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Bosques para la salud

Un paisaje forestal siempre resulta emocionante. A través de los sentidos, nos hace sentir esa pulsión primigenia que revela lo más esencial de la vida y que confirma nuestros vínculos con la naturaleza. Por todo ello, no ha de sorprender que el bosque pueda ser también un instrumento terapéutico, muy útil para consolidar el tratamiento de muchas dolencias.

Hace tiempo que los profesionales de la medicina saben que la disposición emocional del paciente influye enormemente en su curación. Como es bien conocido, la psicología ocupa ese espacio que, en las ciencias de la salud, aborda todo aquello que altera nuestro ánimo a la hora de afrontar un proceso terapéutico.

Cuando se mitiga el estrés de quien padece una enfermedad, no solo mejora su calidad de vida: también se potencian los efectos del tratamiento, prevenimos las recaídas y mejora su respuesta a la medicación.

Al reducir la ansiedad y otros desórdenes emocionales, logramos que el paciente participe activamente en su curación, poniendo en juego todo el repertorio defensivo de su propio organismo.

El desarrollo de estrategias en este sentido ha conducido a importantes mejoras, tanto en el cuidado psicológico de los pacientes como en el diseño de las instalaciones médicas y hospitalarias.

Sin  embargo, frente a las emociones como el temor o la angustia que genera una enfermedad, hay nuevas fórmulas que son muy prometedoras. Así, en los últimos años ha surgido una vía de investigación ‒relativa a los efectos del contacto con la naturaleza en la terapia médica‒ que empieza a tener un gran respaldo a nivel internacional.

Quienes vivimos cerca del mundo verde, sabemos que un paseo por el bosque, con sus reflejos de luz, con sus sonidos y con ese colorido cambiante en cada estación, sirve de remedio para muchos males. Los padecimientos psicosomáticos ‒tan numerosos hoy en día‒ tienden a desaparecer cuando uno tiene la dicha de salir a pasear bajo el sol, en una mañana limpia, atravesando un hayedo o un robledal.

Ese efecto benéfico, según afirman diversos investigadores, es muy evidente en campos como la salud mental, pero también es innegable en otras enfermedades con un componente emocional.

En países como Corea del Sur y Japón, la investigación inmunológica empieza a asociarse con los efectos psicológicos del contacto con la naturaleza. De hecho, se ha probado esta experiencia en áreas tan delicadas como el cáncer, cuyas repercusiones psicológicas son una materia de estudio permanente. En este sentido, los llamados «baños de bosque» (shinrin-yoku, en japonés) son considerados una terapia emocional extremadamente positiva para el paciente y muy útil para prevenir dolencias.

A los innegables efectos psicológicos de esta comunión con el bosque, hay que sumar las reacciones de nuestro organismo. Cuando encontramos un medio tan eficaz como éste para reducir la ansiedad, es obvio que ello repercute en dolencias con un ingrediente emocional o con un factor psicosomático, como la hipertensión, la úlcera péptica, el síndrome de fatiga crónica y tantas otras.

En general, el tratamiento médico y la prevención de un gran número de dolencias pueden potenciar su eficacia cuando añadimos este contacto saludable con los bosques.

Como saben, muchos de nuestros males se deben a nuestro estilo de vida, alejado del ejercicio y del contacto con nuestro entorno natural. Así lo demuestra una iniciativa del programa COST (European Cooperation in Science and Technology), desarrollada entre 2004 y 2008 (Action E39. Forests, Trees and Human Health and Wellbeing). Dicha iniciativa concedía protagonismo a las investigaciones que vinculan la salud de los europeos y su relación con los espacios naturales.

Estas investigaciones se pueden relacionar con las realizadas en Japón por Yoshifumi Miyazaki y Qing Li, entre otros, que vinculan los paseos frecuentes por el bosque con una reducción de la presión sanguínea y otros biomarcadores del estrés, y asimismo con un fortalecimiento del sistema inmunitario. Hablamos, obviamente, de factores fundamentales en el campo de la medicina preventiva.

En los países nórdicos, también se toman muy en serio este tipo de investigaciones. Kjell Nilsson, director del Nordic Centre for Spatial Development y profesor de la Universidad de Copenhague, es un especialista en esta materia. Nilsson menciona, en este aspecto, el uso terapéutico que permiten algunos parques públicos ‒por ejemplo, el Arboretum Heempark, de La Haya‒. Es, sin duda, un interesante modelo a seguir, e indudablemente, el mismo criterio debería aplicarse en nuestros espacios verdes.

Copyright del artículo © Mario Vega. Reservados todos los derechos.

Mario Vega

Tras licenciarse en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, Mario Vega emprendió una búsqueda expresiva que le ha consolidado como un activo creador multidisciplinar. Esa variedad de inquietudes se plasma en esculturas, fotografías, grabados, documentales, videoarte e instalaciones multimedia. Como educador, cuenta con una experiencia de más de veinte años en diferentes proyectos institucionales, empresariales, de asociacionismo y voluntariado, relacionados con el estudio científico y la conservación de la biodiversidad.