Vamos a retroceder a una época en la que no se había inventado Internet, ni los videojuegos, ni la televisión…¡ni los comic-books! Porque aunque hoy nos cueste creerlo, hubo una época en la que todos esos entretenimientos eminentemente visuales no existían, y otros, como el cine o los libros, no estaban al alcance de todo el mundo.
Viajemos a Estados Unidos durante los años de la Gran Depresión, un tiempo en el que los periódicos jugaron un papel hoy poco reconocido como creadores de iconos y fuente de diversión, entretenimiento y sueños.
De hecho, a principios de los años treinta, las páginas que los diarios dedicaban a los cómics constituían el único entretenimiento con contenido cultural para familias enteras. Los padres leían a sus hijos las funny pages, las páginas de los diarios dedicadas a los cómics, su sección más popular. Editores legendarios como Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst llegaron a entablar auténticas batallas económicas por hacerse con los servicios de algunos autores.
Pues bien, muchos de los chicos de entonces recortaban sus tiras favoritas y las pegaban consecutivamente una debajo de la otra para formar sus propios álbumes de cómics. Era cuestión de tiempo que a alguien se le ocurriera que ahí había una oportunidad de negocio.
Ese alguien fue la Eastern Color Printing, que en mayo de 1934 puso a la venta Famous Funnies, el primer comic–book. Éste no contenía material original, sino reimpresiones de las páginas dominicales a color de algunas de las series más populares del momento aparecidas previamente en los periódicos, como Joe Palooka, The Bungle Family, Tailspin Tommy o Hairbreadth Harry. En su tercer número (octubre de 1934), empezó a reeditar las tiras dominicales de Buck Rogers del año anterior. Fue la primera aparición de una serie de ciencia-ficción en el nuevo medio.
Aquellos recién llegados, los comic–books, resultaron ser un acierto espectacular y otros editores lanzaron sus propios títulos con reediciones de planchas dominicales. David McKay Publishing lanzó una nueva línea con King Comics (abril de 1936), en el que se incluían Popeye, Mandrake el Mago, Brick Bradford, Flash Gordon y otros.
Los comic-books pronto experimentaron su propia evolución desde una curiosidad minoritaria hasta el formado editorial de cadencia periódica con más espectacular crecimiento a finales de los años treinta. Desde 1935 a 1940, el número de títulos en los puntos de venta creció de sólo tres a más de ciento cincuenta, publicados por más de dos docena de editoriales. Sencillamente, las tiras de prensa y planchas dominicales de los periódicos no podían alimentar de material a semejante cantidad de cabeceras. Los comic–books necesitaban nuevas historias y nuevos personajes si querían prosperar.
Fue entonces cuando nacieron los estudios. Se trataba de talleres de dibujantes y guionistas que trabajaban sobre encargos de las editoriales y cuyo sistema se asemejaba mucho al de una cadena de montaje: una serie de guionistas suministraban continuamente historias a equipos de dibujantes, a menudo noveles y más preocupados por entregar dentro del plazo exigido que por la calidad del material. Profesionales como Jack Kirby, Bob Kane o Will Eisner formaron parte de esta nueva pieza dentro del engranaje editorial cuya vida fue más bien efímera: cuando las editoriales se dieron cuenta de que podían prescindir del intermediario, contrataron directamente a los creativos para formar plantillas propias.
Muchos de los nuevos personajes que las editoriales encargaron a estos estudios estaban inspirados por otros de éxito ya probado en el ámbito de los periódicos. En el caso de la ciencia-ficción, cuando los guionistas y dibujantes hubieron de crear algo «novedoso» para cumplir con los encargos de las editoriales de cómics, dirigieron su mirada, naturalmente, a Buck Rogers y Flash Gordon.
La primera historia totalmente original de ciencia-ficción en aparecer en formato comic–book no se puede decir que ocultara sus orígenes. Fue en 1935, tan solo un año después del debut de Alex Raymond en Flash Gordon. En lugar de Flash Gordon en el Planeta Mongo, los lectores del comic–book se encontraron con Don Drake en el Planeta Saro. Don Drake apareció en los primeros tres números de New Fun Comics (febrero de 1935), la segunda colección de comic–books de la historia y la primera en ofrecer material nuevo.
