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«Stratos» (1984), de Miguelanxo Prado

La ciencia ficción ha solido utilizarse por muchos autores, sea cual sea el medio en el que plasmen sus creaciones, como fachada a la hora de abordar de fondo temas del presente. Y esto es así porque tomar distancia siempre es una buena forma de analizar con mayor frialdad ciertos problemas sociales o políticos. Al ver tales situaciones enmarcadas en un futuro más o menos lejano, en un mundo alienígena o en una realidad alternativa, nos sentimos menos involucrados en las mismas y menos proclives a caer en polémicas estériles. Pero al mismo tiempo, ese simple truco narrativo brinda la oportunidad de reflexionar y debatir.

Esto es algo que comprendió perfectamente Miguelanxo Prado cuando en 1983 publicó Fragmentos de la Enciclopedia Délfica, una crónica del futuro de la humanidad narrada a base de episodios cortos y autónomos en los que se diseccionaban los eternos defectos de nuestra naturaleza y las consecuencias que tienen sobre la convivencia. Que el interés de Prado residía más en el análisis del hombre y su condición que en suscitar el sentido de lo maravilloso a través de la descripción de tecnologías futuristas o aventuras de altos vuelos lo demuestra que su siguiente incursión en el género, Stratos, tiene ya más de crítica social que de ciencia ficción.

En la actualidad, las llamadas novelas gráficas de corte autobiográfico o con fuerte contenido social o político gozan de un amplio predicamento pero en los ochenta lo que gustaba al público y pedían los editores era la ciencia ficción. Josep Toutain descubrió y apoyó a Prado en las páginas de 1984, la principal revista española dedicada a ese género (poco después reconvertida a Zona 84), y resulta fácil comprender que el editor le pidiera al joven autor más material de ese tipo. Pero en lugar de plegarse a las directrices de aquél, que le sugirió encajar en sus historias más acción o más sexo, Prado reduce el componente futurista para aumentar en la misma proporción la dosis de sátira social y política.

La obra está compuesta de siete historias de ocho páginas, independientes en su trama, aunque todas se encuadran en el mismo futuro cercano y algunas de ellas se relacionan entre sí a través de algún personaje común o referencia puntual. La sociedad que se nos retrata en ellas es una distopía en la que una élite de políticos y empresarios gobiernan el mundo y manipulan al grueso de los ciudadanos para que consuman ciegamente, los explotan en sus fábricas o los utilizan como chivos expiatorios de sus propios fracasos. Pensándolo mejor, quizá eso no fuera el futuro…

Las historias arrancan desde la base de la pirámide social estrictamente jerarquizada, empezando con un episodio sobre las miserias de los trabajadores de una fábrica en pleno recorte de personal. En los siguientes capítulos, los argumentos están protagonizados por individuos progresivamente más acomodados hasta terminar en la cúspide económica y social: un matrimonio de clase media obsesionado por consumir; un funcionario deseoso de medrar a la sombra de políticos corruptos; unos médicos irresponsables y los magnates de las corporaciones que dirigen el mundo desde las sombras.

El marco general que ofrecen todos esos relatos es el de un sistema capitalista cuyos abusos han deshumanizado a la sociedad. La pobreza, la precariedad laboral o social, no generan aquí solidaridad ni movimientos colectivos de unión contra los atropellos de quienes ostentan el poder, sino un egoísmo fruto de la desesperación, enfocado a mantener como sea lo poco o mucho que se posea y que lleva a los individuos a traicionar a sus compañeros e incluso asesinarlos, poner los cuerpos de sus cónyuges como aval de préstamos bancarios, acusar falsamente a otros de graves negligencias propias, vender la dignidad personal o abandonar a su suerte a infelices subordinados.

