Orson Welles fue un artista total. Su carrera se desenvuelve con un brillo extraordinario en medios tan diversos como el cine, el teatro y la radio. No hay que olvidar que tuvo la genialidad de convertir La Guerra de los Mundos, de H.G. Wells, en una distorsión de la realidad que hizo que todo un país entrase en estado de pánico.
Sin duda, se anticipó a su tiempo, y por eso mismo, fue incomprendido por la industria.
Esa incomprensión se hizo muy evidente cuando rodó para Universal Pictures Sed de mal (Touch of Evil, 1958), cuyo guión se inspiraba libremente en la novela Badge of Evil, de Whit Masterson.
Sed de mal es el canto del cisne del cine negro, entendido como género clásico norteamericano: una manifestación artística que recoge muchísimas influencias, pero que se desarrolla en Estados Unidos y que luego ejerce su influencia en otras cinematografías.
Se trata de una obra extraordinaria, que figura entre lo mejor de su autor. Por su estilo noir, podemos analizarla en comparación con otras películas de Orson Welles, como La dama de Sanghai o El extraño. En todo caso, buena parte del cine de este autor contiene ingredientes de cine negro. De hecho, incluso hay especialistas que descubren en Ciudadano Kane elementos muy vinculados al género que nos ocupa.
A grandes rasgos, la película refleja esa visión tan particular que Welles tenía sobre el arte, sobre la vida, sobre las emociones y sobre la literatura.
Pese que hablamos de un film muy personal, lo cierto es que el realizador se hizo con la dirección tras un malentendido. Al parecer, Welles sólo había sido contratado como actor. Cuando Universal Pictures quiso cerrar el contrato con Charlton Heston, éste dijo que estaría interesado en el proyecto a condición de que Welles ocupase la silla de director. Eso dice mucho de Heston y del propio Welles.
Cuando Universal se ve obligada a encomendarle el rodaje, Orson Welles pone toda su grandeza al servicio del proyecto. Lo primero que hace es rescribir ese guión que se inspiraba en la novela de Whit Masterson.
Sed de mal era muy importante para él, porque suponía su retorno a Hollywood como director, después de diez años moviéndose por Europa. Por desgracia, las productoras siempre destrozaron el trabajo de Welles, y ésta no fue una excepción.
La primera versión del film fue remontada por Universal. Luego se le añadieron tomas que fueron filmadas sin permiso del director. Welles abominó de este montaje, y decidió entonces escribir un larguísimo memorándum de 58 páginas al jefe de producción de la compañía, Edward Muhl.
Con el paso de los años, se fueron editando nuevas versiones de la cinta. En 1998, Walter Murch montó de nuevo el film, basándose en lo que Welles había imaginado para diseñar esta historia compleja y apasionante.
Entre los grandes temas de Sed de mal, destaca la traición, que es un componente clave a la hora de definir ese vínculo que se establece entre los personajes de Hank Quinlan (Orson Welles) y su compañero Pete Menzies (Joseph Calleia).
La película narra una historia de corrupción y egoísmo, pero sin duda, ese elemento de traición cobra una importancia creciente en el relato. Conviene tener en cuenta que Welles la consideraba un pecado mortal, y de hecho, así lo manifestó en alguna ocasión.
Hay un ejercicio interesante para el espectador, que consiste en buscar, en apariciones episódicas, a grandes intérpretes del Hollywood clásico. Hablo de actores que por aquella época habían desaparecido de la circulación, como Mercedes McCambridge, Joseph Cotten, Zsa Zsa Gabor, y por supuesto, Marlene Dietrich.
Marlene era una gran amiga de Welles, quien escribió para ella un personaje que no figura en la novela original: Tanya. Se trata de un papel maravilloso, y dice la leyenda que la actriz no cobró por interpretarlo.
Sinopsis
Un agente de la policía de narcóticos (Heston) llega a la frontera mexicana con su esposa justo en el momento en que explota una bomba. Inmediatamente se hace cargo de la investigación contando con la colaboración de Quinlan (Welles), el jefe de la policía local, muy conocido en la zona por sus métodos expeditivos y poco ortodoxos. Una lucha feroz se desata entre los dos hombres, pues cada uno de ellos tiene pruebas contra el otro.
En palabras de Jean Tulard, «este políciaco de serie B resulta ser otra obra maestra de Welles. La puesta en escena, que crea una atmósfera empozoñada y viscosa es eficaz, las interpretaciones notables y el efecto final sorprendente.»