Clements Gretter, un ilustrador, dibujó las aventuras de Don y su novia Betty mientras que Kenneth Fitch se encargó de escribirlas, enfrentando a la pareja con amenazas tales como los Hombres Enanos de Marte y una raza de hormigas gigantes. El mismo equipo creativo produjo otra serie de ciencia-ficción titulada Super Police 2023 para New Fun Comics, protagonizada por el policía del futuro Rex y su coche/submarino/avión, el Hi–Lo.
Un año después, Gretter y Fitch, ahora trabajando para el estudio de Harry «A» Chesler, crearon otra serie del mismo género para los cómics. Su supercientífico Dan Hastings apareció por primera vez en Star Comics (febrero 1937). El estudio de Chesler vendió las aventuras de Hastings a diversos comic–books durante los siguientes diez años, pasando más tarde a ser dibujadas por George Tuska y escritas por Otto Binder, un escritor de ciencia-ficción cuya primera historia había aparecido publicada en 1932 en la revista Amazing Stories.
Binder escribió también otra serie pionera titulada Mark Swift and His Time Retarder para Slam Bang Comics (marzo de 1939). Estas historias de viajes en el tiempo fueron dibujadas por su hermano, Jack Binder, quien ya había trabajado junto a Otto en el ámbito de las revistas pulp, ilustrando su historia «Reina de los Cielos» para Astounding Science Fiction en 1937.
Otra serie de carácter juvenil fue Adventures into the Unknown, publicada durante dos años en All-American Cómics a partir de abril de 1939. Las historias, adaptaciones de una colección de novelas juveniles escritas por Carl H. Claudy, presentaban a Ted, Alan y el Profesor Lutyens en peripecias optimistas como Mil años por minuto, Los Destructores de Infrarrojos o Rescate en Marte . En la primera aventura, los muchachos se embarcaban en la nave antigravedad del profesor y «caían» boca arriba hacia Marte…
El primer héroe espacial uniformado de los comic–books apareció en Amazing Mystery Funnies en agosto de 1938. El dibujante Bill Everett (más tarde famoso por crear a Sub-Mariner) tomó como modelo a Buck Rogers en el año 2429 d.C. para su serie Skyrocket Steele en el Año X . Skyrocket llevaba una pistola de rayos al estilo Buck Rogers, al parecer armamento estándar para los ciudadanos del año X.
Star Comics (mayo 1939) trató de mejorar la oferta futurista de Buck Rogers en el siglo XXV llevando la acción de su serie cuatro veces más lejos en el futuro: Dash of the 100th Century. Otro héroe espacial pionero, Cotton Carver (Adventure Comics, febrero de 1939) fue creado para DC Comics por el guionista Gardner Fox y el artista Ogden Whitney primero, y John Lehti más adelante. También para DC, Tom Hickey escribió y dibujó las aventuras de otro de los spacemen de finales de los años treinta: Mark Mason of the Interplanetary Police.
Entre 1939 y 1941 los comic–books albergaron docenas de series de ciencia-ficción. En 1939, Martin Goodman, que por entonces publicaba una línea de revistas pulp como Marvel Science Stories, lanzó el primer número de Marvel Comics (octubre de 1939). Goodman orientó este nuevo título a los mismos lectores que ya compraban las revistas pulp de ciencia-ficción, y para ello contrató al popular artista Frank R. Paul para dibujar la cubierta de ese histórico primer cómic de la que, años más tarde, se convertiría en la poderosa e influyente Marvel.
Ned Pines, otro editor de revistas pulp de ciencia-ficción como Thrilling Wonder Stories o Startling Stories, no quiso quedarse atrás y en 1940 lanzó su propia línea de comic-books con Thrilling Comics (febrero de 1940), Exciting Comics (abril de 1940) y Startling Comics (junio de 1940).