Se trata de un cómic pesimista que no trata de hacer que el lector se sienta bien una vez pasa la última página. No hay un mensaje de esperanza o personajes simpáticos con los que identificarse. La mezquindad y el egoísmo se dan en todas las capas de esa sociedad en descomposición: los más desfavorecidos cometen actos innobles empujados por la necesidad económica o el miedo a perder el trabajo y acabar en la indigencia; los más ricos, llevados por su arrogancia, prejuicios, egoísmo y ambición. Los obreros son conocidos como “proletas” por las clases más acomodadas y considerados meros engranajes sin alma de una gran máquina industrial al peor estilo taylorista.

La publicidad omnipresente lava el cerebro y anima al consumo compulsivo, como ese matrimonio que compra una cuna porque la anuncian en la tele aun cuando ni tienen hijos ni licencia para tenerlos. Animando ese comportamiento irresponsable, los banqueros conceden créditos con propósitos de lo más superficial, asfixiando a las familias con un endeudamiento innecesario y beneficiándose de ello. La desafortunada confluencia de una tecnología que nadie entiende, la irresponsabilidad de unos médicos incompetentes y las pulsiones sexuales, dan lugar a negligencias mortales tapadas por investigaciones amañadas. Y tras todo ello, un grupo de grandes empresarios, menos hábiles de lo que ellos mismos se creen, que conspiran para dirigir el mundo, quitando y poniendo gobiernos de acuerdo con un “Gran Plan” que se viene abajo por imprevistos absurdos.

La única que toma conciencia de esa carrera de la rata en la que todos sus pares están inmersos es Ilka Masejic, joven ejecutiva al frente de una enorme y poderosa corporación que decide sobre las vidas y haciendas de millones de personas. Siguiendo el consejo de su predecesor, decide abandonar su puesto y retirarse a la vida tranquila del campo, pero ni siquiera ella resulta un personaje noble y más parece un Nerón femenino que desde su retiro campestre contempla indiferente el hundimiento del mundo en el caos. Es más, tras un tiempo, decide regresar al ojo del huracán no tanto por sentido de la responsabilidad ante un mundo que se está desintegrando como por la necesidad de seguir ejerciendo el poder.

Prado, a pesar de su corto recorrido como autor, es ya capaz de condensar una gran información en el breve espacio que le impone el formato. En cada historia, siempre con un ritmo ágil, quedan bien definidas las situaciones y la personalidad de los intervinientes. Introduce también una notable dosis de humor negro que hace algo más llevaderas las tragedias que narra y que a partir de aquí se convertirá en una de sus marcas personales

Todos los capítulos son en blanco y negro, con un sombreado profusamente trabajado a base exclusivamente de trazos y tramas de plumilla, una estética acorde con el tono opresivo de lo contado. Un sombreado, por cierto, que se aligera e ilumina conforme la ambientación de cada historia va ascendiendo en la escala social: más densidad de negro para aquéllas que transcurren en el ambiente proletario o los barrios bajos, y más luminosas las ambientadas en los círculos de la élite. Las figuras están dibujadas con un estilo feísta, anunciando la caricatura que utilizará para sus siguientes obras satíricas de corte social, Crónicas incongruentes y Quotidianía Delirante, pero sin renunciar a cierto realismo. Con solo dos obras en su haber, Prado ya estaba conformando un estilo propio no construido exclusivamente a base de influencias tomadas del cómic norteamericano o la BD francesa, sino a partir de otras disciplinas gráficas que él ya había trabajado, como la pintura, la arquitectura o la ilustración.

Stratos es, en definitiva, el retrato, a base de pinceladas poco sutiles pero muy efectivas, de un mundo injusto, desigual y despótico que, casi cuatro décadas después de su publicación, resulta, para nuestra desgracia, apabullantemente actual. No hizo falta predecir internet (pocos autores de ciencia ficción lo consiguieron) para que sus personajes retraten a la perfección las miserias de nuestra propia sociedad contemporánea: deshumanización, endeudamiento, consumismo, prejuicios, intolerancia, manipulación global, desintegración social, clasismo, precarización laboral y, en general, una violencia cotidiana de bajo nivel pero generalizada y ejercida en todas direcciones por parte de todo el mundo. Un tebeo visionario, pesimista y teñido de melancolía que no ha perdido un ápice de vigencia.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".