‒Estos tíos ‒dijo‒ dibujan bien. ¿Eh, Luisón?
‒Hay algunos muy buenos.
‒Tienen que ganar mucho. Esto se debe pagar bien. Todos los chavales compran esta mercancía.
‒Los hacen en Barcelona.
‒Qué cosas tienen los catalanes, ¿eh? Es un buen sacadineros.
Anchorena curioseaba el periódico.
‒Esto tiene gracia. Este chiste de la suegra. Lo voy a guardar para enseñárselo a mi mujer. Tiene gracia…
(…) Anchorena gozaba pensando en el chiste que le iba a enseñar a su mujer. Pensaba decirle ‘Igual que tu madre, Carmen, igual…’. Su mujer no se iba a reír. Su mujer iba a decir: ‘Estás chocholo, Severiano; lo que te faltaba, leer periódicos de críos’. Anchorena se iba a reír mucho, mucho». El corazón y otros frutos amargos (1959), de Ignacio Aldecoa.
Hace 110 años, el escritor Jack London ya denunciaba el maltrato doméstico en su novela sobre los primates homínidos australopitecos, Before Adam (1906-1907): «Fue durante aquel invierno cuando Ojo Bermejo asesinó a su última esposa con crueles y repetidos golpes. Le he llamado atavismo; pero era algo peor que esto, porque los machos de los animales inferiores no maltratan ni asesinan a sus compañeras. Por esto afirmo que sobre Ojo Bermejo, a pesar de sus enormes tendencias atávicas, se extendía la sombra del hombre futuro, porque sólo los miembros de la especie humana asesinan a sus camaradas».
«¿Cuánto más podría continuar rememorando? Pese a mi avanzada edad y mi condición poco menos que inoperante, el relato del escarceo (por llamarlo así) de aquella tarde ha removido incluso un remoto eco en mis pantalones que, privado de testosterona, me veo duramente (con perdón) reticente a reconocer, y mucho menos a conformarme con él: Dios no lo quiera, sus consecuencias serían sin lugar a dudas inconsecuentes, por no decir humillantes». Other Kingdoms (2011), divertidísima incursión en el «porno con hadas» de un desenfadado Richard Matheson (Soy leyenda, El increíble hombre menguante) a los 85 años de edad.
«‒¡Qué bello es! ‒decía Lidia mirando una decoración‒. ¡Parece de verdad!
‒¡Qué bello es! ‒decía Kira contemplando un panorama‒. ¡Parece artificial!». Los que vivimos (1936), de Ayn Rand.
«(Los dos miembros de Wham!) votamos a los laboristas, no somos sexistas, racistas ni intolerantes en ningún sentido y, oh, tampoco somos homosexuales». George Michael en entrevista al Melody Maker recogida en George Michael. La biografía (George Michael: The biography, 2018), de Rob Jovanovic.
«‘Cuántas palabras para un mismo desconcierto’, pensó Arturo». El tiempo de los emperadores extraños (2006), de Ignacio del Valle.
«Ha llegado, pues, lector querido, el lugar común de los narradores, cual es el describir una mujer hermosa. Déjame antes echar un trago y decirte que el tiempo que gastes en leer esto no lo aprovechas. Carga, pues, al leerlo, con tu falta, como yo, al escribirlo, cargo con mi pesar, mientras oigo el clamor de la conciencia que me canta aquello de Juvenal: ‘Anda, loco. Cánsate en recorrer lo más intrincado de los Alpes para dar gusto a cuatro críos que al final te premiarán declamándote una poesía'». Narciso (1978), de Germán Sánchez Espeso.
«En el aire flotaba una calma y una indefinible y vieja paz, que no era la paz de Dios». La posada de Jamaica (1937), de Daphne du Maurier.
«‘¡Líbranos, Señor, de la batalla, del asesinato, de la muerte repentina!’ ¿Cómo es posible que un hombre en el que palpita la vida pida semejante cosa? ‒comentó El Santo‒. Pero ¡si son la carne y la bebida…, si son las cosas que hacen que la vida merezca vivirse! ‘¡Buen Señor, metedme hasta el cuello dentro del combate, del asesinato, de la muerte repentina! Eso es lo que yo os pido…'». The Saint: the last hero (o The Saint closes the case), novela de Leslie Charteris de 1929.
«‒No estaba hablando sobre el conocimiento… Estaba hablando de la vida intelectual‒rió Dukes‒. El conocimiento real parte del todo de la consciencia; del vientre y del pene tanto como del cerebro y la mente. La mente sólo puede analizar y racionalizar. Si se deja que la mente y la razón manden en el gallinero, lo único que pueden hacer es criticar y acabar con todo. Repito, lo único que pueden hacer. Esto es de una gran importancia. ¡Dios, y cómo necesita hoy el mundo la crítica…, una crítica implacable! Por tanto, vivamos la vida mental y la gloria en nuestra malignidad y acabemos con la inútil farsa. Pero, cuidado, la cosa es así: mientras se vive la vida se es de alguna manera un todo orgánico con la vida toda. Pero una vez que se entra en los caminos de la vida mental se recoge el fruto. Se ha cortado la relación entre la manzana y el árbol: la relación orgánica. Y si no queda nada en la vida más que la vida de la mente, se convierte uno mismo en una manzana cortada del árbol… caída a tierra. Y entonces se convierte en una necesidad lógica ser despreciativo; de la misma manera que la necesidad natural de la manzana caída es pudrirse». El amante de Lady Chatterley (1928), de D.H. Lawrence.
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