El principal personaje de Startling Comics se llamaba Capitán Futuro, tomando el nombre del héroe creado por Edmond Hamilton y Mort Weisinger para el mundo pulp. Kin Platt dibujó las aventuras del Capitán a partir de junio de 1940. También en Startling Comics participó Max Plaisted, dibujante de la tira de ciencia-ficción Zarnak, serializada en Thrilling Wonder Stories desde agosto de 1936. Asimismo, Plaisted ayudaría a lanzar la serie Space Rovers en Exciting Comics (mayo 1940).
Otros artistas provenientes del mundo de la ilustración de las revistas pulp encontraron trabajo en el bullente mercado de los comic–books a medida que los editores de aquéllas iban ampliando sus publicaciones hacia los segundos. Cuando Hugo Gernsback decidió volcar su personal ciencia-ficción en el comic-book, contrató a Frank R. Paul para dibujar la totalidad de los tres números de Superworld Comics (abril de 1940). Alex Schomburg, otro dibujante de ciencia-ficción que había firmado una portada para la revista Science and Invention –editada por Gernsback– en 1925, también se pasó a la nueva industria del comic–book y dibujó docenas de cubiertas para muchas colecciones durante todos los años cuarenta.
Los guionistas de estos primeros comic-books fueron también reclutados de entre las filas de las revistas de ciencia-ficción. Edmond Hamilton, Otto Binder, Alfred Bester, Theodore Sturgeon, Manly Wade Wellman y Henry Kuttner trabajaron como escritores para uno u otro título. Mientras que autores con talento como Sturgeon se metieron en los cómics para sobrevivir, otros menos dotados y anclados en el estilo pulp, como Hamilton o Binder, descubrieron que las viñetas les ofrecían más futuro que las revistas literarias. Hamilton, cuya primera historia de ciencia-ficción (Choque de soles) se había publicado en un número de 1928 de Weird Tales, desarrolló y popularizó para los cómics no pocos tópicos, como los transmisores de materia, las ciudades voladoras, los robots extraterrestres, la evolución acelerada, las poblaciones controladas por alienígenas y la Tierra contemplada como un organismo viviente. Binder, quien para 1939 ya había conseguido cierta reputación gracias a su productividad en las revistas pulp, trasladó esa capacidad al mundo de las viñetas: escribió guiones para más de 50.000 páginas de comic-books en los siguientes treinta años.
Cuando el editor Mort Weisinger abandonó Thrilling Wonder Stories y Startling Stories en 1941 para hacerse cargo de los títulos de Superman en DC, esa «incestuosa» relación entre la ciencia-ficción y los cómics se consumó definitivamente. Editores, guionistas y artistas estaban aprendiendo a toda velocidad los trucos y lenguaje propios del comic-book, el nuevo soporte para la ciencia-ficción.
Aunque los comic-books se nutrieron en gran medida de los profesionales curtidos en el mundo de las revistas pulp de ciencia-ficción, la mayor parte de sus series eran deudoras de los dos principales artistas que popularizaron ese género en la prensa: Dick Calkins y Alex Raymond. Desde 1939 hasta 1941 nacieron docenas de Buck Rogers y Flash Gordons en los nuevas revistas de historietas.
Como Buck y Flash, los héroes espaciales de los comic-books fueron bautizados con nombres tan gráficos como pegadizos: Power Nelson, Future Man (Prize Comics, marzo de 1940); Rocket Riley, Príncipe de los Planetas (Rocket Comics, marzo de 1940); y Streak Chandler en Marte (Top-Notch Cómics, abril de 1940). Y la mayoría de ellos tenían a su lado a una novia de busto generoso y/o un ayudante ingenioso.
Space Smith (Fantastic Comics, diciembre de 1939) era un personaje típico de esta primeriza generación de héroes espaciales. Tenía una novia/compañera llamada Diana y se les definía como «exploradores interplanetarios que patrullaban las lejanas fronteras del espacio para mantener las rutas de mercancías y pasajeros libres de piratas». Space y Diana llevaban a cabo alegremente sus rutinas cotidianas, como disparar a secuestradores espaciales y abandonarlos metidos en recipientes de radio fundido. Era una agradable relación laboral, inteligente y razonable como la que, sin duda alguna, hombres y mujeres tendrían en el futuro.