«Obligado por Columbia a rodar de nuevo una sexta parte de La dama de Shanghai con un estilo más académico ‒escribe François Thomas‒, anima a los intérpretes de los abogados, Everett Sloane y Glenn Anders, a reencontrar en un juego de dobleces la dimensión grotesca que había confiado inicialmente a los ángulos de tomas de vistas y a las deformaciones de las focales cortas. En Othello (1952), el paso laberíntico de la fortaleza de Chipre habría debido ser creado en estudio, como el castillo de Macbeth, pero, forzado a rodar en decorados naturales, Welles crea la misma impresión de laberinto gracias a la multiplicación de los disparatados lugares de rodaje reunidos en el montaje. Y, como él no cree en la distinción entre arte noble y arte popular, Welles transforma en obra personal los encargos más diversos, desde una película criminal inicialmente rutinaria como Sed de mal (1958) a una adaptación de El Proceso de Kafka (1962). ¿Trece largometrajes acabados solamente? Es cierto, pero desde su muerte, estamos mejor informados sobre la faceta no cinematográfica de la obra de Welles, y hemos visto surgir toda una sección olvidada o desconocida de su filmografía. Welles es también un hombre de teatro y de radio. ¡Entre su veintena de espectáculos teatrales, conocemos sólo una captación de cuatro minutos de su Macbeth de 1936, pero qué minutos memorables! El Macbeth filmado de 1948 es la prolongación del que Welles acababa de montar para un festival de teatro en Salt Lake City con el fin de poner a prueba su argumento, sus decorados y su compañía. Y muchos rastros visuales o sonoros nos hacen soñar. Welles es el escenógrafo y la estrella de ciento cincuenta dramaticos radiofónicos, entre los que muchos son inventivos y resplandecientes. Podemos hoy escuchar la mayoría en Internet, a menudo con una música de Bernard Herrmann y un reparto donde reinan Agnes Moorehead, Joseph Cotten, Everett Sloane y otros de sus actores cinematográficos. Todavía hay que contar con el autor de registros discográficos de piezas de Shakespeare, de textos patrióticos de Lincoln o de poemas de Whitman, con un prestidigitador profesional reconocido por sus pares, con un editorialista político. De todas estas actividades, se hacen eco a menudo sus emisiones televisivas. Porque Welles percibió muy rápidamente el interés de la televisión. Las charlas de Orson Welles’ Sketch Book (1955), los documentales en la primera persona sobre ciudades europeas para Around the World with Orson Welles (1955), afirman la imagen pública de un trotamundos encantador y preparan los fuegos artificiales de los montajes de la película-ensayo F for Fake (1973). La dramática The Fountain of Youth (1956) está todavía más fundada sobre el ilusionismo. Con Filming Othello (1977) para la televisión alemana, Welles nos ofrece al precursor prestigioso de los documentales de hoy sobre la creación de las películas. Hasta sus intervenciones en talk shows son a veces sabrosos sketches. ¡Y no olvidemos al actor! Una sesentena de papeles en películas realizadas por otros, interpretaciones televisivas, comentarios en off de películas de ficción, de documentales o de publicidades… Welles dejó tras de muchas películas inconclusas, de forma a veces rocambolesca. La copia única de su emisión sobre Italia y Gina Lollobrigida (1958), que olvidó en un gran hotel parisino, reapareció en 1986. Las bobinas de su versión reducida de El vendedor de Venecia de Shakespeare (1970) fueron robadas. Después de la muerte del cineasta en 1985, Oja Kodar, su última compañera, legataria de las obras inconclusas, confió los elementos de los que disponía a la Cinemateca de Munich, que emprendió la restauración y les dio a veces una forma acabada. En estas miríadas de bobinas, las obras en sentido estricto (tales como The Deep o The Other Side of the Wind) se acercan a otras que son sólo un material bruto no destinado a ser difundido como, por ejemplo, la conversación con el viejo mentor Roger Hill (1978) o un debate filmado con el público tras una proyección de El proceso (1981). Todavía exhumamos otros pedazos, como hace dos años los fragmentos filmados en 16 mm con el fin de ser integrados en las representaciones de la pieza Too Much Johnson en 1938. Conocemos tan cada vez mejor las versiones múltiples de sus películas. Sobre la insistencia de sus productores o distribuidores, Welles firmó dos montajes de Macbeth, de Othello y de Una historia inmortal (1968), película rodada en francés para ORTF, en inglés para las salas de cine. Y ciertas películas circularon de varias formas, como la versión mostrada en una proyección de prueba de Sed de mal reencontrada en los años 70. Los malos tratos que Welles sufrió vida han creado la tendencia de considerar su obra como remontable a voluntad después de su muerte. Se han llevado a cabo varias tentativas de crear versiones «mejoradas». Sólo trece largometrajes terminados, pero cientos de horas de proyectos por terminar. Sea cual sea la entrada al laberinto, es fascinante perderse en él».
Artículo elaborado a partir del programa dedicado a Sed de mal en Cine en Blanco y Negro, emitido por Telemadrid y presentado por José Luis Garci, con Victor Arribas, Juan José Porto y Fernando Rodriguez Lafuente como contertulios.
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