Cuando Woody Allen se plantó ante su proyecto anual con Acordes y desacuerdos (Sweet and Lowdown, 1999), descartó la posibilidad de volver a ser un género en sí mismo, de resguardarse en lo que Hitchcock definió como “run for cover”: después de un fracaso, vuelve a lo seguro, afiánzate con una historia que te sea propia y logra de nuevo un éxito de taquilla y de crítica.
Celebrity (1998) había supuesto un varapalo para su estilo de hacer cine, incluso en Europa donde no fue comprendida. Lo más sencillo era afrontar una historia neoyorquina contemporánea, mostrar sus tradicionales personajes con problemas psicológicos artificiales, tumbarles en un diván y marcharse a casa con el botín. Pero el pequeño cineasta judío optó de nuevo por el riesgo, se la jugó como había hecho quince años antes en Zelig (Zelig, 1983) o más recientemente en Sombras y niebla (Shadows and Fog, 1991). La elección fue arriesgada: una película biográfica, vagamente inspirada en la vida y obra de un peculiar músico de jazz folclórico, Django Reinhardt, con la que se decanta al menos por una vez por la idea fordiana de imprimir la leyenda, de darle prioridad a lo imaginario. Y fue además un pretexto para evocar la nostalgia de aquellos maravillosos años 30, de recuperar la vieja música de épocas pasadas como hizo en Días de radio (Radio Days, 1987) insertando «Begin the Beguine» o «Night and Day», y en Todos dicen “I love you” (Everyone Says I Love You, 1996) introduciendo canciones como «Just You, just Me» o la que da título al film.
Para Acordes y desacuerdos el músico habitual en aquellos años de Allen, Dick Hyman, compuso el tema más sugerente con ínfulas de revisitar una época mitificada, «Unfaithful Woman».
Con forma de falso documental, con el realista aspecto de una biografía imaginaria llevada a imágenes, la narración se apoya en un elemento que el director neoyorquino ya había introducido en otras películas: el testimonio, a modo de reportaje, de personas que aportan datos esenciales sobre la vida del músico Emmet Ray, un Sean Penn midiéndose a sí mismo en un tour de force con su propio estilo interpretativo.
Juega con las apariencias y las realidades para llegar al análisis de una época, de una sociedad que se apoyaba en el jazz como estilo de vida. Y en ese estilo vital se mueve Ray, que hace honor a la dicotomía que plantea el acertado título original, dulce y vil, amor y odio, como su relación con Blanche (Uma Thurman), como sus alusiones a Django que se convertirá en la referencia del director y en la obsesión del personaje (“soy el mejor, después de ese gitano de París”).
En contraste con otros hombres y mujeres que pueblan las películas de Woody Allen, inseguros, indecisos, hipocondríacos y atormentados por su propia existencia, el guitarrista Emmet Ray es un carácter fuerte, seguro de sí mismo pese a sus fracasos, que tiene bien claro lo que quiere lograr en su carrera hasta el punto de que le roba el reloj al pianista Hoagy Carmichael para llegar antes que él a una grabación. Sólo se deja impresionar cuando tiene cerca a su modelo y referente Reinhardt, que le provoca tanto pavor como admiración, tanta envidia como pasión.
La biografía del Reinhardt real podría ser intercambiable con la de su alter ego imaginario. El músico belga de raza gitana, emigrado a París para formar su Quintette du Hot Club de France, adquirió una fama que traspasó las fronteras y llegó al país-cuna del género del jazz, a Estados Unidos. La fascinación que siente Emmet Ray por él es la misma que experimenta el director, gran amante de este estilo musical e intérprete con su clarinete de largas noches de partituras extraviadas.
Allen dice haber elegido a Penn porque hay pocos actores que puedan hacer interesante un personaje tan desagradable como éste, algo que en lo más profundo de su profundo cerebro seguro que comparte sobre sí mismo. Un sujeto que dispara a las ratas entre los cubos de basura no puede ser de fiar.
Frente a ese áspero y desagradable aunque a la vez atrayente personaje se sitúa una magnífica actriz cómica, Samantha Morton, la abnegada chica muda, a la que el cineasta pidió que tomara como referencia nada menos que al Harpo de los Hermanos Marx. Tragedia y comedia.
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