Otra parejita feliz se podía encontrar en las páginas de Startling Comics (1947). Lance Lewis, Detective Espacial, y su compañera profesional/sentimental, Marna, se enfrentaban a amenazas tales como los Hombres Cangrejo del Espacio o alienígenas de cabeza de martillo procedentes de Mercurio. Graham Ingels, entonces editor de la línea de cómics de Ned Pine, escribía sus aventuras (más tarde alcanzaría la inmortalidad entre los aficionados gracias a sus historias de terror para la EC). Veamos un ilustrativo ejemplo de lo que podíamos encontrar en este tipo de aventuras:
«Obligados a huir de Mercurio tras fracasar en su intento de detener el poderoso rayo de fuerza con el que los mercurianos están empujando a Venus y la Tierra hacia el Sol, Lance y Marna se enfrentan a la situación: ¿Deben reconocer su derrota o persistir contra toda esperanza?
Marna: Bien Lance, ¿abandonamos o nos quedamos?
Lance: Por mi parte, me gustaría intentarlo otra vez, ¡pero no quiero exponerte a más peligros!
Marna: Si eso es lo único que te preocupa, ¡olvídalo! ¡No podemos dejar que nuestras vidas se interpongan en la salvación de toda la civilización terrestre! ¡Yo voto que nos quedemos y lo intentemos de nuevo!»
Gracias a los nuevos estereotipos femeninos que se habían presentado en las series de Buck Rogers y Flash Gordon, las compañeras de los héroes de los primeros comic-books de ciencia-ficción habían conseguido superar –hasta cierto punto– su papel de novias en apuros de otros géneros. Por ejemplo, Ultra-Man (All-American Comics, noviembre de 1939) del año 2239 tenía una novia, Caroltta, que era también la principal científico de la Tierra, una combinación de Dale Arden y el doctor Zarkov. Creado por el editor Sheldon Mayer y dibujado por Jon L. Blummer, Ultra-Man era un héroe futurista en la línea de Buck Rogers en tanto que defensor de la Tierra más que explorador espacial.
Sin embargo, la mayoría de los primeros héroes del futuro de los comic-books sí eran vagabundos galácticos, viajeros que se sentían igual de a gusto en las playas de Venus que en las montañas nevadas de Neptuno. Era el caso, por ejemplo, de Whirlwind Carter, agente del Servicio Secreto Interplanetario (Daring Mystery Comics, mayo de 1940). De la misma forma, Rex Dexter de Marte (Mystery Men Comics, agosto de 1939), recorría el sistema solar de Mercurio a Plutón, peleando contra todo tipo de seres alienígenas, desde amebas espaciales a plantas monstruosas pasando por criaturas humanoides de varias cabezas.
Había héroes espaciales en Marte, Venus, Júpiter y la Luna; héroes del siglo XXIII, del siglo XXXVI y del 1.000.000 d. C. En resumen, héroes a paladas, tantos que los editores empezaron a agruparlos en tripulaciones y legiones (a semejanza de la literaria Legión del Espacio, escrita por Jack Williamson en 1934). Así aparecieron Space Legion en Crack Comics (mayo de 1940) y la Solar Legion (Crash Comics, mayo de 1940, por Jack Kirby y Joe Simon). Las aventuras de los Space Rovers se contaban en Exciting Comics (mayo de 1940), mientras que las de la Planet Patrol ocupaban las páginas de Silver Streak Comics (enero de 1940). Algunos nombres eran demasiado atractivos como para no duplicarlos: dos equipos diferentes de defensores de la ley y el orden adoptaron la denominación de Space Rangers, uno en Mystic Comics (abril de 1940) y otro en Planet Comics (septiembre de 1943).
