Espléndidamente traducidas en verso por Víctor Canicio, en 2012 recuperamos en español, publicadas por Impedimenta, las travesuras de Max y Moritz (Max und Moritz – Eine Bubengeschichte in sieben Streichen, 1865), una obra clásica del alemán Wilhelm Busch que suele aparecer en el primer capítulo de todas las historias del cómic.
No era esta la primera vez que llegaba al lector español este cuento, pero me atrevería a decir que el trabajo de Canicio y la excelente impresión de las ilustraciones nos permiten hablar, en este caso, de una edición casi inmejorable.
Por otro lado, cualquier amante del tebeo clásico y de la literatura infantil tiene la gozosa obligación de adquirir esta obra, y de reírse con las crueles ocurrencias de esos dos chavales, dispuestos a no dejar títere con cabeza.
La estirpe de Max y Moritz es muy prolija. Casi todos los países europeos cuentan con un equivalente. En el nuestro, es evidente que los gemelos Zipi y Zape tienen en su ADN los cromosomas de sus antepasados germanos.
Todo tiene un porqué. Busch publicó los siete episodios que componen la pieza en el Fliegenden Blätter. Gracias a ese humor grandguiñolesco que la caracteriza, Max y Moritz se convirtió en un éxito que no tardó en rebasar fronteras.
En palabras de Carmen Bravo-Villasante, el autor se diferencia de otros contemporáneos en que no imita a Ludwig Richter (1803-1884) –el ilustrador de los cuentos de Grimm–, «gracias a su intención satírica y a la movilidad de sus dibujos, que hacen de él un espléndido caricaturista, aunque a veces se reconozcan rasgos richteanos». Por otro lado, su creación de Max y Moritz y su frecuente presencia en los Bilderbogen muniqueses (pliegos de imágenes o estampas, al estilo de nuestras aleluyas), «le conceden un lugar preeminente en la literatura infantil alemana, así como en el arte de la ilustración».
Aún hay más. El magnate William Randolph Hearst –el genuino ciudadano Kane– era un admirador de Max y Moritz. A fines del XIX, ordenó al dibujante alemán Rudolph Dirks que adaptase la idea al gusto americano. Fue así como Dirks publicó en el New York Journal la primera plancha de los recién bautizados Katzenjammer Kids el 12 de diciembre de 1897. Tiempo después, en 1918, los personajes llegaron a la prensa bajo un nuevo rótulo de resonancias germánicas, Hans und Fritz. Finalmente, a partir de 1927, aquella pantomima pasó a llamarse The Captain and the Kids.
Las imitaciones fueron abundantes. De entre ellas, la más singular fue Der Fineheimer Twins (1903), dibujada en The Philadelphia Inquirer por Harold H. Knerr, quien por cierto –cosas de la vida– relevó a Dirks al frente de la serie titular.
En España, los de mi generación conocimos a los hermanos ideados por Dirks gracias a la editorial Buru Lan, que editó sus aventuras como complemento de los álbumes de Carlitos y Snoopy. ¿Su título? Los Cebollitas.
Ya ven que una cosa lleva a la otra. Como lector de Zipi y Zape y de Los Cebollitas, uno puede volver al mundo de Max y Moritz con la satisfacción de quien recupera a unos viejos amigos. Bienvenidos sean.
Sinopsis
Max y Moritz está considerado uno de los cuentos más famosos y divertidos del mundo. Trufado de humor negro, y escrito en rimas en 1865, narra las siete fatídicas travesuras de los malvados Max y Moritz, antecedentes de todas y cada una de las parejas maléficas del cómic moderno, y precursores de la historieta literaria más gamberra. De la maldad del dañino dúo no se libra nadie. Viudas, maestros, gallos y gallinas, sastres, pasteleros y tíos carnales. Todos ellos caerán irremisiblemente bajo el tremebundo azote de sus crueles tropelías.
Wilhelm Busch (Wiedensahl,1832 – Mechtshausen,1908) es, con Goethe, Thomas Mann o Schiller, uno de los más conocidos y queridos autores de la literatura alemana. Busch, el mayor de siete hermanos, nació en Wiedensahl en 1832, en el seno de una familia de comerciantes. En 1852 ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de Amberes.
Tras enfermar de tifus, en 1853, regresó a su hogar, y al recuperarse de la enfermedad empezó a coleccionar sagas, cuentos y canciones populares para ilustrarlas. Al año siguiente se mudó a Múnich, y se matriculó en la Academia de Bellas Artes. En 1859 empezó a colaborar con el periódico satírico Fliegende Blätter y con el Münchner Bilderbogen. Allí sería donde, en 1865, publicaría su obra más conocida, Max y Moritz, que se convirtió en un éxito inmediato que ha logrado llegar a la categoría de clásico popular y perenne best seller. Busch sufrió varios envenenamientos por nicotina durante su vida, pero no murió hasta 1908, de insuficiencia cardíaca. Está considerado por la crítica moderna como el «Abuelo de los Cómics».
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