Aunque muchos personajes espaciales acabaron adhiriéndose a estos equipos, la figura del héroe solitario nunca dejó de existir. El tipo más duro en emerger de esta plétora de cowboys espaciales, detectives espaciales y policías espaciales fue Spacehawk, «un poderoso lobo solitario, campeón de la ley y el orden por todo el espacio interplanetario» (Target Comics, junio de 1940). En sus primeras aventuras, Spacehawk ocultaba su rostro tras una máscara en su faceta de vigilante: «un enemigo superhumano del crimen que golpea sin aviso». Su misteriosa identidad y poderes («¡Puedo leer tus malvados pensamientos como un libro abierto!») insuflaba miedo y terror en los corazones de sus enemigos. Spacehawk era un siniestro pistolero que funcionaba como la cara más oscura de Buck Rogers o Flash Gordon.
En una historia de 1940, Spacehawk y los Hombres Buitre del Vacío, el duro héroe capturaba a dos contrincantes, los ataba juntos y los llevaba hasta la cima de un foso ardiente. «Ahora os voy a colocar bajo el poder antigravedad justo para que vayáis bajando suavemente hasta el cráter. ¡Si vuestras pieles son tan duras como vuestros corazones, el gas no os quemará…!» Escuchando a los alienígenas «aullar y retorcerse en los tormentos de su propia creación», Spacehawk se consuela con su siniestra filosofía: «Era un trabajo desagradable, ¡pero para eso estoy aquí!».
Basil Wolverton, un artista original bajo cualquier punto de vista, fue el creador, artista y guionista de Spacehawk. Su experiencia previa como reportero y dibujante para el periódico Portland News había incluido encargos como los de entrevistar y retratar a sospechosos de asesinato, un trabajo poco convencional que sin duda preparó a Wolverton para imaginar más adelante al vigilante enmascarado del que hablamos.
Wolverton, gran aficionado a la ciencia-ficción, empezó a dibujar cómics en 1929, cuando vendió una tira cómica de ese género, Marco de Marte, al Independent Syndicate de Nueva York. Wolverton dibujó la tira justo después de que Buck Rogers hiciera su debut y el suyo parecía destinado a ser el segundo cómic de ciencia-ficción de la historia… hasta que justo antes de que comenzara a ser distribuido a nivel nacional, Buck Rogers viajó a Marte… y el director del syndicate canceló la tira de Wolverton, según él, para no dar la impresión de «que estamos tratando de robar o imitar una idea».
El primer trabajo de Wolverton en el ámbito de los comic-books vendría años más tarde, en 1938, cuando dibujó una breve serie para Circus the Cómic Riot. La siguiente, Space Patrol, se inició en 1939 en Amazing Mystery Funnies (diciembre de 1939 a septiembre de 1940).
Wolverton recordaría más tarde esa serie como «algo salvaje y extraño». Era un grupo pintoresco comandado por el piloto terrestre Nelson y en el que se incluía el artillero marciano Kodi y los extraños y feroces hombres-globo de Júpiter.
Los seres y paisajes alienígenas de Wolverton hicieron de sus políticamente incorrectas historias algo inolvidable. Maestro indiscutible de lo grotesco (en 1946 ganó un concurso organizado por la revista Life por dibujar a la mujer más fea posible), Wolverton salpimentaba sus relatos con seres arrugados y verrugosos. Sus extraterrestres parecían un cruce entre un pepinillo deforme y un órgano sexual masculino y moraban en cavernas uterinas o sobre montañas con formas de senos femeninos. En casi cualquier figura, forma y sombra de las historias que dibujaba podían identificarse contornos sexuales. «Sigmund Freud se volvería loco con mis trabajos», decía el propio Wolverton, «Sé que dibujo las cosas asemejándose a todo tipo de órganos y glándulas».
Su particular estilo gráfico suscitó las quejas de algunos lectores, que escribieron a la revista diciendo que los monstruos eran demasiado feos y las historias «demasiado fantásticas». Pero Wolverton se negó a doblegarse ante las quejas de los papás de los lectores. «Estaba convencido, y aún lo estoy, diría años después, de que los lectores jóvenes absorben las historias con gran fuerza imaginativa. Su imaginación es generalmente muy fuerte y ese material se ajustaba a ello».
Durante los dos años y medio que sobrevivió Spacehawk en Target Comics, Wolverton recuerda que «fue la principal serie del cómic durante un tiempo. Entonces llegó la guerra y el editor quiso que devolviera a Spacehawk a la Tierra». Así, el héroe se vio obligado a participar en el esfuerzo patriótico patrullando las fronteras de los Estados Unidos en el siglo XX. Según Wolverton: «Tuve el descaro de discutir con el editor y decirle que eso mataría a la serie. Sabía que el futuro de Spacehawk estaba sentenciado.
Cualquiera con sólo dos neuronas se habría dado cuenta de que una serie interplanetaria no podría sobrevivir a semejante cambio. Relegar al personaje a escenarios ordinarios de la Tierra echó el cierre. En unos pocos meses, había perdido todo su encanto».
En realidad, Spacehawk había conseguido sobrevivir muchísimo más que la mayoría de sus colegas espaciales. El grueso de las series de ciencia-ficción de los comic-books desde 1935 a 1940 aparecían encajonadas entre historias de detectives, vaqueros y los primeros superhéroes. La filosofía de las editoriales entonces consistía en lanzar antologías de relatos en las que fuera cual fuera el gusto del lector, éste pudiera encontrar algo para él.
Hacia 1941, sin embargo, los superhéroes habían desplazado casi completamente a los personajes espaciales y, metidos ya de lleno en la Segunda Guerra Mundial, los lectores deseaban héroes del presente, no venidos del lejano futuro.
Otro cambio de tendencia consistió en que los comic-books empezaron a especializarse según géneros. En lugar de publicar un título que contuviera una serie de detectives, un cartoon humorístico con animalitos y una de vaqueros, los editores se dieron cuenta de que los lectores comprarían más fácilmente una publicación que sólo incluyera historias de una única modalidad temática.
Un editor que sabía por experiencia que los lectores compraban de acuerdo a su género favorito era Thurman T. Scott, presidente de Fiction House. Scott había triunfado gracias a una serie de revistas de ficción especializadas que cubrían todos los posibles gustos –mayormente masculinos–, desde Fight Stories (sobre boxeadores y soldados) a Jungle Stories (un clon de Tarzan llamado Ki-Gor) pasando por Wings (aviadores). La ciencia-ficción se hallaba representada por Planet Stories.
Planet Stories, aparecida en 1939, era el epítome de la space opera más tópica y chirriante. Sus portadas mostraban los monstruos más desagradables, las mujeres más hermosas y los más apuestos héroes. Historias con títulos como La Bestia–Joya de Marte o ¡La Criatura de Venus! prometían acción a raudales, diálogos ligeros y una sustancia intelectual mínima. Material perfecto, pensó Scott, para los comic-books.
A finales de 1939, Thurman T. Scott contrató al estudio de Jerry Iger para que creara una línea de comic-books basados en sus revistas: Jungle Comics, Fight Comics, Wings Comics … y Planet Comics . Este último, aparecido en enero de 1940, fue el primer comic-book dedicado exclusivamente a la ciencia-ficción. De hecho, fue el único cómic de ese género que apareció con regularidad durante toda la década de los cuarenta. Excepto por Buck Rogers, Flash Gordon y otros pocos personajes más, Planet Comics estableció, definió y dominó el género en su vertiente gráfica hasta principios de los cincuenta.
Como ya habían hecho Planet Stories y otros predecesores y contemporáneos del ámbito pulp, Planet Comics descansaba en la utilización repetitiva de una misma fórmula para sus portadas y sus historias y que fue sucinta y acertadamente resumida por un lector como «el triángulo eterno: el chico, la chica y el bobo». En realidad, era la chica a la que más atención se prestaba no sólo en Planet Comics, sino en el resto de la línea de cómics de Fiction House: heroínas de largas piernas claramente deudoras de los pin-ups como Sheena, la Reina de la Jungla (Jumbo Comics), Tiger Girl (Fight Comics), Firehair (Rangers Comics) o Camilla (Jungle Comics). Para Planet Comics, las mujeres vestían una muy «razonable» moda futurista compuesta de sujetadores metálicos, sarongs de látex y botas de tacón alto. Para los varones adolescentes de todas las edades, el futuro nunca había parecido más incitante.
Resulta chocante que, a pesar de su nada disimulado sexismo, Planet Comics mantuviera un número apreciable de lectoras que a menudo escribían a las secciones de correo para expresar sus opiniones acerca de las heroínas futuristas. Charlene Stewart, de Nueva York, escribió en el número de noviembre de 1946 que le gustaba la nueva heroína Futura porque «tiene pelo oscuro como el mío». Comentario no muy profundo, la verdad, pero que daba el tono de los lectores de la publicación.
Una de las primeras y más longevas series de Planet Comics, Gale Allen y el Escuadrón de Chicas, no era más que una mínima escusa con la que exhibir un grupo de atractivas señoritas. Naturalmente, Gale y sus comandos (también conocidas como Girl Patrol y, durante los años de la guerra, como Women’s Space Battalion) vestían la reglamentaria minifalda. Sus misiones consistían en recorrer las rutas espaciales buscando piratas y esclavistas, aunque a menudo acababan atrapadas –sólo temporalmente– por babosos monstruos o robots lujuriosos.
Otra de las series de Planet Comics estaba protagonizada por una rubia platino, Mysta de la Luna. Descrita en su primer episodio como «una chica esbelta, sola contra la fuerza más malvada del universo», no tardó mucho en redondear sus formas corporales a gusto de los lectores. Dependiendo del artista que la dibujara, Mysta iba cambiando su vestuario, pero su modisto siempre parecía trabajar con caucho vulcanizado. Resulta curioso que uno de los artistas que se ocupara tanto de Mysta como de Gale Allen fuera una mujer, Frances (Fran) Hopper, una auténtica excepción en el panorama editorial del comic-book de los años cuarenta. Su nombre podría verse también en las historias de otras heroínas de la casa en Jungle Comics, Rangers Comics o Wing Comics.
Fue otra de las mujeres que trabajaron para Fiction House, Lilly Renee, quien dio vida a una de las series más populares y recordadas de Planet Comics: El Mundo Perdido . En realidad, no había sido Renee la creadora original, sino que continuó el trabajo en la misma de Graham Ingels en 1944, ocupándose de ella hasta 1947, momento en el que la traspasó a George Evans. Pero sí fue ella quien dibujó la mayor parte de las historias de esta serie apocalíptica.
En el siglo XXXIII, los guerreros del planeta Volta han destruido muchos de los mundos habitados del universo. La Tierra no se ha librado de su violencia y entre los escombros de la civilización sólo han quedado un puñado de supervivientes dispuestos a luchar contra los llamados Voltamen. Dos de esos últimos campeones de la Tierra son Hunt Bowman, un hábil arquero, y Lyssa, Reina del Mundo Perdido.
Hunt y Lyssa se pasan la mayor parte del tiempo escapando y atacando a los Voltamen. Las repetitivas escaramuzas entre unos y otros tienen lugar entre las ruinas del Empire State Building y Central Park, amargos recordatorios de una cultura desaparecida.
La pesimista premisa de El Mundo Perdido resultaba morbosamente atractiva para unos lectores que habían crecido durante los inciertos años de la Segunda Guerra Mundial y sus muy reales holocaustos. Los mismos Voltamen, de piel verdosa, iban vestidos con uniformes y cascos claramente tomados de los de los soldados de artillería alemana de la Primera Guerra Mundial. Es más, hablaban una lengua que les identificaba claramente como extranjeros: «Una vez que su cerebro nublado esté, obedecernos deberá. ¡Mira! Ella en un autómata se ha convertido».
La mayoría de las historias que se publicaban en las páginas de Planet Comics eran series de continuará. Además de las ya mencionadas El Mundo Perdido, Mysta de la Luna y Gale Allen, hubo muchas otras más efímeras, como Auro, Señor de Júpiter (el espíritu de un terrestre habitando un cuerpo joviano), Pirata Estelar (un pícaro espacial con corazón de oro), El Cometa Rojo (un superhéroe interplanetario) o los Space Rangers Flint Baker y Reef Ryan.
Mención especial merece la popular heroína Futura («¡Ayer, una secretaria en la Tierra, mañana una reina guerrera!»). La serie comienza en el siglo XXI mostrándonos cómo Marcia Reynolds termina su jornada laboral como administrativa en Ciudad Titán. Tiene la sensación que la acecha una presencia invisible. Ésta resulta ser Lord Menthor, un alienígena de gran cerebro y cabeza verde del planeta Cymradia. Secuestra a Marcia, la teletransporta a su planeta y somete su núbil cuerpo a todo tipo de pruebas e indignidades. Se la considera apta para el experimento que están llevando a cabo, el Proyecto Supervivencia, y la asignan el nombre de Futura.
Cuando Futura se entera de que los Cymradianos pretenden usar su cuerpo como receptor del cerebro de Lord Menthor, se escapa y a lo largo de los siguientes números, se convierte en una luchadora de férrea voluntad capaz de medirse en combate con su archienemigo y sus soldados sintéticos. Salvaje, atractiva y siempre vestida con reveladores modelitos de dos piezas, Futura servía tanto de modelo de conducta para las lectoras más soñadoras y como fantasía erótica de los lectores masculinos.
Como Flash Gordon, la serie de Futura se narraba básicamente en forma de didascalias (esto es, con texto al pie de las viñetas y no con globos de diálogo) y su interés residía sobre todo en el dibujante Rafael Astarita, cuyo innegable talento a duras penas conseguía sobreponerse a unos guiones pomposos, predecibles y estúpidos firmados por individuos que se escondían bajo seudónimos de la casa. Por ejemplo, el prolífico e inexistente Thornecliffe Herric. Contestaba cartas de los lectores, escribía historias de texto de dos páginas y los guiones de El Mundo Perdido.
Algo más competente fue Jerome Bixby, escritor de ciencia-ficción y guionista años más tarde para la serie televisiva de Star Trek, y que escribió historias para Planet Stories de 1948 a 1949 antes de convertirse en su editor.
No importaba quiénes fueran los guionistas –de hecho, no importaba siquiera de qué serie se tratara– todas las historias de Planet Comics estaban fuertemente especiadas con esa verborrea tecnocientífica propia de los cuarenta, tan imaginativa como irreal. Con la intención de que todo sonara futurista, los escritores se dedicaban a juntar palabras que formaran un pastiche altisonante. Héroes y villanos se disparaban unos a otros con rayos desintegradores de «dispistolas» o «discañones». La gente del futuro medía el tiempo en astro-horas y se comunicaban por videopantallas. Había robocamiones, nulo-bombas, oxi-máquinas, hipnodiscos, detectógrafos, micropantallas, electrógrafos, sintoesclavos y dinolagartos…
El apartado de las armas parecía despertar de manera especial la imaginación lingüística de los autores. Los hombres del espacio utilizaban pararayos, magnorayos, radiondas, tractorayos, blastoanillos y atomrayos; había incluso una «hidropistola subsónica de neocristal» y, en caso de emergencia, la escapo-escotilla.
Todo en Planet Comics y otros títulos que seguían su estela estaba pensado para entretener. Simple y sencillamente. Fue el epítome de la ciencia-ficción más intrascendente, descaradamente erótica y orientada totalmente a la acción sobre cualquier consideración intelectual. En muchos aspectos, estos cómics fueron un paso atrás respecto a lo que las revistas pulp, especialmente Astounding Science Fiction, estaban intentando conseguir: una ciencia-ficción más adulta.
Pero no duraría. En el mundo real se estaban produciendo acontecimientos que pronto empujarían a la ciencia-ficción –y a los cómics de ese género– hacia las más desalentadoras realidades del presente.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.